Regreso a Seattle

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Habían pasado 2 días desde que pensé que todo estaba perdido con Eddie. Estábamos en la escuela, era hora del almuerzo y estábamos en su casillero mientras guardaba unas cosas cuando mi teléfono sonó.

—Es Ari, demonios no la llame.

—Tssss— siseo Eddie e hizo una mueca torciendo la boca.

Lo golpeé en el brazo mientras contestaba la videollamada.

—Ari discúlpame— los sollozos del otro lado de la línea me hicieron callarme. —¿Ari qué pasa?

—Dulce se los llevaron— apenas podía entenderle por el llanto.

—Ari cálmate, ¿a quién se llevaron?

—A mis padres, se los llevaron a ambos, Dulce no sé qué hacer.

Eddie cerró su casillero y puso atención a lo que Ari decía.

—¿Quién se los llevó?

—El ICE vino por ellos, se los llevaron arrestados. Dulce tengo mucho miedo, no sé qué hacer.

—Tranquila mi niña, debe ser un error. Necesito que sigas en la línea conmigo. Vamos a solucionar esto.

—Vamos con tus padres— Eddie susurro en mi oído, tomó mi mano y corrimos al estacionamiento.

Ya en la van Eddie comenzó a conducir lo más rápido que podía mientras yo intentaba tranquilizar a Ari.

—¿Qué pasó?

—No lo sé, no estoy segura. Un vecino fue por mí a la escuela y me dijo que llegaron los de inmigración que entraron a mi casa y vieron como se los llevaban esposados, ahora estoy en su casa.

Casi cuando íbamos a llegar a casa la línea se cortó.

—No, no, no, no— comencé a gritarle al teléfono.

—¿Qué pasó?— preguntó Eddie viendo el camino.

—Se cortó la línea— intenté llamar de nuevo pero no respondía. —Maldita sea, carajo.

Eddie tomó mi mano.

—Dulce ya casi llegamos, tranquila.

Cuando Eddie se estaba estacionando abrí la puerta y baje corriendo antes de que se parara por completo, escuche sus maldiciones a mis espaldas pero no me importaba en este momento.

Entre corriendo a la casa llamando a mi mamá a gritos, afortunadamente mi papá estaba con ella y ambos llegaron corriendo a la sala cuando me escucharon.

—¿Qué pasa Dulce?— ambos me veían con su rostro lleno de preocupación.

—Ari... ella... sus padres— no podía hablar, me faltaba el aliento por correr y por estar llorando.

—Dulce respira mi amor. ¿Qué pasa con Ari?— mamá me tomó en sus brazos presionándome fuerte contra ella.

—Inmigración se llevó a los padres de Ari— contestó Eddie cuando entró por la puerta. —Le marcó por teléfono y después se cortó la llamada cuando veníamos para acá.

—Vuelve a llamarla— dijo papá mientras sacaba su teléfono.

—Ya lo intenté, no contesta— intente llamar de nuevo.

—Sigue intentando— señalo mi celular. —Frank hola, habla Gabriel Herrera, tengo una situación con el ICE no sé si puedas ayudarme— salió de la sala para hablar por teléfono.

Después de que contactamos a Ari de nuevo y papá encontró quien pudiera ayudarnos y que le dieran unos días libres en el trabajo, mis padres y yo volamos a Seattle. Empacamos algunas cosas que podríamos necesitar y salimos. Llegamos al aeropuerto en la noche.

—Me mandas mensaje cuando lleguen por favor— dijo Eddie mientras me abrazaba. —Te amo.

—Sí, también te amo. Por favor conduce con cuidado de regreso, igual me mandas mensaje cuando estés en el remolque.

—Lo haré, tranquila aquí estoy para lo que necesiten.

Cuando llegamos a Seattle, le mande mensaje a Eddie y le dije que intentaría mandarle mensajes con actualizaciones de la situación pero que tendría toda mi atención en Ari, él lo entendió y me dijo que no había problema.

Desde que llegamos papá se contactó con un abogado que le habían recomendado, como era un caso de deportación tenían que actuar de inmediato. Los vecinos ayudaron en todo lo que podían y Ari habló acerca de la situación de sus padres. Estuve con ella todo el tiempo sosteniendo su mano.

Hicimos todo lo que pudimos para ayudarlos, desearía poder haber hecho más, me destrozaba sentirme tan impotente ante la situación.

Después de 2 semanas regresamos a Hawkins, sentía que una parte de mí se quedó en Seattle con Ari y nunca la iba a volver a recuperar. No tenía ganas de hacer nada, solo quería dormir para poder olvidar todo.

En cuanto llegamos a la casa subí a mi cuarto a encerrarme.

Estaba en mi cuarto llorando, apenas escuche que abrían mi puerta por mis sollozos. Sentí como se hundía un lado de mi cama y pude ver los murciélagos cuando me jalaron para abrazarme.

Eddie no dijo nada, solo se quedó ahí abrazándome, frotando mi espalda y arrullandome.

Mis padres hablaron de la situación en la escuela y me dieron días libres.

Eddie se quedó conmigo todo el tiempo que pudo. Diario venía a verme después de la escuela y se quedaba hasta muy tarde e incluso algunos días dormía aquí.

—Hola cariño— dijo Eddie sentándose en mi cama. —Tu mamá te mando un sándwich.

—No tengo hambre— susurre.

—Sé que no tienes hambre cariño pero tienes que comer algo, por favor, por mí— acarició mis piernas por encima de la sabana.

De mala gana me senté y tomé uno de los sándwiches que había en el plato. Eddie me veía masticar con una sonrisa.

—Dulcecito— se puso de pie y fue a mi bote de basura recogiendo el papel que había caído afuera. —Es tu carta de aceptación ¿por qué está en la basura?

—Ya no voy a ir,  es basura.

—¿Rechazaras Harvard? ¿Estás loca?

—No Eddie, no estoy loca, soy una inútil, no puedo hacer nada por nadie. No pude ayudar a los padres de Ari, le falle así como voy a fallar en la universidad por que hacer que mis padres gasten dinero si de cualquier forma voy a fracasar.

—Dulce no, no le fallaste, esto era algo que estaba fuera de tus manos, no puedes culparte por lo que pasó. Ari no querría...— me puse de pie.

—¡NO! No sabes lo que Ari sentía o pensaba, no era tu Ari, era mi Ari— comencé a empujarlo a la puerta. —Dejen de hablar de ella como si la hubieran conocido como yo.

—Espera Dulce no, no, no, no— comenzó a tocar la puerta después de que lo eche de mi cuarto. —Abre la puerta Dulcecito por favor.

—¡LÁRGATE! NO QUIERO VERTE NO QUIERO VER A NADIE— me senté en el piso abrazando mis piernas dejando que las lágrimas fluyeran. —Déjenme sola, quiero estar sola— dije en un susurro ya no tenía fuerza de nada más.

 —Déjenme sola, quiero estar sola— dije en un susurro ya no tenía fuerza de nada más

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