EPÍLOGO

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«Antiguamente la gente creía que cuando alguien moría un cuervo se llevaba su alma a la Tierra de los Muertos

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«Antiguamente la gente creía que cuando alguien moría un cuervo se llevaba su alma a la Tierra de los Muertos.
Una fábula transformada en mito, y el mito en leyenda.
Un ave de carroña, un mal presagio, un bicho depredador que junto a un final terrible y también junto al alma éste se llevaba la profunda tristeza de su víctima, impidiendo así su descanso eterno y pacífico»

                                              Avaricia.

—Era difícil.

—Define difícil.

Trago saliva pese a que me cuesta.
Estiro la mano, bebo un sorbo del agua que me fue servida y junto todo el aire que el sofoco en mi pecho permite.

—Podía ser día como también noche —se me queda viendo con una ceja levantada y cierra el bibliorato dónde estaba apuntando—. Y eran tan impredecibles sus eclipses que cualquier cosa pasaba a su lado. Siendo sol, nos llevábamos muy bien. Era atento y había aprendido a ser cariñoso; tenía palabras bonitas y me cuidaba —se me empañan los ojos y parpadeo; lo hago hasta que las ganas de llorar se me van del cuerpo—. Sin embargo al llegar la noche, la oscuridad le pasaba por arriba y se convertía en un salvaje.

—¿Me lo puedes explicar sin analogías o metáforas?

Esbozo una suave sonrisa apenas suelta la pregunta.

Pocos entienden que las metáforas embellecen este mundo de mierda.

Una verdad cruda dicha con acertijos y frases poéticas sabe un poco más dulce, digerible y tolerable.

—Digo que todo dependía de su querer.

—¿Su... Querer? —apoya en la mesa del escritorio su placa con la insignia del FBI—. Entonces, si hacías lo que él quería...

—Si hacía lo que él quería me veneraba —fantasmalmente miro por la ventana—. Se portaba como un tierno oso de peluche.

—¿Y si desobedecías?

—Se convertía en el oso del bosque —replico—. Me insultaba, se reía de mí, me trataba mal...

—¿Te abusó?

—¿Sexualmente? —él asiente—. Jamás. Mi vida sexual con mi esposo fue inolvidable —inhalo y exhalo con pesadez—. Arrastrando una niñez colmada de violaciones no quería que nadie me tocara, no lo soportaba.

—¿Y tu marido?

—Dio vuelta la página —con nostalgia bajo la cabeza, de forma tal que mi pelo me cubre la cara y la lágrima que rueda por mi mejilla—. Fue cuidadoso, perseverante pero también increíblemente exigente. Era fantástico.

AVARICIA © Pecados Capitales I +21 EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora