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Toda la olla sobre la estufa estaba teñida de un intenso color marrón oscuro, lo que le daba un aspecto un tanto salado. Sin embargo, los conocedores entendían que el miso disuelto en el caldo de tendón de res se volvía bastante más rico y dulce cuanto más tiempo se hervía a fuego lento, así que, una vez que lo probaran, tal vez una hora más tarde, sería un hecho que quedarían completamente encantados con su textura.

Y cuando se trataba de miso, el plato representativo era definitivamente el daikon. Algo que daba una sensación esponjosa en la boca, que se desmoronaba con la más mínima presión de los palillos y que se convertía instantáneamente en un jugo suave que invitaba a las persona que lo comían a un mundo de absoluta felicidad culinaria. Además, era mucho mejor cuando se combinaba con huevos empapados en miso. Para esto se ponía un plato hondo, se echaba el huevo cubierto con una suave sopa de miso al arroz recién cocido y se revolvía hasta combinar todos los ingredientes perfectamente bien. ¡Oh, qué comida tan maravillosa! El miso era definitivamente lo mejor del mundo y no había conocido a alguien que dijera lo contrario.

Wataru Saekura, de 34 años, nació y creció en Yokohama, prefectura de Kanagawa, y por eso mismo podía hablar apasionadamente sobre la comida local desde la mañana hasta la noche diciendo cosas como: "Quiero convertir toda mi sangre en miso". O "En realidad, el miso de Aito es el mejor del mundo. Puedo seguir comiendo esto para siempre". Cosas tontas como esas.
Tenía unos bellos ojos largos y ligeramente bajos, y unos labios bien formados que dibujaban un hermoso arco. Saekura, que tenía una sonrisa perfecta que parecía salida de un libro de modelaje, estalló de alegría cuando lo miró observarle y dejó que su cabello suelto y ondulado se balancera como si le hubieran hecho una permanente hace apenas un par de días. Este hombre, del que a menudo se decía que era difícil acercarse debido a su misterioso atractivo sexual, también era conocido por su naturaleza gentil, su voz suave y, contrariamente a su apariencia, a su gran reputación empática. Sobre todo, entre quienes eran sus compañeros en el trabajo.

Sin embargo, Aito Sawatari, que lo conocía desde hace mucho tiempo, no podía entender en absoluto lo que decían las mujeres en el hospital sobre que: "La sonrisa del señor Saekura era el equivalente a una descarga de adrenalina en la vena".

"Oye ¿Puedo comerme ese último huevo?"

"Por favor".

''¡Entonces, con permiso! ¡Hmm, está delicioso!"

Desde su perspectiva, la sonrisa de Saekura era como la de un perro grande que estaba increíblemente feliz de encontrar su juguete favorito. De ninguna manera se trataba de una descarga de adrenalina.

"¡Ah, me siento feliz! ¡Estoy tan emocionado de estar aquí contigo y tener esta fabulosa comida! Si tan solo estos días tranquilos continuaran todo el tiempo, no habría nada más que pedir, te lo aseguro".

Mientras decía esto, Saekura lo miró con una sonrisa que parecía a punto de derretirle la boca. Y al ver su cara, entonces Aito entrecerró lentamente los ojos, se tragó lo que estaba masticando y preguntó:

"¿Estaría bien si dejara mi trabajo como médico y abriera una tienda de comida?"

"¿Eh...?"

"Todos los días estarías feliz. Eso es lo que dijiste"

"No, no, no, ¡Eso no es lo que quiero! No puedo imaginarme a Aito sin ir al hospital."

Saekura, quien inmediatamente entró en pánico por la respuesta de Aito de que iba a renunciar al trabajo, le golpeó la cabeza con toda la palma para que entrara en razón. Aito esbozó una sonrisa maliciosa.

Adicto al azúcar (Traducción finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora