Capítulo III

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"Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso, ¡qué soledad errante hasta tu compañía!" - Pablo Neruda









Creo que llevo con la boca abierta mucho rato, porque él se ríe. Burlándose de mí. Cierro la boca, y me pongo de pie rápidamente, trastrabillando con mis propios pies. Maldita sea mi torpeza

Él me coge por la cintura, evitando mi caída. Y me pega a su cuerpo.

- Hola Ana - dice. Mi cuerpo se tensa y lo miro a los ojos. No puedo respirar. Tiene una expresión burlesca, aunque eso no es lo que me deja sin aliento.

Son sus ojos.

Ojos color miel.

Iguales a los de Cameron.

Jódete Max Quinn, por parecerte a tu hermano.

Empujo con mis manos su pecho, haciendo que sus manos me suelten, y doy unos pasos hacia atrás. Me siento mareada.

¿Por qué tuve que encontrármelo? ¿Por qué tuvo que venir, justamente hoy que vine a visitar a Cam?

Max no vino el día del entierro de Cam, así que supuse que nunca lo volvería a ver. Maryssa, la mamá de los hermanos Quinn, dijo que siendo Max el hermano mayor, no quería ver como enterraban a su hermano pequeño. Pero en serio, ¿quién carajos no asiste al entierro de su hermano?

Yo por mi parte, no soporto a Max. Nunca me ha caído bien, y creo que es algo mutuo. Y menos, después de que el día que Cameron le dijo que tenía cáncer, éste solo salió por la puerta del apartamento en el que vivíamos Cam y yo, y nunca más volvió a visitar a su hermano. Hasta el día en que Cameron pidió que Max fuera a verlo al hospital. El mismo día que murió.

Miro a Max, y él sigue mirándome. Le frunzo el ceño. Él sacude la cabeza y se gira para quedar frente a la lápida. Luego se agacha, y palmea la lápida. Y ese gesto hace que me fallen las piernas.

Cuando los hermanos Quinn eran pequeños, Max siempre fue más alto que Cameron, así que cuando este hacía o pasaba por algo especial, Max se acercaba a él y le palmeaba la cabeza. Bien hecho amigo, le decía felicitándolo. Ambos hermanos se amaban. Lo sé, porque cuando conocí a los chicos Quinn, tenía ocho años y este gesto de Max hacia Cam era muy común, incluso al paso de los años.

- Hola amigo - dice Max, sacándome de mis pensamientos. Meto las manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta. - Espero que te hayan gustado las flores. Mamá dijo que siempre que venía te traía flores, pero quería ser esta vez yo quien te trajera tus favoritas. Ya sé que no te las traje yo mismo, pero necesitaba ir al baño - dice lo último riéndose. Ruedo los ojos. Cómo no Max, cómo no. - Siento no haber venido más después del entierro, pero tenía un viaje que hacer. Ya sabes cómo es esto del boxeo - dice. Pero yo me quedo atrapada en una sola oración. Siento no haber venido más, después del entierro. No puede ser posible, Max no pudo haber venido ese día. Yo lo hubiera visto. Y aunque no lo hubiera hecho, alguien de la universidad me hubiera dicho que lo vio. Nadie se perdería la presencia del gran Max Quinn. Pero no fue, lo sé.

- ¿Estuviste el día de su entierro? - le hablo por primera vez. Él pasa su mirada por mi cara. Se encoje de hombros, y vuelve su atención a la lápida. Aunque ya no puedo escuchar nada más, sólo pienso en el hecho de que él haya estado aquí hace seis meses, y ni siquiera su mamá se dio cuenta. - ¿Estuviste el día de su entierro, Max? - intento de nuevo. Pero parece como si no me escuchara, porque sigue hablándole a la lápida. Estúpido. - Te hice una pregunta, Quinn - digo más fuerte de lo que pretendo. Él se calla instantáneamente.

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