Capítulo 22

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Cuando salimos de casa de Sonia, Marta y Ginebra llaman a un taxi para ir a sus
destinos y nosotros nos dirigimos al garaje para sacar nuestro coche. En silencio, Jungkook maniobra mientras yo me pongo el cinturón de seguridad.

Una vez hemos salido de la parcela y le he dicho adiós a Sonia con la mano, me
apoyo en el reposacabezas y cierro los ojos. —¿Cansado? —pregunta Jungkook con voz neutra.

Por su tono, veo que espera que discutamos. Sabe que haberlo encontrado en casa de su madre con Ginebra no me ha hecho gracia, pero respondo: —Sí. —Pequeño, creo que... —No me llames Pequeño, ¡ahora no! —siseo a punto de saltarle a la yugular.

Jungkook me mira. —Jim...

Y ya, incapaz de mantener a raya mi incontinencia verbal, respondo: —Pero ¿tú eres tonto o directamente me tomas a mí por idiota?

Mi respuesta lo sorprende. Veo que acerca el coche a la acera y para. Echa el freno de mano y, mirándome, pregunta: —¿Me puedes decir qué te pasa?

Mi cuerpo se rebela. Me entra el calor español y, mirándolo, siseo: —¿Qué hacías con Ginebra en casa de tu madre? —Tenía que hablar con mi madre. Cuando terminamos de comer, lo comenté y Ginebra me preguntó si me importaba que pasara a saludarla. No pude decirle que no. —No me habías dicho que tenías que verla, ¡mientes!

Jungkook cierra los ojos, suspira y finalmente murmura: —Jim. Ella y mamá se llevaban muy bien, y no he podido decirle que no. Asiento. O asiento o lo pateo.

Y, con más calor que segundos antes, me quito el cinturón de seguridad, abro la
puerta y salgo al exterior. Necesito aire antes de que me dé algo.

Jungkook sale del coche como yo. Lo rodea y, poniéndose a mi lado, pregunta: —Cariño, ¿en serio estás así porque Ginebra haya visitado a mi madre?

Resoplo. Me pica el cuello. Me lo rasco y, cuando él me va a quitar la mano, lo
miro y gruño: —No me toques. —¡Jimin!

Su voz de ordeno y mando me saca de mis casillas y, sin importarme la gente que pasa por nuestro lado y nos mira, grito: —¡¿Tan difícil era decirme que ibas a llevar a Ginebra a casa de tu madre?! —Jungkook no responde, y yo añado—: Intento confiar en ti. Lo hago. Intento no pensar tonterías, pero...

—¿Quieres bajar la voz? —protesta al ver cómo nos miran.

Oír eso me subleva. Me importa una mierda quién nos mire, por lo que respondo: —No. No puedo bajar la voz, como tú no has podido decirle que no a Ginebra. ¿Te vale mi contestación?

Jungkook levanta las manos. Se toca la nuca, blasfema y, mirándome, dice: —A veces eres insufrible. —Anda, mi madre, ¡más vale que me calle lo que a veces eres tú!

Mi contestación, llena de chulería, lo incomoda y sisea con gesto tosco: —Sube al coche. —No.

Mi alemán baja la barbilla, achina los ojos y repite: —Sube al maldito coche y vayamos a casa. Éste no es sitio para discutir.

En ese instante oigo las risitas de unas mujeres que nos observan y, sin ganas de liársela a ellas también, me monto en el coche y doy un tremendo portazo. Jungkook monta a su vez y da otro portazo. Pobre coche, el maltrato que le estamos dando...

En un silencio extraño llegamos a casa, pero me da igual. Si se le hace incómodo, que se jorobe. No me importa. Estoy molesto. Muy enfadado.
Una vez he saludado a Susto y a Calamar, pues los pobres no tienen la culpa de nada, entro por la puerta que comunica el garaje con la casa y rápidamente el pequeño kook viene corriendo a mi encuentro. Me alegra ver que Pipa los ha mantenido despiertos hasta nuestra llegada. Lo cojo, lo beso y lo achucho cuando el niño me mira y dice: —Papi, he comido galletas.

∆•°Ånd I Will Givë It Tö Më°•∆ ⁴ Último Libro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora