Robin era una mujer reservada, fría y calculadora.
Eso podría haber dicho cualquiera que no la conociese en verdad antes de conocer a los Mugiwara. El hambre insaciable, puede que más que el de Luffy por la comida, siempre carcomía a la morena, quería conocerlo todo del mundo, su origen, los cien años de vacío, lo que estaba escrito en los Ponegryph, había tanto conocimiento en el mundo... tantos secretos por descubrir.
Pero los secretos no debían ser desvelados y menos si se trataban del Gobierno Mundial.
Perseguida desde su más tierna infancia, condenando a todos los ilustres de la isla Ohara a un Buster Call, con una recompensa por su cabeza de ochenta millones de Berie, no lo tuvo nada fácil.
Ella quiso hacer las cosas bien, ayudar a la gente, con lo que fuera, pero estos terminaban dándole la espalda, le traicionaban avisando a la Marina para conseguir el dinero. No le quedó otra opción que trabajar para quien no debía, hacer cosas que no deseaba, convertirse en el diablo para olvidar su propio dolor sin importarle que otros sufriesen.
Hasta que un chico de goma puso su mundo del revés, confió en ella, le dio un hogar, la convirtió en su nakama sin importarle todo lo que había hecho durante todos esos años, sus manos estaban tan sucias que la única manera en que valía la pena morir era sacrificándose por ellos, pero Luffy no le dio esa opción, solo iba a aceptar una: Vivir.
Vivir.
Podía llegar a sonar simple, incluso absurdo visto desde los ojos de alguien que ha vivido cómodamente toda su vida, pero no era el caso de Nico Robin, que alguien le pidiese que viviese para ella misma, para él como su compañera, era su razón para salir de Ennies Lobby y gracias a los Mugiwara, pudo hacerlo.
Hasta entonces, sus sonrisas siempre habían sido fingidas, torcidas e incluso retorcidas, pero aquella petición lo cambió todo, hizo las paces consigo misma y se juró ayudar y convertir a Monkey D. Luffy en el Rey de los Piratas.
Hacía ya más de media hora que seguía en la misma página de su libro cuando el sonido de un plato sobre la mesa la hizo levantar la vista y encontrarse al nuevo cocinero de la tripulación.
- Aquí tienes tu café, Robin. – Le dedicó su habitual sonrisa – He hecho pastas de miel, espero que sean de tu agrado.
- Tan amable como siempre, gracias Sanji.
Con solo un par de palabras gentiles, el rostro de este se iluminaba. Llevaba ya tres semanas con ellos y le había estado observando, no por desconfianza, sino porque, de alguna manera, le recordaba a ella misma antes de conocer a Luffy y los demás.
Sanji era un asesino, como ella lo fue antes de llegar a la más alta posición junto a Crocodrile en su organización, si había alguien en ese barco capaz de entender un poco al cocinero era precisamente ella. Ocultaba más de lo que decía, admitió ser noble, pero no de que reino, no debía de ser muy limpio sino lo habría dicho, todos guardamos secretos, los más vergonzosos y para él debía de ser su origen, por ello no le preguntó de donde era.
Al principio trató de mantenerse distante, no era lo suyo, el trato con los demás era mínimo, sólo contestaba cuando se le preguntaba, de hecho aún tenía esa costumbre, como si esperase a que le concediesen la palabra para poder hablar. Eso le preocupaba.
Es cierto que, día a día, había mejorado ese aspecto, como en esa ocasión que le sirvió el café sin que ella se lo pidiese, él también estaba atento a su entorno, preparado para lo que pudiese suceder, siempre alerta, aun se sentía fuera de lugar.
Robin pensaba que los demás ya lo consideraban un nakama más, a excepción de Zoro, cosa que también sucedió con ella misma, para el espadachín el pasado era algo que se llevaba siempre a la espalda, te formaba y te hacía ser quien eras... hasta que comprendió su dolor cuando gritó que quería vivir y viajar con ellos en el mar, confesar su miedo más profundo hizo que Zoro terminase de confiar en ella y la considerase su nakama, dispuesto a darlo todo por ella.
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Luz en la oscuridad
Fiksi PenggemarLa tripulación Mugiwara parte de la isla Gyojin, con la mala suerte de que desde el principio carecen de cocinero porque ninguno puede llevar el ritmo del capitán. Lo que no esperan es que, en mitad de la noche, alguien enmascarado venga a asesinar...