Capítulo VIII

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"Amor es el intercambio de dos fantasías y el contacto de dos egoísmos." – Paul Auguez









Cuando llegamos a la casa de Jhon, todos bajamos de los autos como almas que lleva el diablo, literalmente. Somos bastante fiesteros, y aunque después de la muerte de Cam dejé de serlo, al haber hecho las paces con Max, empecé a vivir de nuevo este tipo de cosas.

Dentro de la casa ya está sonando fuertemente la música, y hay tanta gente que al llegar a la puerta tengo que empujar a ciertas personas para poder entrar. Dios, hubiera preferido quedarme en casa.

- Oye, ten cuidado – me grita una chica a la que acabo de empujar. Era la última persona para poder entrar. La miro, y cuando le voy a dar una disculpa, me doy cuenta que no me está mirando, sino a algo detrás de mí. Giro mi cabeza para tener una vista de quien sea que la chica esté mirando, y me encuentro con Max. Él me mira y sonríe. Yo sacudo la cabeza, frustrada. No es la primera chica que se queda embelesada con Max. Vamos, no se puede negar que el chico tiene lo suyo.

- Vamos arriba, te curaré eso – le digo ignorando a la chica. Camino hacia las escaleras pasando a la chica, quien me está dando una mirada asesina. Bufo enojada. Siempre es lo mismo. Max camina por detrás de mí hasta la habitación de Jhon. - Siéntate allí, iré a traer el botiquín – señalo la cama, y él me obedece. Entro al baño y busco entre los gabinetes el maletín con las cosas de primeros auxilios que Jhon guarda especialmente para Max. Cuando salgo del baño con el botiquín en manos, lo veo molestándose los moretones que tiene en la cara para luego hacer muecas de dolor. – Si sigues haciendo eso, te quedarán unas feas marcas – le advierto. Él se encoge de hombros, y me da una media sonrisa. Dios, a veces es como un niño pequeño.

- Estos duelen como el infierno, Ana – me cuenta. Me quito la chaqueta y la dejo sobre la cama, luego me paro frente a él, entre sus piernas. Le cojo el rostro y lo volteo de un lado a otro para observar mejor los golpes y rasguños.

- Es porque esta vez te dieron una buena paliza – reafirmo. Él me hace mala cara, y yo le saco la lengua. Luego ambos nos reímos. – Fue una buena pelea, de las mejores que has tenido. Lo sabes – le digo orgullosa. Suelto su rostro, y abro el maletín para sacar el algodón con alcohol. Él me mira asustado, y yo suelto un suspiro. - ¿Es en serio, Max? Hemos hecho esto muchas veces, ya sabes lo que se siente – estoy empezando a cabrearme por esto.

- Pero los otros no dolían como estos – casi llora. Yo me cruzo de brazos, y elevo una ceja. Él suelta un suspiro, luego eleva el rostro en mi dirección. Yo sonrío triunfante, y lo tomo con una mano. Paso el primer pedazo de algodón bajo su pómulo izquierdo. – Oye, con más delicadeza – dice, alejando mi mano de su cara. Yo ruedo los ojos.

- Resistes los puñetazos de un boxeador malditamente entrenado, pero no puedes resistir un pequeño escozor en tu rostro – digo sorprendida. Su rostro se pone rojo como un tomate. – Eres tan lindo cuando te sonrojas – me doblo hasta su altura y le doy un pequeño golpe en la frente. Él cierra los ojos y yo me río, me acerco a su rostro y limpio otro de los rasguños con el algodón. Sus ojos se abren tan rápido que no alcanzo a hacer ningún movimiento, cuando ya estoy recostada en la cama entre sus brazos.

- Y tú eres tan linda cuando te ves sorprendida – dice burlonamente. Yo lo fulmino con la mirada y trato de levantarme, aunque sus brazos me tienen aprisionada contra su cuerpo. Max estira su brazo y retira un mechón de pelo de mi rostro. – No tuve la oportunidad de agradecerte por esta noche – me consiente. Mi cuerpo empieza a relajarse por sus caricias. – Gracias a ti gané esta pelea. Sin ti no estaría en donde estoy, Ana. Tú eres definitivamente mi luz, mi buena suerte – me da un beso en la frente, y yo lo abrazo fuertemente.

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