Capítulo 8 Poder

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Agatha

Llegué muerta a mi habitación, nadie me detuvo a preguntarme si es que había pasado la noche y, gracias a Dios, no me topé con ningún guerrero o familiar camino a la habitación que me preguntara por qué estaba llegando vestida con ropa que, evidentemente, no es mía.

Tiro mi mochila a una esquina y comienzo a buscar la tabla suelta en el piso donde guardo mi diario, en él escribo todo tipo de boberías, momentos que me han marcado, frases o canciones que me han gustado. Pero ahora solo tengo una cosa en la cabeza que debo sacarme y es el diseño del tatuaje que me imagino que podría tener Keelan en su cuello.

Paso horas dibujando el tatuaje sin parar, he dibujado lo que para mí sería el perfil de Keelan con una enredadera que comienza en su oreja, sigue por su cuello y termina sobre su hombro. Luego, añado más diseños en su sien para unir el tatuaje completamente y cuando estoy lo suficientemente convencida de que es perfecto, vuelvo a guardar el diario bajo la tabla y caigo rendida en la cama a dormir unas horitas más.



El sonido de los sirvientes corriendo por el pasillo me despierta. Miro mi teléfono y ya son las 5 de la tarde. Mi estómago tiene un hoyo y me reclama por alguna comida. Tengo frío, me quedé dormida sobre la colcha sin taparme.

En estos momentos es cuando me doy cuenta de lo sola que estoy, ya que nadie siquiera ha entrado a ver si estoy aquí, si estoy respirando o si necesito que me tapen porque me quedé dormida encima de la cama.

Suspiro, me siento en la cama, prendo mi teléfono y con nervios marco a Vincer, por inercia me toco el collar que él me regaló. Espero que no esté tan enojado como para no responder. Pasan los segundos, el teléfono sigue sonando y cuando creo que no va a responder, escucho que contestan del otro lado. Ninguno de los dos habla, solo escucho su respiración y así como Keelan es de terco, Vincer lo es de orgulloso. No hablará primero hasta que le pida perdón.

Suspiro, estoy rodeada de hombres con un carácter horrible.

—Lo siento, ¿sí? —le digo con voz angelical intentando convencerlo... o manipularlo—. No es que no quisiera contestarte, es que literal, no podía. Se me salió de las manos una situación y no pude ir a entrenar, pero te prometo que no volverá a pasar... solo, no me dejes de entrenar, ¿sí?

Pasan los segundos y no me contesta. Comienzo a perder la esperanza de poder tener otra vez mis clases con él cuando de repente me dice:

—Te espero en una hora donde siempre.

—Muchas muchas graci... —Me cuelga el teléfono. El bastardo se está acostumbrando a dejarme con la palabra en la boca. Pero no me importa, estoy feliz de que no esté tan enojado.

Rápidamente, me cambio de ropa, pongo una muda de ropa interior en la mochila. Desde ahora seré más precavida. Bajo las escaleras y en el recibidor me encuentro con mi madre. Le está dando unas órdenes a unas sirvientas, pero estas se retiran en cuanto me ven llegar.

—Hija, se te pegaron las sábanas. Llevas durmiendo desde ayer. ¿Estás enferma? —me dice con su característica voz suave.

Ni siquiera se han dado cuenta que anoche no llegué a casa. Así de invisible soy aquí...

—Sí, creo que me resfrié. Un poco de tos, lo normal.

—Sabes que no sé qué es lo normal —dice sonriendo mientras se va a la cocina.

—Claro... —respondo más para mí misma que para ella cuando me encuentro sola en el recibidor. Ni siquiera espera a que le responda para comenzar un diálogo.

La agonía del Sol (Los ciclos del Sol I) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora