Capítulo VII

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"Una historia no tiene comienzo, ni fin: arbitrariamente uno elige el momento de la experiencia desde el cual mira hacia atrás o hacia delante" – Graham Greene, El fin del romance.







En la actualidad







- Ana, despierta – oigo que me llaman. Me doy media vuelta sobre mi cama, dándole la espalda a quien sea que quiere despertarme. La persona que me ha llamado suelta un suspiro de fastidio. Luego, siento que el espacio junto a mí se hunde, y a mis fosas nasales llega una esencia que se ha aferrado a la mía, durante el último año. Abro ambos ojos, y una sonrisa se extiende por mi rostro.

- Déjame en paz, Max – le digo. Cojo una almohada junto a mí, y lo golpeo con ella. Él hace un sonido de dolor e inmediatamente yo me pongo recta, y busco algún signo de que le he hecho daño con mi golpe. Oigo su risa estrangulada, y lo miro a la cara. Su rostro está contraído por intentar retener una gran carcajada. Sólo se estaba burlando de mí. – Eres un...

- ¿Un qué? – me pregunta, tumbándome sobre la cama y posicionándose sobre mí. Yo pego un gritito, y él eleva una ceja. Luego me da una sonrisa maliciosa. Yo abro los ojos asustada.

- Ni te atrevas, Maximus Quinn – le digo amenazadoramente, aunque mi amenaza no sirve de mucho, pues se inclina hacia mí y comienza a hacerme cosquillas. Empiezo a reír tan fuertemente, que Max ríe conmigo. – Basta, Max – le digo, tratando de detener sus manos, pero es demasiado fuerte y sigue con sus movimientos.

- Suplícame, y ya veré si me detengo o no – me dice aumentando el ritmo de las cosquillas, yo en cambio, en lo único en lo que puedo pensar es en el terrible dolor de estómago que tendré después de tanto reírme. – Vamos Ana, suplica que me detenga – vuelve a hablar.

- Por...favor – trato de hablar entre mis carcajadas. Max detiene las cosquillas, e inclina su cabeza hacia la mía.

- Disculpa, ¿qué? No escuché – se burla de mí. Yo le saco la lengua, y vuelvo a forcejear con sus manos, aunque nuevamente es inútil porque reanuda las cosquillas.

- Max, por favor detente – le suplico más fuerte entre lágrimas por la risa. Y santo remedio, Max se detiene. Se separa de mí, y se pone de pie. Yo suspiro de alivio, y me levanto de la cama. – Gracias, amable señor – le digo, haciendo una especie de reverencia.

- Siempre es un placer para mí satisfacer sus demandas, mi señora – me responde de igual manera. Yo suelto una risita, y él se acerca a mí. Se inclina hacia mí, y me da un beso en la frente, yo cierro los ojos al contacto de sus labios con mi piel. – Te necesito lista en veinte minutos, Ana – me dice cuando se ha separado de mí, y yo abro los ojos con la pérdida de contacto. Me da la espalda y camina fuera de mi habitación. Suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo, y me dispongo a arreglarme.

Veinte minutos después, estoy vestida con un jean y una blusa roja que Lee me regaló para mi cumpleaños número veinte. Debes verte sexy siempre que puedas, dijo cuando me la dio. Mi vestuario va acompañado de unas Vans negras, y una chaqueta de cuero, además me he puesto delineador, algo de rímel, y brillo en los labios. Max dice que si saco mi lado de chica mala durante sus eventos nadie me molestará, y por lo tanto no tendrá que romperle la cara a ningún idiota por tratar de sobrepasarse conmigo.

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