Esperar

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En la isla de Nueva Berk, más allá de sus montañas y bosques frondosos, existía una aldea cuyos habitantes habían experimentado los cambios que conllevaron tanto pelear contra los dragones, coexistir con ellos, y decirles adiós.

En una de las casas más alejadas se encontraba una figura sentada en su pequeño porche en lo que era su silla y realizando la misma rutina de hace sesenta años.

Lo que antes fueron hermosos cabellos castaños ahora se habían convertido en hebras grisáceas con destellos tan blancos como la nieve. Aquellos ojos verdes que antes reflejaban amor y retaba a todos sus enemigos se vieron opacados por todos los años de sabiduría que le fueron drenando el color de a poco. Ella había pasado a la historia como una de las vikingas que había logrado lo imposible al hacer que tanto los humanos y dragones vivieran juntos por un largo periodo de paz.

Ahora ahí estaba ella, sentada y presenciando con lo poco que le quedaba de vista los hermosos rayos del atardecer que se escondían con el paso de los minutos.

Un suspiro escapó de sus labios cuando su mente comenzó a divagar por sus recuerdos de cuando era jóven y teniendo siempre en ellos a aquel que consideraba su alma gemela. Todas las bromas juntos, aventuras, momentos difíciles, los vuelos, las palabras de amor, y memorias que crearon juntos fueron albergando en su corazón ese sentimiento de calidez que le hacía recordar por qué estaban al lado del otro en primer lugar.

Fue una lástima que aquellos a los que consideraba su familia, los dragones, tuvieron que irse al Mundo Oculto y saldrían nuevamente cuando los humanos hayan aprendido que ellos no eran monstruos que le deseaban el mal a nadie. Sin embargo, su pequeño hijo, Torden, había sido la prueba viviente de que era posible la unión entre ambos.

Ahora su pequeño tesoro se había convertido en un vikingo hecho y derecho, incluso ya había creado a su propia familia e Hicca sonreía de forma alegre cuando su casa parecía ser una zona de guerra cuando tenía a sus nietos corriendo por todos lados mientras que Torden ahora cumplía con las labores de jefe de Berk.

Viendo aquel atardecer le hizo darse cuenta que realmente la vida se pasó volando en un parpadeo. En un momento ella estaba celebrando su tercer cumpleaños y ahora estaba ella ahí sentada pensando en el pasado.

¿Acaso a ésto se referían con que uno veía su vida pasar ante sus ojos en el momento de su muerte? No estaba segura.

Volteó hacia su lado derecho encontrándose con la silla mecedora que tenía a su lado y con ello regresó a su línea de pensamiento inicial.

Chimuelo.

Su amado dragón.

¿Cuándo fue la última vez que lo había visto? Ya hace años de ello.

Se deprimió cuando la naturaleza hizo su trabajo y le terminó arrebatando a su mejor amigo. Al menos le vió el lado bueno y se sintió aliviada de que Chimuelo había pasado a mejor vida yendo al Vanaheim para poder pasar el resto de sus días tranquilo y ahora probablemente la esté esperando en el Valhalla.

Meció su silla con delicadeza y dejó que de sus labios escapara otro suspiro. Ahora que se daba cuenta los párpados comenzaban a pesarle más de lo habitual y sentía que su cuerpo estaba más relajado que lo usual.

En ese momento decidió ceder ante su cansancio y cerró los ojos esperando sumergirse en uno de esos recuerdos que se manifestaban a modo de sueño.

Grande fue su sorpresa cuando al abrirlos se encontró a sí misma en un espacio completamente en blanco. Volteó a ver hacia todos lados confundida y avanzó un par hacia delante tratando de encontrar una salida o la lógica detrás de su sueño.

-Renacuajo.

Se quedó congelada al instante.

Solo había una persona que la llamaba de esa manera. Se dió la vuelta de forma lenta y casi mecánica a la vez que sentía que el aire se le escapaba de sus pulmones mientras que las lágrimas se acumularon rápidamente en sus ojos.

Frente a ella se encontraba su mejor amigo y compañero de toda la vida. No había cambiado en lo absoluto, ya que estaba en su forma humana pudo notar que se veía exactamente como cuando eran jóvenes, de entre dieciséis o diecisiete años, y en su rostro estaba dibujada una sonrisa que era dirigida hacia ella con ternura y sus ojos reflejaban el mismo amor con la que la veía todos esos años a su lado.

Salió de su sorpresa cuando se dió cuenta de que había corrido de forma inconsciente hasta colisionar su cuerpo contra el de Chimuelo, quien no perdió ni un segundo para rodear sus brazos alrededor de su cuerpo y le regresaba todo el sentimiento.

A ojos de Kreston, la chica había regresado a su tierna edad de catorce años, cuando todo lo que ella quería hacer era explorar el mundo y crear nuevos inventos. Escuchaba como ella lloraba en su hombro sacando todos sus sollozos que venía aguantando desde hace años y él parpadeó rápidamente para evitar dejar caer las lágrimas que amenazaban con desbordarse en cualquier momento.

Diez largos años de espera habían pasado para volver a tenerla a su lado y escuchar nuevamente su voz.

Los dos se separaron después de lo que sintieron fue una eternidad e intercambiaron sonrisas, que en el caso de Chimuelo fue una chueca haciendo reír a Hicca, y se limpiaron las lágrimas restantes que recorrían sus mejillas.

-Tu eres una maldita lagartija gigante. Mira que siempre me haces llorar.- se quejó a modo de juego.

-¿Es en serio? Nos vemos después de tanto tiempo, ¿y lo primero que haces es insultarme?

Hicca volvió a reír y Chimuelo solo negó la cabeza de forma divertida.

-Bueno, ahora que estamos aquí. ¿Nos vamos?- preguntó extendiendo su mano a modo de invitación.

-Sí.- respondió ella entrelazando sus dedos y ambos comenzaron a caminar juntos en aquel espacio blanco a lo que sería su nuevo destino.

La vida puede ser dura cuando ves a tus seres queridos irse. Pero lo más importante que hay que recordar es que sin importar qué, ni dónde, cuándo, o cómo, ellos siempre estarán esperándote para recibirte con el más cálido de los abrazos.





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*El autor se esconde de la horda que está a punto de asesinarlo*

Cuentos de BerkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora