Capítulo VI

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"Al final, lo que queda es abrazarse, confiar en el otro; amar y dejarse amar, en medio de la balacera que es la vida." - Fito Páez







- Gracias mamá, la cena estaba deliciosa- dice Max cuando terminamos de cenar. Bueno, él terminó, porque ni Maryssa ni yo hemos terminado. Hombres.

- De nada hijo, aunque no lo hice yo sola - dice ella, dándome una mirada. Max me mira, sonríe coquetamente y me guiña el ojo. Yo ruedo los ojos. Sabía que tarde o temprano lo haría.

Hemos estado alrededor de unos cuarenta y cinco minutos, sentados los dos en la misma mesa, sin que nos ataquemos el uno al otro. En realidad, puedo decir que hasta me sentí cómoda con él. Pero tenía que hacer esto y dañar lo poco que habíamos progresado en la noche.

- Basta, Max - lo regaña Maryssa. Él la mira inocentemente, y yo ruedo mis ojos como por... ya perdí la cuenta sobre cuántas veces lo he hecho esta noche. Maryssa se ríe, y yo me levanto de mi asiento. Empiezo a reunir todo lo que utilizamos para cenar, pero cuando voy a coger la parte de Max, él me lo arrebata de las manos.

- Yo lavaré lo que ensuciamos - dice, caminando hacia la cocina. Yo me quedo plantada en el mismo lugar, y escucho a Maryssa reírse. Volteo a mirarla y ella se muerde el labio, para dejar de reír. Entrecierro los ojos en su dirección.

- Él lava, tú secas, Nani - se mofa de mí. No es justo, ella sabe que nos odiamos. Justo cuando se lo voy a decir, ella levanta ambas manos silenciándome, se levanta de su silla y se despide con su mano. Yo abro la boca consternada, y ella me levanta una ceja. Le saco la lengua, y camino hacia la cocina.

- ¿Qué te tomó tanto tiempo? - pregunta Max. No le presto atención, y camino hacia el lavaplatos y pongo todo allí. Siento su mirada en mí. Me giro hacia él y lo señalo.

- Tú lavas, yo seco - le digo. Él frunce el ceño, y asiente. Camina hacia mi lado y se sitúa frente al lavaplatos. Yo me paro a su lado, y él abre el grifo. Y así comenzamos nuestra tarea: él lava los platos, y cuando termina me los pasa para secarlos, luego yo los pongo donde Maryssa los guarda.

Duramos en la tarea unos diez minutos aproximadamente, tiempo en el cual ninguno de los dos pronuncia una sola palabra. Cuando termino de secar el último plato, le doy una mirada a Max. Él tiene la cadera contra el lavaplatos, tiene los brazos cruzados sobre el pecho, y me está mirando intensamente, como si quisiera perforarme la cabeza. Levanto una ceja, y él me da una media sonrisa haciendo que me sonroje. Trago saliva y doy un paso atrás. Él no se mueve, pero su mirada se pasea por toda mi cara.

Jódete Max.

Mi sonrojo se vuelve más fuerte, y para que no lo vea doy media vuelta dispuesta a salir de la cocina. Aunque no alcanzo a dar un paso completo, cuando siento una mano enrollada en mi muñeca derecha. Giro mi cabeza y miro la muñeca que me ha detenido, y subo la mirada hasta su rostro. La sonrisa ha desaparecido.

- ¿Por qué siempre huyes de mí, Ana? - pregunta. Aunque me da la impresión de que no me lo está preguntando a mí, sino a él mismo. Me giro totalmente, quedando frente a él.

- No sé de qué estás hablando, Max - respondo, aunque su pregunta no haya sido precisamente para mí. Posa su mirada en el suelo, y luego sacude su cabeza. Da un suspiro de fastidio y vuelve a mirarme.

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