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—¡Luke! —Emma corre a mis piernas y yo me agacho para cogerla en brazos.

Pese a la alegría en su voz, la pequeña entierra su pequeña cabecita en el hueco de mi cuello y se empieza  a sollozar.

—Mi hermana no sabe quién soy... no recuerda mi nombre...

Al final, rompe a llorar y yo no sé qué más hacer que no sea abrazarla. Tengo la sensación de que tengo que proteger a esta enana de la vida real, la que realmente amarga a las personas. Pero no sé cómo protegerla de esto, y verla tan rota no me está haciendo ningún bien.

Su madre está en la esquina de la habitación, hablando con los médicos. Está al límite, y no es difícil de darse cuenta de eso; las manos le tiemblan, no le salen las palabras y las pocas que consigue pronunciar suenan apagadas y atrancadas.

Emma no ha parado de llorar en ningún momento desde que la cogí en brazos, y parece que acariciarle su melenita la tranquiliza, aunque solo sea un poco. Dejo a le pequeña desahogarse sobre mi hombro, arrugando mi camiseta allá donde se aferra a ella con los puños y empapándola en donde ha fijado su mirada.

May sigue mirando por la ventana, y me sorprende el hecho de que no sea para nada como yo me la había llegado a imaginar. Le había pintado unos ojos más azules que el cielo mismo, y una sonrisa que le llegara hasta ellos y los iluminaran. Sin embargo, sus ojos son tan negros como el agujero en el que se ha convertido mi vida.

Amnesia [l.r.h.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora