Capítulo 25 Viejo amigo

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Reinado del Rey Cobarde

Año 1915

Keelan

Un viento frío soplaba desde norte, llevándose las débiles hojas que colgaban de los árboles a mitad de otoño. A pesar de casi no sentir frío, envuelvo mejor la capa de cuero que llevo sobre mí. Mis manos enguantadas tocan la arrugada hoja de la carta en tinta que llevo en el bolsillo.

Las indicaciones decían que debía de adentrarme en el bosque del este que rodeaba las tierras del rey Vicentis, hijo del rey Néstor, seguir el río que las atravesaba y pasarlo hasta ver la pequeña cabaña de piedra, escondida del ojo humano dado que en estas zonas era común ver criaturas que se llevaban a los aventureros más experimentados.

Los humanos preferían mantenerse lejos de los bosques del este.

La luna acompaña mi caminar varios kilómetros en la densa bruma que se encerraba entre los árboles. El olor a leña quemada comenzaba a picar mi nariz, anunciando la proximidad a la chimenea encendida que calentaba la pequeña cabaña que ya lograba divisar. La tenue luz que alcanzaba a salir por las ventanas ilumina un poco el camino hacia ella, invitándote a entrar para refugiarte del clima exterior.

Dentro de la cabaña se ve una sombra caminar intranquilamente de un lado a otro. Los vellos de la nuca se me erizan en alerta.

Algo no anda bien con nada de esto. Hace días que el hombre dentro de la cabaña andaba intranquilo, algo le ronda en la cabeza, algo tramaba y su locura no ayudaba mucho a pensar que sea muy sano lo que tenga planeado.

El quejido de la pesada puerta de madera hace eco dentro de la casa mientras atravieso el umbral. Dentro, un hombre se agazapaba sobre papeles esparcidos en el suelo, botellas y frascos con un líquido negro dentro de ellas y en una esquina, una mesa de trabajo digna de un alquimista.

En cuanto entro al lugar, el hombre que no se había percatado de mi presencia, se pone en posición de combate, dispuesto a luchar por su tan preciado experimento. Cuando su mirada se posa en mí, su rostro y cuerpo se relajan visiblemente, bajando la guardia en cosa de segundos.

—Me has asustado, Keelan. No deberías de sorprender a las personas por su espalda. Es de mala educación —se queja Caleb mientras vuelve a volcar su atención en las notas desparramadas.

—Fuiste tú quien me pidió que viniera —le respondo sentándome en una de las tantas sillas de madera que rodeaban una mesa sencilla del mismo material.

—Sí, sí. Ya se me había olvidado que era hoy. —Mueve sus manos para quitarle importancia al asunto y sigue con lo suyo ignorándome completamente.

Me fijo en él, en su ropa sucia, llena de hollín y desgarrada. Pareciera que fuera un vagabundo en vez del experimentado soldado de la realeza que es. Su largo cabello rubio se encuentra amarrado en una cola de caballo que sigue el camino de su espalda hasta casi llegar a su trasero. Sus facciones gatunas son altamente marcadas, tanto que llegan a ser demasiado puntiagudas para mi gusto. Su belleza exótica es algo que atrae mucho la atención, pero Caleb nunca se ha mostrado dispuesto a tener absolutamente nada con ninguna hembra, ni vampira ni humana.

Algo de que se está guardando para su diosa se lo impide. O eso es lo que dice él.

Tampoco es que me involucre en su religión.

—¿Para qué me querías aquí? —le pregunto después de unos minutos, pero él sigue tan ensimismado en lo que hace que no me responde... o no me escucha realmente—. El consejo ha hablado sobre ti hoy. Tus ausencias son notorias en la mansión. Consideran que ya no eres útil como guerrero. Están pensando en destituir y desterrarte.

La agonía del Sol (Los ciclos del Sol I) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora