Travesuras

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Ella era bastante conocida por muchas cosas: su belleza, inteligencia, terquedad, y su corazón noble.

Pero para algunos, ella era una cría bastante traviesa.

Nadie sabía de dónde la había heredado, probablemente de alguno de sus padres vikingos, pero desde que aprendió a usar sus dos pies para caminar hacia adelante su naturaleza traviesa salió a flote.

Al inicio eran bromas pequeñas e inocentes que cualquier cría de su edad podría hacer y salirse con la suya; desde salir de una roca de la nada para asustar a quien sea que esté pasando hasta esconder Gusafuegos entre la comida de algunos dragones más grandes.

¿Y quién resultaba involucrado por ello? Exactamente, Chimuelo.

Cómo maldecía a los cuatro vientos haberse enamorado de ella.

Amaba a Hicca, de verdad que lo hacía, pero ella tampoco se lo dejaba tan fácil.

...

Hubo una vez que Chimuelo estaba durmiendo pacíficamente en la cueva que él compartía con Hicca cuando ambos tenían seis y ocho años respectivamente. Disfrutaba del ambiente y la acústica de lo que consideraba su habitación dejando que su mente divague por el mundo de los sueños.

Momento de paz que se fue inmediatamente por la borda cuando sus orejas se movieron de forma instintiva al escuchar ruido y un par de pasos bastante familiares para él.

Abrió uno de sus ojos para encontrarse que, en efecto, Hicca había regresado a su cueva tratando de ser lo más sigilosa posible. Cosa que supuso cuando la vió entrar en puntillas y aguantando su respiración como si tuviera miedo de despertar a Chimuelo.

-¿Qué crees que haces, renacuajo?

Aguantó una carcajada cuando vió a la chica pegar un salto hacia el techo y soltó un pequeño chillido. Sin embargo, no fue hasta que notó algo en las manos de la chica que supo que tenía que ver con su comportamiento.

Más cuando ella se dió cuenta que estaba siendo analizada escondió sus manos detrás de su espalda.

-Hicca.

-Chimuelo.

-Hicca.

-Lagartija gigante.

-Hicca.- su tono fue más serio.

-Dime.

-¿Qué es eso entre tus manos?

-¿Qué cosa?

-No creas que no te ví.

-No tengo idea de lo que estás hablando.

Chimuelo sabía que no iba a sacarle una respuesta, por lo que hizo la cosa más lógica de todas.

Abalanzarse a Hicca.

-¡Wah-! ¡Chimuelo! ¡Pesas, quítate!

-No hasta que me enseñes lo que escondes.

-¡Pero no tengo nada!

-Entre más lo niegues, más peso pondré.- puso más peso en sus patas y atraparla, pero no lo suficiente para lastimarla.

-¡Quítate!- chilló.

-Última oportunidad.

-¡Ya, déjame! ¡Me rindo!

Con una sonrisa burlona, Chimuelo se quitó de la chica y ésta se levantó ajustando su ropa, lo cual fue un error de su parte. Pues al hacerlo, su vestido verde terminó manchándose de algo negro.

-... Hicca.

-¿Sí?

-¿Qué es eso?

-¿Qué es qué?

-Eso.- señaló con su pata las manchas.

Hicca dirigió la vista hacia la falda de su vestido y abrió los ojos sorprendida y Chimuelo reconoció que ella tenía esa expresión de "me acabo de delatar".

-... ¿Qué hiciste?

-Nada.- se defendió rápidamente.

-¿En serio?- preguntó de forma escéptica.- Entonces esas manchas debieron aparecer por arte de magia, ¿no?

-¿Puede ser?

-¡HICCA!

Su interrogatorio no llegó a más cuando escucharon ese familiar rugido de su guardián, claramente enfadado. Chimuelo volvió a ver a Hicca, con su piel ahora con cinco tonos más pálida y hasta estaba temblando un poco.

-¿Qué tontería hiciste ahora?

-... Dígamos que puede o no que haya pintado con carbón...- desvió la mirada.- En el rostro de padre...- a cada palabra su tono de voz bajaba más y se encogía en su lugar.

Ella no tenía idea del problema en el que acababa de meterse. A ambos.

De haber estado en su forma humana se hubiera abofeteado en la frente.

-¿Tu qué?

-... Es que estaba aburrida.

-Hicca, te juro por todos los dioses que–

Su amenaza se vió interrumpida cuando su guardián llegó a la habitación de ambos  bastante enojado. Chimuelo se hubiera reído de los garabatos en su cara de no ser porque la ira no era dirigida solo para Hicca, sino también para él.

¿La razón? Porque todos sabían que donde estuviera Hicca, Chimuelo estaría con ella. Por ende, era su cómplice con o sin quererlo.

El Furia Nocturna recuerda cómo él e Hicca estuvieron una semana en su Nido limpiando todas las cuevas de la montaña.

De verdad, él sentía que se merecía una medalla o algo por aguantar tantos años a Hicca y todas sus bromas.

Abrió los ojos dándose cuenta de que se había quedado dormido y aquel recuerdo no fue más que un sueño.

Ni siquiera recuerda en que momento se quedó dormido, pero su cuerpo le agradecía por finalmente tomarse un pequeño descanso.

Volteó a la derecha encontrándose con su hijo Torden y sus sobrinos jugando en la arena y como parecían gastarse un par de bromas entre ellos.

-¿Tuviste un buen sueño?- la voz de Hicca lo trajo a la realidad, quien le había traído un tazón con pescado.

Como amaba poder ver a su querida esposa e hijo una semana al mes.

-Podría decir que sí.- respondió devorando su comida en menos de un segundo.

-El sueño me involucraba, ¿verdad?

-¿Por qué lo dices?

-Me estabas insultando entre gruñidos.- le respondió fingiendo molestía.

-No sé de lo que me estás hablando.- rió cuando ella le empujó con el hombro.- ... Renacuajo.

-Dime.

-¿Crees que Torden se vuelva igual de travieso que tú cuando eras una cría?

-Nah. No creo.

Sus palabras murieron inmediatamente cuando vieron que su hijo comenzó a tomar piedras entre sus manos y comenzó a lanzarlas hacia sus primos bajo la excusa de "entrenamiento de combate".

-... Me equivoqué. Resultó ser peor.

-Cállate que tu tienes la mitad de la culpa por eso.

Sí, definitivamente las travesuras eran hereditarias.

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