capítulo 1

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El caso de Shopia Osborne fue olvidado en dos semanas.

Todavía recuerdo esos días desesperados, en donde era interrogada por la policía, pero aunque me preguntaran una y otra vez, yo siempre respondía que me desmayé del horror. Sabía que si dijera su verdadero aspecto, y que vi cada parte de ella despedazada por toda la habitación... Y que peor aún, yo la dejé irse a la cabaña con un tipo que salió en el medio del bosque...

Ese supuesto "Jake" no tardaría en venir a buscarme.

Por poca información, la policía de investigación no tuvo más remedio que abandonar el caso de Shopie. Ver la cara de su familia me hizo sentir que era totalmente mi culpa. No supe que hacer para remediar una herida tan grande, aunque con mis inservibles acciones, parecía que solo le echaba más sal.

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Ya pasaron dos meses exactos desde su asesinato, pero yo jamás lo olvidaría.

Nada parecía haber cambiado en mi vida después de tanto tiempo, la gente olvida rápido. Pero yo no, y ese sentimiento me taladraba la cabeza cada vez que me privaba un momento de felicidad.
Cuando volví de la escuela cansada, me senté en mi cama con estampados florales rosados y me acosté acurrucada con mis manos agarradas de mis tobillos, sin saber que hacer.
Alcé la vista hacía la gran cruz de madera blanca tallada a la que le rezaba todas mis noches, era exageradamente grande para una habitación tan pequeña.

Un portazo de mi puerta hizo que me sobresaltara y me cayera de la cama, me levanté para ver quién era con una mano frotándome en la frente, dolía horrores.

—Shanna, vamos a comer carne de ciervo otra vez. Ven al comedor antes de que te dejen sin comida.—Llamó mi hermano desde la puerta abierta por la fuerza.
Lancé un suspiro agotador, me senté en mi cama otra vez y me puse a mirar el suelo de madera gastada por lo años de esa maldita casa. Él notó que no estaba de buen humor, se sentó al lado mío, y me rodeó con un brazo, intentando consolarme.

—Ya sé que no tenemos una familia fácil... Pero es lo que nos toca vivir, no podemos cambiarlo.—Murmuró Edwin, con cansancio por haber llegado de su trabajo.

—Los demás adolescentes de la escuela tienen una vida tan libre y feliz... Van a fiestas, tienen amigos, sus padres le dejan hacer lo que quieran.—Sollozé mientras me limpiaba con mis manos algunas lágrimas que salían de mis ojos.
Él abrió la boca para decir algo, pero mi madre entró de un tirón cruzada de brazos, tenía un vestido celeste, el cabello rubio casi blanco como toda la familia, aunque disparado para todos lados por no haberse bañado y la mirada de las mil yardas. Estaba más que enojada.

—En el nombre de mis dioses, qué hijos tan desagradecidos crié. Vengan a rezar ahora, tu padre y yo queremos comer.

Los dos asentimos energéticamente y salimos disparados al gran comedor. Cómo todos los días, esa mesa de madera vieja, algunos animales disecados, la "deliciosa" carne de ciervo que comería por el resto de mi vida, una única luz que iluminaba mis ojeras pronunciadas y la fogata que nos mantenía cálidos en el medio del bosque inmenso.
Nos sentamos en las sillas de madera, y todos nos agarramos de la mano, para empezar nuestro agradecimiento.

—Le agradezco al señor, por la comida de todos los días con tanto esfuerzo, y le pido perdón, por unos hijos tan impuros e irrespetuosos. Amén.

—¡Amén!

Comenzamos a comer, yo no tenía mucho apetito por esa cosa rancia, entonces empecé a cortarla con el cuchillo en pequeños trozos. Mi padre estaba sonriendo. —Tiene una noticia impactante.—Y como esperaba, no tardó en romper el hielo.

—Hoy murió otra muchacha de la escuela Saint Bartom, se llamaba Juliette Lima. La conocías, ¿verdad Shanna?

—Ya te lo dije, no conozco a todas las chicas de mi edad, papá. ¿Puedo preguntar qué le pasó?— Quise saber con un tono suplicante, mientras todos miraban con curiosidad por la noticia, pero mi madre me pisó el pie por debajo de la mesa como un reproche. Lancé un grito ahogado pero me callé lo antes posible, para observar a mi padre con ojitos por la respuesta.

Aunque sabíamos que cualquier respuesta posible no era algo tan raro para este estúpido pueblo anormal.

—Claro, fue atacada por el vampiro de las sombras.—Respondió con tranquilidad, como si todos supiéramos de quién se trataba. Por nuestras reacciones extrañadas que todos adaptamos, mi padre aclaró la garganta para explicarse mejor.

—Bernard, ahora no.— Intervino mi madre estresada, pero no le hizo caso en absoluto, volvió a toser y comenzó a soltar aquello que tuvo atorado todo el día, muy emocionado.

—Es el vampiro más peligroso de estas épocas. Se decía que rondaba por el noroeste del bosque, pero ahora parece que se extendió al pueblo completo... Lo peor de todo es que no puede ser detenido, nadie sabe como se ve realmente, es solo una silueta oscura entre las sombras. Ya ha matado a más de doscientos habitantes, su forma de matar es impresionante, y muy sangrienta.—Cuando terminó de hablar, nuestra cara de curiosidad genuina pasó a ser algo más serio.

Todos tragamos saliva muy asustados, pensábamos que en este pueblo no habría más criaturas así sueltas... Parecía que se encontraba alguien nuevo asechando.

—¿Había algún testigo de la muerte?— Pregunté inconscientemente, como si mi boca hablara sola, mi padre también borró esa sonrisa y puso las dos manos sobre la mesa. Esto se estaba poniendo cada vez peor.

—Sí, una anciana aseguró que vió al vampiro destripar a la pobre muchacha en pedazos, y que tenía ronchas negras por todo su cuerpo. Pero solo dejó su testimonio en escrito, desapareció después de ver esa escena tan traumática.— Recitó él, moviéndose su cabello rubio platinado muy ondulado característico de la familia para un lado.

Todos parecíamos petrificados después de oír eso, y ya nadie sentía el impulso de darle otra mordida a la carne.
En el inquietante silencio, Edwin se levantó de su silla de madera vieja, haciendo un chirrido insoportable.

—Me encargaré de matar a ese vampiro, asesinó a muchas personas inocentes. Merece lo mismo, será mi próximo objetivo para la caza de mañana.—Rugió enojado, con todas las miradas posándose en él. Edwin era admirable en todos sus sentidos, sobre todo por su complejo de héroe que lo hacía tan encantador.

Mi madre se masajeaba las sienes como si no hubiese escuchado todas las estupideces que decía su familia, terminamos la cena hablando sobre los mejores ajos para cegar vampiros y cada uno se fue a su respectiva habitación. Antes de cruzar por la puerta, me paré en el pasillo junto a mi hermano, que bostezaba del cansancio.

—Edwin, me gusta que quieras salvar a todos, pero no pongas tu vida en riesgo. Eres mi hermano, ¿Recuerdas?—Advertí intranquila.

—Tranquila hermanita. No me va a ocurrir nada que implique mi muerte, además, salvar vidas es nuestro propósito. Es nuestro deber como cazadores, dar seguridad al pueblo de los seres del demonio.

Cerró la puerta sonriente, pero mi cara demostraba lo contrario, y algunas lágrimas rodeando mis mejillas rosadas, también. Ese vampiro era peligroso, nadie podría enfrentarse a él.

¿Pero quién le creería a una niña joven y estúpida? Porque jamás confesé que yo misma lo había vivido en vida, como aquel ser asesinaba frente a mis ojos.

Aquel vampiro había matado a Shopia Osborne.

Un día másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora