CAPÍTULO XVII

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—¡Corte, corte, corte, corte! —la arenga llega al unísono en el momento que a las risas Jackson empuña la cuchilla.

—¿Mucho o poco?

—¡Un buen pedazo, jefe!

Cruzándome de brazos y con negativas de por medio contemplo a mi marido, quien con un buen estado de embriaguez, el utensilio en una mano y su vaso de whisky y un habano en la otra, a poco baila alrededor del pastel de bodas.

—¿Sólo uno?

Él se parte en carcajadas y los miembros del corporativo y demás empleados; esos que eligieron quedarse hasta el final de la fiesta aplauden con el fervor del alcohol y la celebración colándoseles por las venas.

Se filtraron los invitados y agradecí el hecho. Porque a su causa he podido relajarme y disfrutar del resto de la noche.
La gente de los medios, los contricantes y la familia de mi esposo se retiraron a la hora de haber pasado al salón. Los allegados más venenosos también, y para cuando lo notamos, quedaron los más leales y en apariencias, transparentes, gozando sanamente del festejo.

Suspirando profundo apoyo los codos en una mesa repleta de copas vacías. Me recargo y desde ahí reparo a Jackson, comportándose como lo que realmente es: un salvaje.

Se soltó el cabello, se sacó la chaqueta y se desprendió la camisa. Fuma a placer y bebe sin importarle otra cosa.

Está feliz... Y me gusta verle feliz.

La sonrisa bobalicona muere y trago.

Ojalá el recuerdo de este día sea el bálsamo que le ayude a pasar el amargor para ese día.

El día de mi partida, donde irme y no volver a buscarlo jamás acabará siendo mi sentencia. Ese día negro, turbulento y destructivo donde me llevaré todo; absolutamente todo de él y le daré un premio consuelo: mi deseo sincero porque logre sacar la cabeza a flote en algún momento... Si es que puede.

Me aclaro la garganta soltando el aire de a poco, incorporándome cuando una mano se imprime en mi hombro desnudo y volteo de inmediato, arreglando el tirante del vestido en blanca seda satinada que es escudriñado con cierta envidia.

—Me retiro.

El mirar almendrado, algo ambarino y felino me repara despectivamente de la cabeza a los pies. Empieza por mi cabello, baja por la simpleza en el atuendo de recambio y vuelve a subir... Deteniéndose expresamente en mi alianza matrimonial.

—Pensé que ya te habías ido —lo digo a secas. Sin interés por sonar cordial y mucho menos, amable.

—Pude haberme largado antes —viborea—, pero quedarme suponía mostrarte lo masoquista que eres. Porque fue bastante masoquista de tu parte haberme invitado.

AVARICIA © Pecados Capitales I +21 EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora