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Un mes había pasado rápido, treinta días donde serena podía jurar nunca se había sentido tan tranquila y feliz.

Las idas a la playa con seiya eran fabulosas, a veces los demás se les unían y terminaban en la playa hasta que se ocultaba el sol, la rubia no podía estar más agradecida con ese grupito de personas que literalmente le habían salvado la vida sin saberlo.

Había conseguido trabajos temporales como traductora de turistas japoneses y se había dedicado con Setsuna más que todo a visitar los monumentos y aprender de ellos.

Mykonos era mágico, dual, podía ser tan arquitectónico como quería y tan alegre y pintoresco como lo pretendiera la isla.

Serena ya no era tan pálida como cuando llegó al lugar, su piel estaba ligeramente bronceada y había ganado el peso que había perdido con todo lo ocurrido en Japón.

Era un tema aún espinoso, dolía pero ahora estaba más tranquila, había hablado mucho con Michiru y Seiya respecto al tema y poco a poco iba entendiendo muchas cosas.

Como que ella no era la culpable de lo que había pasado...

Aún pensaba en Darién, fue mucho tiempo a su lado, muchas experiencias vividas, muchas lágrimas derramadas, y también muchos momentos felices de los que estaba plenamente agradecida.

También creía que si no hubiera tenido que vivir todo lo que vivió, jamás hubiera llegado a este maravilloso lugar, conocido personas tan cálidas y vivo experiencias que no sabía que podía vivir.

Su vida antes giraba en torno a sailor moon y las sailor scouts, a procurar que el destino se cumpliera a cabalidad sin importar los sacrificios que debía hacer el camino. Ahora todo su mundo es diferente, tiene una capacidad de elección que antes no controlaba, y ha tenido muchas primeras veces que pensó eran innecesarias.

Hasta que conoció a seiya y su forma tan extrovertida de ver la vida.

El hombre le brindaba unas inmensas ganas de vivir, de ser feliz, de sonreír ampliamente, la incentivaba a tomar riesgos, a saltar de un peñasco al mar, a andar en motocicleta e incluso aprender a manejarla, por fin sentía que estaba viviendo una vida normal.

Le gustaba seiya, lo había aceptado hace tiempo, obviamente ambos se atraían de una manera poderosa, aunque ninguno se había atrevido a dar el primer paso, eran más que unidos, serena a veces iba a los pequeños conciertos otras veces se quedaba en casa pero usualmente siempre estaban juntos, hablando, comiendo o simplemente haciéndose compañía en silencio.

No estaba segura si debía lanzarse, no quería lastimar a nadie, pero a la vez quería vivir el destino que ella misma estaba trazando, le gustaba la sensación de incertidumbre y sentía un cosquilleo en el estómago cada vez que seiya se acercaba a ella.

No sabía si había dejado de amar a Darien, quizá nunca lo hiciera, no que amaría por siempre de manera romántica, pero si lo amaría por formar parte de su vida, a él y a las sailors, y definitivamente si un enemigo volvía ella estaria allí para pelear junto a ellas.

Pero ahora estaba fascinada con los pequeños detalles que el pelinegro tenía con ella, no eran cadenas de oro, ni cenas en restaurantes lujosos, que ahora entendía muy probablemente era la conciencia de su ex prometido gritándole lo que hacía a sus espaldas. Eran pequeñas caracolas con lindas formas, coronas de flores, caminar por la ciudad, un helado, canciones y momentos que probablemente no tenían ningún valor económico pero para ella valían el universo entero.

Hace dos semanas había cambiado de línea telefónica, Michiru la había felicitado por tener la fuerza de salir de ahí, de donde le hacían tanto daño y que cuando se sintiera con más fuerzas podría volver a enfrentar su pasado y que si incluso no se sentía con fuerzas para hacerlo, no era obligación para ella.

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