Todo es sobre ti

3) La prima de la llorona

3) La prima de la llorona

Mackenzie:

Intenté cerrar la maleta sentándome sobre ella, pero no pude. Tal vez tiene algo que ver que haya tirado la ropa con perchas incluidas dentro. Nunca antes había empacado más que mi bolso de mano. Tampoco ayudaba que estuviese tan molesta y llorando sin parar. Malditas lágrimas.

—¡Ah! —grité y sollocé más fuerte.

Con razón mis padres no creían que fuese capaz de lograr nada por mí misma. Ni siquiera podía marcharme de casa con dignidad. Me tiré en el suelo y comencé a llorar más fuerte. Sin embargo, algo en mi cabeza hizo que me pusiera de pie unos minutos después. Las voces de mis padres repitiéndome "No vas a lograrlo, nunca has hecho nada por ti misma", "Volverás a casa en una semana máximo si te vas". Tenían sus razones, pero no quería que siguieran pensando eso. Yo era capaz de más. Yo podía ser más que la niña mimada a la que se lo han dado todo. Necesitaba ser más, porque tenía 24 años, porque era una adulta, y nadie me tenía en cuenta como tal.

Entonces me iría y no les diría donde.

Aunque, la verdad, yo tampoco sabía. De eso me di cuenta cuando iba arrastrando dos maletas por el camino asfaltado de un parque cerca de la urbanización ¿Dónde carajos iba? Se suponía que me buscaría la vida sola para darle una lección a mis padres, pero si no usaba sus tarjetas no tendría donde dormir, donde comer, no podría ducharme.

Me dejé caer en una de las bancas de parque agobiada y empecé a llorar.

Como si fuera poco, unas gotas frías empezaron a hacer contacto con la piel de mis brazos. Y no eran mis lágrimas. Miré al cielo y vi que estaba bastante oscuro, y yo estaba en un parque sin paraguas, sentada en una banca con el maquillaje echo un desastre.

¿Cuál era la solución? No tenía la menor idea, por eso lloré más fuerte.

También se hizo más fuerte la llovizna. Que divertido.

Las personas pasaban cerca de mí, huyendo de la lluvia, buscando refugiarse en algún sitio, en tanto yo me mantenía en mi lugar. Hasta que una persona se detuvo junto a mi cubriéndome con su paraguas.

—¿Quieres...? ¿Necesitas que te ayude en algo? —Alcé la vista y miré a la chica pelinegra por unos segundos antes de llorar con más fuerza.

Alexa:

Gracias a Dios se me había ocurrido traer el paraguas. Esperaba que lloviera, pero no que se formara semejante tormenta.

Había venido a la urbanización donde vive el niño de primaria al que le doy tutoría de idiomas. Algo positivo de ser hija de personas que tienen diferentes nacionalidades e idiomas maternos es que puedo hacer este tipo de cosas. Con esto conseguía dinero para no tener que vivir en la residencia y mis padres solo se ocupaban de la universidad. No me tomaba tanto tiempo, ni esfuerzo, y el pago cubría mis gastos extras. Era todo ganancias, excepto que la urbanización quedaba algo lejos de la parada de autobús, y, si llovía muy fuerte, terminaría empapada. Incluso con paraguas.

Aceleré mis pasos mientras atravesaba el parque cercano a la urbanización. Ya las gotas comenzaban a hacer ruido al chocar con el paraguas. Cada vez con más fuerzas. No quería que mi cabello se mojara y terminara peor de lo que estaba, así que mantuve el paraguas lo más bajo posible sin que me hiciera imposible ver por donde iba. Porque tampoco quería terminar comiendo tierra por una caída.

La mayoría de las personas hacían lo mismo que yo. Corrían por mantenerse secos. Digo la mayoría porque, en un punto de mi trayectoria, encontré a una chica llorando bajo la lluvia. Más que llorando, gritando. Nadie se detenía a ver que le pasaba, y yo no pensaba hacerlo tampoco en un principio. Pero luego pensé que eso es exactamente lo que los amigos de Paolo harían. Yo no quería parecerme a esas lacras, y no querría estar sola en un mal momento tampoco.