25. Sempiterno

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El día era lluvioso y las grises nubes ocultaban el dorado del sol, la tierra húmeda crujía contra los zapatos de los jóvenes que caminaban por el cementerio parisino.
—Aquí es, aquí está mi madre— susurró Timothée frente a la lápida y con anhelo la acarició. Katherine lo tomaba del brazo mientras observaban juntos.
—Espero haber hecho un poco de justicia, madre— colocó una rosa blanca sobre la tumba —Te amo—
Tras varios minutos de silencio comenzaron a retirarse del lugar, caminando con lentitud hacia la estación de trenes. Tenía meses que Timothée había dejado de consumir sangre desde aquella lucha, por lo que no podía usar sus poderes psíquicos y había empezado a envejecer de forma normal, aunque apenas se notara. Pero él había decidido hacer eso por Katherine, vivir una vida normal, una vida mortal. Estaban decididos a mudarse a Rumanía, casi no llevaban consigo cosas, solo algunas pinturas reales, dinero y joyas, nada más. Allá los esperaba un gran castillo herencia de la madre y la tía de Timothée. Un nuevo comienzo lejos del dolor y la incomprensión, en la que los dos se acompañarían hasta que la mortalidad los separara. O al menos eso era lo que Timothée tenía en mente.

Tras 5 largos días de viaje entre trenes, finalmente llegaron al Castillo de Sighisoara en Rumanía. Era uno de los más lujosos que jamás habían visto, con los vitrales más detallados y las decoraciones más exquisitas. Era suya, toda suya, nadie los molestaba, nadie los llamaba monstruos, estaban arriba en una gran colina  dónde nadie los cuestionaría, era su pequeño mundo y lo mejor, era que estaba a unos minutos de la academia de arte que recién había abierto para mujeres.

—Bañate y alistate, esta tarde prepararé una cena muy especial— dijo el muchacho acomodando sus cosas sobre la mesa.
—Debo lavar esta ropa primero, está muy sucia—
—No, te dejé algo arriba en la habitación— movió la cabeza indicando que fuese a ver.
Una vez que ella subió a la habitación encontró sobre la cama un hermoso y largo vestido rojo con cuello cuadrado y manga larga, unos zapatos negros y un precioso collar de cornalina, los observó emocionada y corrió de nuevo a buscarlo, él se encontraba en la cocina calentando agua para que pudiera tomar su baño.
—¡Amor mío! ¡Muchas gracias! ¿En qué momento conseguiste todo eso que no me di cuenta?—
Ahogado por el efusivo abrazo rió
—Los tengo desde que te ibas a casar con Bennet, los guardé hasta ahora— acarició el brazo de su amada —Moría por verte con ese vestido desde que lo ví en el aparador de la tienda—
—Gracias—
—Deprisa, ya casi está tu agua— ella obedeció.

El castillo era precioso pero tras su falta de uso tenía algunas deficiencias, sin embargo se sentía como el lugar más sofisticado y completo del mundo. Katherine tomó su baño y a la distancia podía percibir el aroma a comida que emanaba de la cocina, peinó su cabello y se puso el vestido, se sentía hermosa, su corazón aún dolía, aún se sentía triste, pero aquellos momentos con Timothée le hacían amar un poco más la vida, le hacían sentir que todos sus errores habían válido un poco la pena.
Bajó lentamente las largas escaleras en busca del chico. Él enseguida se asomó y sus ojos brillaron como nunca
—Eres tan hermosa— soltó una pequeña risa mientras se veía a si mismo —Debo arreglarme, mirame, sigo hecho un desastre— disminuyó el fuego de su comida y subió a bañarse y cambiarse de ropa, Katherine observaba la chimenea en la gran sala, estaba demasiado pensativa, con todo lo sucedido no había tenido tiempo de sentarse a no hacer nada, ahora estaba allí y se sentía demasiado extraña.
No pasó mucho tiempo hasta que Timothée regresó de su aseo. Su cabello estaba húmedo y vestía un elegante traje negro con camisa rosa. Mientras acomodaba sus mangas llamó a Katherine, ella se acercó y sonrió encantada —Me encantas— él la tomó de la cintura y en medio de una sonrisa la besó. La jovencita no dejaba de sonreír, acarició su suave y pálido rostro, se sorprendió al notar que tenía más arrugas en su piel, incluso más que días anteriores, aquello le provocó un golpe de tristeza en su pecho. Sabía que tenía cientos de años más que ella pero él había renunciado a su inmortalidad para estar a su lado durante su efímera vida. Bajó la mirada y siguió pensativa.
—¿Todo bien?— se dió cuenta de su cambio de ánimo.
—Sí. Cuidado con la comida, no se vaya a quemar—
Por un segundo lo había olvidado, Timothée corrió a la cocina y siguió preparando la cena mientras platicaban sobre las anécdotas de su vida y él como se enamoraron el uno del otro.
La noche se acercaba y el frío comenzaba a calar, Timothée comenzaba a sentirlo más de lo normal así que decidió servir la comida en cuanto antes para que no se enfriara.
—Toma asiento, la cena ya está—
El platillo era una pasta con espárragos, queso y pollo a las finas hierbas.
—Wow. Está delicioso— Katherine no pudo disimular su masticar rápido por lo deliciosa que estaba la cena.
—¿Si? Lo hice con mucho amor— dijo orgulloso con una sonrisa que achicó sus dulces ojos.
—¡Me encantó!— ni su atención ni su mirada se despegaban del rico platillo.
—Oh, falta el detalle final y más importante— interrumpió el joven y mientras ella comía sacó de la bolsa de su saco un anillo de diamante.
—Katherine— se arrodilló frente a la mesa, ella traía aún un gran bocado de comida que no la dejaba hablar, estaba conmocionada, lo que provocó una risa en él. —Hermosa Katherine que ama mis platillos, no sé cómo ocurrió esto, pero te agradezco por tanto, solo quiero hacerte feliz, acompañarte y verte sanar, eres la criatura más maravillosa que me pude encontrar en esta tierra, te amo y si me lo permites, yo quiero ser tu esposo....Tú...¿quieres ser mi esposa?—
Katherine tenía el rostro rojo como la sangre y sus ojos brillaban más que el mismo diamante del anillo, entre pequeños saltos de alegría asintió.
—¡Sí, si quiero Tim!—
Él la cargó con fuerza y mientras daba vueltas besó su cuello.
—Gracias, gracias, gracias—
Se sentía poco digno de tanta felicidad, la tomó de la mano y comenzaron a bailar mientras él tarareaba el vals que tanto le gustaba.
Ella reía y de vez en cuando refugiaba su rostro en su pecho, la euforia los tenía bailando en el gran salón, en algún punto de su divertido baile Katherine alzó la mirada y pudo ver qué bailaban frente a un espejo y como se veía la extraña figura de su amado, era como si no pudiese reflejarse bien, ella se veía pero él apenas era perceptible, aquello le asombró en primera instancia pero después le causó curiosidad, los pensamientos volvieron a su cabeza.
—¿Estás bien, Kat? ¿Ya te cansaste?—
—Sí, No. Yo... Tim—
—¿Sí?—
¿Nunca pensaste en... Consumir mi sangre?—
Aquella pregunta lo paralizó, no entendía a qué iba ese cuestionamiento.
—¡No! Jamás te haría daño— ella lo observó poco convencida —De verdad Katherine, ¿A caso... Me temes?—
—¡No! Solo me causó curiosidad—
—Jamás pensé en hacerlo, sería dañarte y si dejé de hacerlo fue por ti—
—Y... ¿Y si quiero que lo hagas?—
—¿De qué hablas?— empalideció.
—Tim, no quiero verte envejecer más, renunciaste a tu naturaleza por mí y eso me duele, todas las personas en mi vida renunciaron a cosas por mí. Yo he logrado cosas que siempre quise, pero... No quiero seguir interfiriendo en la vida de los demás— lo miró a los ojos pero estaba evidentemente confundido.
—Escucha, ¿Es posible que renuncie a mi mortalidad?—
Aquella declaración provocó asombró en Timothée, jamás pensó que ella pudiera estar ofreciéndole convertirse en uno de ellos para que él estuviese bien, le parecía enternecedor pero le asustaba.
—¿Lo dices en serio?—
—Sí—
Exhaló —No es inmortalidad tal cual, pero si un tipo de poder y una vida muy, muy larga—
—¿Es posible que tú me des ese poder?—
—Sí, lo es pero... ¿Estás segura?—
—Lo estoy—
—Katherine...—
—Por favor, Timothée, quiero hacerlo—
El chico pasó su mano por su rostro y después de exhalar habló.
—Primero debo drenar toda tu sangre sin consumirla y después darte de la mía en el mismo sitio—
Ella lo observó decidida y asintió, a él le asustaba pero a la vez le resultaba emocionante, al final por más abstinencia que tuviera seguía siendo lo que fue desde que nació.
Comenzaron a bailar de nuevo, cada vez más lento, mientras sus verdes ojos la miraban embelesados, sus manos daban pequeñas caricias en su cintura y sus torsos chocaban cada vez más uno contra el otro. Timothée fue bajando lentamente su rostro hasta tocar sus labios y se perdieron en un beso lento mientras seguían bailando, ella acariciaba su cuello y tomaba su mano con fuerza, la respiración de Timothée se volvía desequilibrada cada vez que su lengua tocaba sutilmente los suaves labios de Katherine. Ella comenzó a jalar sus rizos con suavidad y descontrol cuando sintió los fríos labios del muchacho rozar su cuello y tocar sus pechos. Él concentró su atención justo en la zona de la yugular y susurró jadeante sobre su tierna piel
—¿Estás segura?—
—Hazlo—
Procedió a lamer su cuello con delicadeza y sus pupilas se dilataron en unas inevitables ganas de continuar hasta que sus filosos colmillos lograron atravesar la piel y el torrente sanguíneo de su amada seguido de un quejido de dolor y gozo que pocas veces se escuchaba en las paredes del castillo pero que había sellado aquel amor incomprendido y sempiterno.

🖤

Fin

Fin

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Sempiterno • Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora