Capítulo 27 Caminos oscuros

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Agatha

—Vamos, princesa, regresemos a la mansión.

La voz de Héctor llega a mis oídos, devolviéndome al presente. Sus fuertes manos acomodan la túnica que me ha puesto hace unos minutos. Su mano en mi espalda me guía fuera de la habitación, hacia la puerta trasera del local.

Más bien me jalan hacia fuera.

Levanto la mirada para ver a los tres hombres que me rodean, pero ninguno de ellos me mira realmente. Todos miran cerca de mí, el piso en el que estamos, las paredes que nos rodean, la ropa que traigo puesta, pero no me miran a mí.

De seguro soy patética ante sus ojos.

Todo es tan humillante.

Estoy aturdida y mi cuerpo va tan entumecido por la pena que se acumula en mi alma, que no me doy cuenta que me suben a un auto hasta que este se pone en marcha. Los vidrios extremadamente polarizados apenas me dejan ver el exterior, el hecho de que no haya sol tampoco ayuda mucho. Me han puesto en el asiento trasero, entre los cuerpos de Dante y Vladimir que me mantienen algo más tibia y el auto se siente bastante minúsculo con lo grande que son todos ellos. Adelante es Héctor quien maneja, veo como mueve la mano sobre el volante haciendo un golpeteo constante que resuena en el auto, nervioso, ansioso quizás por llegar a la mansión.

Yo me hundo más en el asiento, entre los torsos de los guerreros, me hundo más en mi miseria... solo quiero desaparecer.

Me siento muerta por dentro, mi mente va a mil por hora, rememorando todas las cosas que le hice y le dije a Keelan, a la vez que se encuentra sumida en la oscuridad, sin pensar en nada, llana, estéril... vacía.

¿Cómo es que llegué hasta aquí?

Carajos... el amor apesta cuando lo usan en tu contra.

No había necesidad de ser tan cruel...

No había necesidad...

¿Qué fue lo que hice para merecer esto?

¿¡Qué fue lo hice!?

Solo había sido usada, mis sentimientos aplastados en el suelo como si fueran una cucaracha.

Ninguno de los hombres dice nada, quizás por pena o por incomodidad. Ni siquiera se voltean a mirarme, como si hubieran podido escuchar lo que pasaba dentro de la habitación. A pesar de ser insonorizada.

El balanceo del auto me distrae de esta tortura llamada vida.

¿Qué tan rápido habría que ir para poder matarse?

—¿Qué es eso? —Escucho la nerviosa voz de Dante a mi izquierda mientras se voltea para mirar algo detrás de nosotros. Llevamos un rato en la carretera principal de la ciudad que se extiende por varios kilómetros y no logro entender qué es lo que lo distrae. A nuestro alrededor solo hay árboles y más árboles, ni una sola casa aislada cerca de la carretera.

Al principio, no comprendo del todo lo que Dante ve, hasta que las luces de una camioneta detrás de nosotros me encandilan por unos segundos antes de sentir el impacto en el vehículo.

—¿¡Qué mierda!? —gruñe Vladimir a la vez que saca su pistola de la funda.

La camioneta nos vuelve a impactar y a Héctor le cuesta mantener el auto en el que vamos en la carretera. Los golpes remecen toda la carrocería. El ruido es espantoso y se me erizan todos los vellos del cuerpo ante el inminente peligro de ser perseguidos.

—¿¡Qué está pasando!? —grito desesperada cuando llega otro golpe. El auto no resistirá mucho más los impactos que le está dando la gran camioneta que intenta sacarnos de la carrera.

La agonía del Sol (Los ciclos del Sol I) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora