Capítulo 5 El inicio de la perdición

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Agatha

—¡Pareces un pollo asado dando vueltas! —me grita Fede, mi entrenador de pole dance desde la silla del salón de baile.

—¡Es fácil decirlo sentado desde ahí! —le alego mientras caigo del tubo de caño no tan artísticamente que digamos.

—Cariño, yo puedo subirme al caño sin usar las manos. ¡Vamos, chicas! ¡Muevan esos culos que parece que estuviera viendo pollos asados en vez de chicas sexys moviéndose! —grita mientras aplaude con las manos dejando ver lo diva que él es.

Durante una hora nos hace practicar diferentes posturas como el cupido y la mariposa. Mis piernas se exigen un montón y ya me duelen las muñecas por no ubicar bien mis dedos para protegerlas. Damos vueltas y vueltas mientras la música Chandelier suena de fondo.

Estamos todas sudadas después de los ejercicios y Fede no deja de gritarnos por separado los errores que cometemos. Luego de un rato, nos da pie para que cada una practique sus propias coreografías y yo me pongo mis audífonos para concentrarme en lo mío.

Pacifed Her suena en mis oídos mientras práctico las posturas de ballerina en el coro. Llevo semanas ensayando para que salga perfecta, ya que quiero agregarla para mi presentación final.

Cuando terminamos me miro en el espejo, mi cabello castaño se pega a mi frente por el sudor, me duelen un montón los muslos por la fuerza empleada y puedo ver que tengo nuevos moretones. Estos, más los que me deja Vincer, hacen un bonito espectáculo en mi cuerpo. Parece que practicara boxeo en vez de baile y autodefensa.

—¡Ay, niña! Te vas a desgastar tanto mirarte en el espejo —grita Fede de forma exagerada haciendo que sonría. Este hombre no puede ocultar el hecho de que ama ser exagerado—. Hija, vas a tener que comenzar a vestirte con bolsas de basura porque con esa cintura, muslos y culote que te gastas no llegarás virgen al matrimonio.

—¿Quién dice que soy virgen? —le refuto.

—¡Ay, niña! La virginidad suda por tu cuerpo. Mi perrita Puppy ha tenido más acción que tú, querida. Y la verdad no lo entiendo. Si yo tuviera el cuerpazo que tú te gastas, créeme, no habría hombre en esta ciudad que no hubiese probado.

—¿Acaso ya no lo has hecho?

—Solo a los homosexuales, niña. Los heteros son un poco más difíciles de convencer.

—De seguro ya encontrarás la forma de tirarte a toda la ciudad.

—Ya lo verás, ya lo verás —dice mientras hace chasquear sus dedos.

Me río, tomo mis cosas y me dirijo a las duchas que tiene el salón de baile de Fede. Rápidamente, me ducho, me cambio y salgo a la calle.

Otra vez logré esquivar a mis guardaespaldas y nuevamente ando sola por la ciudad. Se está volviendo un hábito y una forma de practicar mi sigilo con ellos. La mayoría ya quiere renunciar. Y los entiendo, no es agradable que todos los días los regañen por no poder mantenerme quieta y vigilada, cuando se supone que solo soy una niña mimada.

La calle a esta hora de la noche está bastante llena. Fede, con la personalidad que tiene, no podía poner su salón en un área más sencilla. La construyó en plena avenida de la ciudad, cerca de los bares, los clubes y los salones de tattoos. Todo el sector bohemio de la ciudad se concentra mayormente en esta calle y Fede está en medio. Donde siempre le gusta estar.

Camino por las calles con la capucha del polerón puesta y mis manos en los bolsillos para que no se enfríen, el helado viento de la noche despeina los cabellos que se arrancar por el gorro y yo trato de hundirme más en el calor de la tela cuando otra brisa fría se levanta. Ahora me arrepiento de haber dejado mi moto estacionada a tantas cuadras de distancia.

La agonía del Sol (Los ciclos del Sol I) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora