capítulo 16

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Blake.

3 años atrás...

Aunque amaba que Torrok fuera mi padre, eso también implicaba no tener amigos.

No conocía más gente que las personas que asesinaba para mis misiones semanales. Tal vez tenía un trabajo demasiado solitario para un niño de trece años, pero hoy, Torrok consideró que ya era lo suficientemente adulto para asistir a una reunión de la corte vampírica por primera vez.  Tal vez allí podría conocer a alguien igual que yo, aunque Torrok dijo que mi caso era una excepción porque fui contagiado a muy temprana edad.

Aún así, me preparé muy elegante, aunque eso solo implicaba que lavara mi único atuendo en las orillas de un río, ya que tenía demasiada sangre y tierra como para presentarme así a mi primera reunión adulta.

Cuando ya se hizo la madrugada, entre a cualquier cueva y por obra vampírica aparecí en un salón.
Lo contemplé con mis ojos semi-humanos, tenía grandes luces violetas que no iluminaban nada por nuestra sensibilidad a la luz, el suelo era de piedra reluciente y negra, habían pinturas realistas de diferentes vampiros conocidos, y muchos detalles de oro por todos lados.
También había vampiros, de todos los tipos.
Me quedé maravillado viéndolos a cada uno, eran tan diferentes entre sí, pero todos eran una misma especie.
Entre mi sorpresa y admiración por la elegancia de la reunión, alguien tocó mi hombro con un dedo, me di vuelta alarmado.
Era un niño, de cabello rubio disparatado y ojos tan azules que parecía mirarme el alma.
Pero lo que más me impactó, es que parecía tener mi edad.

—¡Hola! Soy Blake, tengo trece. ¿Y tú?—Me presenté sonriente, y aquel niño se empezó a reír como loco. ¿Qué le daba risa?

—Yo soy Orkog y tengo dos mil años.—Respondió con la misma sonrisa, pero mi corazón dió una mortal para atrás. ¿Dos mil años? ¿Era broma? ¿Los vampiros hacían bromas?

—¿Y por qué pareces un niño?—Inquirí levantando una ceja con curiosidad. Orkog se revolvió con incomodidad y después empezó a llorar.

—Es que... No creo que vaya a agradarte si me ves como soy realmente...Tampoco tengo amigos, mi madre murió en una batalla y me dejó el trono.—Sollozó con lágrimas y tragándose los mocos.

Le di palmaditas en la espalda para consolarlo de alguna manera, aunque el niño inmortal seguía llorando como loco. Me quedé pensando en cuando dijo trono. Tal vez era una metáfora para su tristeza, u otras explicaciones que no tenía ganas de pensar.

—No me importa como te veas, Orkog. Además, yo tampoco tengo amigos, estamos iguales.—Apunté con optimismo.

Mi nuevo amigo sonrió y se convirtió en una cosa espantosa. Imaginaba cosas terribles, pero esta era aún peor. Tenía ojos rojos por todos lados, patas de gallina y brazos super fuertes. Disimulé lo mayor posible mi mueca de horror, y alcé mi pulgar como gesto de aprobación. Él empezó a reírse y yo hice lo mismo, su risa era demasiado contagiosa.

—Es que eres tan malo actuando.—Bromeó entre risas y aplaudiendo reiteradas veces. No me opuse, estaba claro que él tenía razón.

—Bueno, hice mi mayor esfuerzo.—Atajé entre risas.

Y en ese momento, Torrok salió de la faz de la Tierra como siempre y se sentó en su trono de esmeraldas, Orkog se despidió, caminó apresurado hasta el trono que estaba cerca de el rey de los vampiros y se sentó sin dudarlo.

Estaba loco.

¿Lo iban a matar? ¿Cómo se va a sentar en el trono de un rey?

—Arrodíllense ante nuestros reyes, Torrok, Arkik y Orkog.

Me quedé boquiabierto. Mi primer amigo acababa de ser uno de los vampiros más poderosos de la corte vampírica.
Orkog me saludó con la mano energéticamente mientras sonreía, y yo me arrodillaba lentamente sin cerrar la boca por la sorpresa.

Después de la cena, regresé a la mesa principal para ver a Orkog.

—¿Eres el rey de los miles de ojos que todo lo ve? Wow, eso sí que no me lo esperaba.—Exclamé con orgullo hacía una persona que acababa de conocer, pero ya era especial para mí.

—¿Y tú eres el hijo adoptivo de Torrok, vampiro de las sombras, y el más joven? Cuantos títulos, tu padre me contó todo mientras comíamos.—Contestó él dando bocados pequeños de niño rebosado en huesos. Los dos entrecerramos los ojos y gritamos al mismo tiempo.

—¡Sombritas!

—¡Ojolote!

Y en ese momento, los dos empezamos a caernos al suelo de la risa. Este tipo de dos mil años sí que me entendía.

Un día másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora