CAPÍTULO XVI

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—Un martini —su mirar ambarino se centra en mí—. ¿Tú?

—Un gin tonic —el barman apunta y al verlo terminar de escribir aclaro—. Sin gin.

El joven me parpadea y tacha, volviendo a apuntar.

—¿Por qué haces eso? —reclama con severidad.

—¿Pedir tragos sin alcohol?

—Esperar hasta el final para decirlo.

Me encojo de hombros batiendo mi daikiri sin vodka o ron.

—Es divertido verles la cara de espanto.

—Una copa de vez en cuando no viene mal.

—Me da repugnancia el alcohol y lo sabes.

Se repantiga en la silla, apoyando el brazo en el respaldo de tal forma que su top blanco reluce con las luces de neón del pub.

—Pasó hace muchos años.

—No para mí —inhalo profundo viendo el suave balanceo de las bombillas que adornan las terrazas al aire libre del restó—. Todavía siento el sabor ácido en la garganta cada que veo a alguien más tomarse un cóctel.

Con expresión inescrutable observo varios metros bajo los vidrios que sirven de barandales.

Son las diez de la noche y Manhattan se vive como si fuera pleno mediodía.

—Mila...

—Justamente ahora estoy haciendo un gran esfuerzo para no vomitarte la mesa con el segundo martini que te tomas.

Estira la mano y acaricia las mías que se aferran al vaso estilizado y de altura.

Oleg me emborrachaba cuando mi voluntad corría peligro. Se había acostumbrado a mi sumisión. Se había acostumbrado tanto a ella que cuando lloraba, me resistía o me revelaba me emborrachaba, me drogaba, me castigaba o las tres al mismo tiempo.

—Mejor, pediré un jugo —la detengo antes de que acabe lanzando el contenido de su bebida en un macetón.

—No lo hagas. No quiero que alteres tus gustos por los míos —le dedico una suave sonrisa que dura segundos—. Yo no cambio los míos por ninguna de ustedes.

—Estás enojada. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Nada.

—¿Es el Corporativo de la Bolsa? ¿No era lo que esperabas?

De nuevo hundo los hombros.

—Eso está bien —admito—. Está mucho más que bien. Estoy con el equipo de economistas y puedo ver el esqueleto completo desde allí. He ido conociendo a varios empleados y el funcionamiento de la empresa —el barman sirve una nueva tanda de cócteles que deposita en nuestra mesa circular—. Es cuestión de conocer el edificio, sus estapas y la manera detallada en que Lennox Enterprise se surte de las acciones.

—¿Entonces? Deberías sentirte aliviada, Ivanka. Te casarás pronto, tendrás acceso a la pirámide de la Bolsa... En menos de lo que canta un gallo desaparecerás de Nueva York.

Sav empieza preguntando por el contrato prenupcial. Que si ya lo he firmado, qué estipula, por cuánto tiempo y a su catarata de curiosidades respondo tajantemente: no, no lo sé, ni idea.

—No estamos en Lucca, Mila. No están Gigi ni Liliana cerca así que es hora de que te sinceres conmigo.

Bebo un trago del tonic.

—Se lo contarás a Gio.

La gruesa boca de Savannah Novak se tuerce en un gesto de reprimenda.

—Pues le diré que estás rara, callada y enojada con la vida, entonces no sólo tendrás que lidiar conmigo sino con ella también —con la gracia propia de la lujuria, mi hermana se acomoda el top afirmando aún más el espectacular escote que se carga su lienzo cremoso y dorado.

AVARICIA © Pecados Capitales I +21 EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora