Capítulo XX

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"But I don't want just run away, not when your love is right in front of me. This it won't go away, straight to my heart like I put you in my veins." – Ugly Love. Griffin Peterson











Después de firmar los papeles, aceptando la adopción de Alice, paso el resto de la tarde jugando y viendo películas con la pequeña. De vez en cuando, escuchamos a Caitlin toser y respirar con dificultad, aunque ella intenta tragarse la tos, no es suficiente para darme cuenta que sus pulmones están fallando.

– Mami va a ir al cielo y desde allí me va a cuidar – susurra Alice, una única vez, como si me estuviera contando un secreto. Yo asiento y le sonrío, pasando una mano por su cabello.

Cuando se hace de noche, Alice se duerme con su cabecita apoyada sobre mi hombro y mirando la hora en pantalla de mi celular, veo que son las nueve en punto. Con mucho cuidado, acomodo a Alice sobre la cama sin que se despierte.

Me quito de su lado, levantándome. Apago el televisor y la luz, entonces, salgo de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Me acerco a la habitación de Caitlin y me asomo por la puerta. Ella está recostada sobre su cama y con los ojos cerrados. Su frente está arrugada y los labios apretados, como si estuviera sintiendo dolor. Pobre Caitlin. Me aclaro la garganta y ella abre los ojos asustada, hasta que me ve de pie en la puerta se tranquiliza.

– Ya me voy. Se ha hecho tarde y tengo que ir a mi apartamento a hablar con mis amigas.

– De acuerdo, Ana. Gracias por haber pasado el resto de la tarde con ella.

– No hay problema, sabes que lo hago con gusto.

Ella asiente y vuelve a cerrar los ojos. Camino dentro de la habitación y agarro una manta que está a los pies de su cama. La pongo sobre ella, cubriéndola bien del frío. Miro su rostro una vez más y Caitlin plasma una sonrisa.

– Gracias – creo que es lo que dice, porque habla tan bajo que no logro distinguirlo.

– Gracias – creo que es lo que dice, porque habla tan bajo que no logro distinguirlo

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Todas las luces en el apartamento están apagadas cuando abro la puerta. Llamo a mis amigas, pero nadie responde. Ninguna se encuentra está noche, entonces.

Camino hasta la cocina y pongo a calentar un poco de café. Mientras la cafetera hace su trabajo, decido hacerle la llamada a mamá.

– Hola hija, creí que nunca me llamarías – dice, cuando responde. Suelto una pequeña risita.

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