Capítulo IV

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"Y es que cuando uno sacude el cajón de los recuerdos, son los recuerdos los que terminan sacudiéndolo a uno." – Andrés Castuera – Micher








 - ¿QUE ÉL HIZO, QUÉ? – grita Lee. Por tercera vez, desde que llegué a casa hace una hora. Les conté a mis dos amigas lo que había sucedido en el cementerio, incluyendo el beso. Maldito Max.

Cuando Max se fue del estacionamiento del Western Heights, me quedé allí unos diez minutos más. Conmocionada. Olvidando que tenía que llegar a casa deprisa. Así que, en el camino al apartamento mi cabeza no dejaba de darle vueltas a la misma pregunta.

¿Por qué carajos me besó?

Me tomó treinta minutos llegar, y aun cuando estacioné el auto fuera del complejo de apartamentos en donde vivíamos, no me sentía capaz de subir los cinco pisos hasta nuestro apartamento. Tenía miedo de lo que mis amigas pudieran pensar de mí. Al final, decidí que lo mejor era no esconderles nada. Tarde o temprano se enterarían. Son mis mejores amigas, después de todo.

- Vamos Lee, es la tercera vez que lo preguntas – digo, rodando mis ojos. Ella no ha parado de caminar de un lado para el otro en la sala de estar. Como un león enjaulado. Ella se detiene, y camina hacia la silla en la que estoy sentada. Se inclina, hasta dejar su cara a la altura de la mía. Sus ojos recorren toda mi cara, como si estuviera buscando algo.

- No lo entiendo, Ana. ¿Por qué habría de besarte? – dice lo último más para sí misma. Vuelve a su posición inicial, y comienza su recorrido de aquí para allá, una vez más. Me encojo de hombros.

- Yo que sé. No es como si hubiera podido preguntarle. Ya les dije que no tuve tiempo de hacer nada, cuando ya estaba subiendo a su moto – digo. Miro hacia la ventana.

La asquerosa moto en la que Max se fue, era la misma Ducati que casi hace que me estrelle. Pero no caí en cuenta, hasta cuando ya venía en camino hacia aquí. La realización se estrelló tan de golpe en mí, que mis ojos se abrieron tanto que creí que tal vez podrían caerse. Max no sólo hace que casi tenga un accidente, sino que además también me enseñó el dedo medio.

- Definitivamente, Max Quinn es una verdadera caja de sorpresas, ¿no, Ana? – me pregunta Kay. Volteo a mirarla, y su rostro refleja tal seriedad, que no sé si la pregunta tiene un doble sentido. Entrecierro los ojos en su dirección. Ella se pone de pie y camina hasta la ventana. Se para junto a ella, y nos da la espalda a Lee y a mí. No sé qué le pasa, al llegar a casa estaba normal, pero cuando comencé a relatar lo sucedido, su semblante cambió radicalmente. Pasó de la sorpresa, al pánico, y del pánico a la ira. Ahora, está jodidamente seria. – Max "Jodido" Quinn, puede darte mucho en lo que pensar - habla en voz baja. Lee y yo nos miramos, y fruncimos el ceño. Algo le pasa a Kay, pero no nos lo dirá. Si quisiera decir alguna cosa, ya lo hubiera soltado.

- ¿Por qué te besó, si unos minutos antes prácticamente lo mandaste al infierno? - dice Lee, mientras se sienta en el sillón, en el que segundos antes Kay había estado sentada. Sacude la cabeza, y suelta una risita. – Yo no me quejaría si fuera tú. Max es realmente caliente, Ana. Quisiera estar en tu lugar – dice, e inmediatamente se arrepiente de haberlo dicho. Mi cuerpo se tensa con sus palabras. ¿Cómo puede siquiera pensar en querer estar en mi lugar? Ni yo misma quiero estarlo. Mi novio murió, tuve que labrar de nuevo el camino en mi vida, y luego su hermano aparece y me besa. Me pongo de pie.

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