CAPÍTULO XI

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MILA

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MILA

Me despierto en su cama, abrazada a sus almohadas como si fueran las mías. Tomo un baño en su ducha y me visto con su ropa.

«Te le estás apoderando de todo y la ceguera del deseo lo tiene tan obnubilado que no se está dando cuenta»

Mis pies descalzos recorren la habitación de Tarzán Lennox.
Sin temor a equivocarme podría decir que es el dormitorio más grande de la mansión. El más fino y exuberante en ambientación.

Cama King, grandes espejos, vestidores inmensos cargados de innumerables prendas masculinas; desde trajes y zapatos hasta gemelos, pañuelos y accesorios. Perfumes caros, lociones aún más caras, buen sonido, un enorme plasma, el costoso escritorio sobre el ventanal.
Fácilmente podría vivir una persona en este cuarto o en su baño, porque con las dimensiones que alberga bien sería ambiente para uno.

Deslizo la mano por las sábanas de seda y me paro delante del espejo tocador, cuidando de no pisar ningún frasco roto de los que anoche sin pena, él botó al piso.

Enrollo la playera Polo que agarré del vestidor y la paso por mi cabeza, notando que lo que a Jackson le queda espectacular, a mí me sobrepasa las rodillas.

Me quedo absorta, mirando la hora en el reloj digital que adorna una de las mesas de luz. Todavía no dieron las seis y el ricachón no se encuentra en la recámara.

Hábitos.

Curiosos e intrigantes hábitos.

Me siento en el filo de la cama y apoyo las manos en el colchón.

Es momento de seguir avanzando.

Ya me le metí en el alma; llegó la hora de pudrirle hasta las entrañas. De volver mascota al domador y empezar a conquistar su mundo, que a eso he venido.

Los Lennox tienen algo que necesito y Jackson es mi llave.

Muevo la cabeza deleitándome en el crujido de mis vértebras. Me levanto y en puntillas salgo del dormitorio bajando sinuosamente las escaleras. Aún no amanece y la gigantesca morada permanece en completo silencio.

Me asomo a la sala; no hay nadie, pispeo el living, tampoco. Nadie en la sala de juegos y apuestas y tampoco en los recibidores.

Todo luce desordenado, casi caótico. Todo se ve igual que anoche y...

—Buen día —freno con mi saludo a un hombre de mediana edad y gran estatura que aparece de pronto—. Disculpe, ¿me podría decir si... Hoy vendrá alguien a arreglar este desastre?

El caballero me ve con espanto y no se da siquiera el tiempo de devolverme el gesto; sale con prisas en dirección opuesta a la que yo me encuentro.

—¡Señor! —lo sigo, llamándolo en murmullos—. ¡Señor, sólo lo preguntaba porque... No me molesta colaborar y organizar un poco!

AVARICIA © Pecados Capitales I +21 EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora