CAPÍTULO XVIII

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El avión aterrizó y un vehículo rentado espera por Jackson, a la salida del aeropuerto

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El avión aterrizó y un vehículo rentado espera por Jackson, a la salida del aeropuerto.

—Hace muchísimo calor, Dios mío —lo comento destapando una botella de agua mineral helada, tentada de beberla y echármela encima.

La temperatura es infernal, la humedad no me deja respirar y el sol pega con tanta fuerza que mi piel comienza a sudar sin necesidad de esfuerzo físico.

Un verano ardiente en Cancún y una luna de miel con sabor a final es lo que me espera.

—Pleno julio en el Caribe —lo dice de forma ausente, sin darle ningún matiz a la voz—, no se que más quieres.

Se para a mi lado, en mi portezuela, y si en algún momento sopesó el abrirla para mí, su arrepentimiento fue tan contundente que rodeó el capó la camioneta deportiva y se acomodó en el asiento del conductor sin chistar.

No replico, no fastidio, ni digo nada porque el ambiente entre nosotros es tenso; tan tirante que se podría cortar con una tijera.

—En los hoteles hay varios malls. Cómprate lo que necesites, ahí.

Por dentro una gran sonrisa me invade.

Aunque Jackson no lo sabe, amo México. Lo amo con mi alma, y con la misma intensidad que amaba Turquía.

Su gente, la hospitalidad, su comida, sus frutas. Adoro las playas de Cancún, la música y el fervor con que se aferran a sus creencias místicas y religiosas.

—Si algún día quieres... —siento que suspira al encender la camioneta, tras pagarle unos dólares de propina al valet del aeropuerto— Podemos recorrer las ruinas, o ir al snorkel de Chichen Itza.

Omito decir que todo ya lo he hecho. Que vine a este sitio paradisíaco más veces de las que él imaginaría y que no hay viaje en el mundo que disfrute más, que mi querido México.

—Me gusta la idea —le miro de reojo, notando que ni se esfuerza en repararme.

—Rentaremos un yate, haremos senderismo e iremos a Xplor.

Con disimulo inspiro profundo.

La verdad es que la luna de miel vino con fecha de vencimiento y dudo que los días se inmortalicen.

—Claro —no dejo entrever mi pensar—. Lo que tú quieras.

Se echa a andar, mostrando la tersura de la máquina al desplazarse, mientras el aire acondicionado invade el interior.
Acelera, conduce, se embala en la velocidad y de pronto, haciendo que mi cuerpo friccione contra el cinturón de seguridad, frena.

—¡No quiero estar así contigo, Mila!

Entonces ya no vuelvo a verle porque sé que me está observando, y si algo en la vida no puedo soportar, es la lástima de las personas que amo.

AVARICIA © Pecados Capitales I +21 EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora