Capitulo 7

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Con el corazón apesadumbrado, Lali se cambió de ropa y se puso varios alfileres más en el pelo para que no se le deshiciera el moño. Varias ideas descabelladas acerca de cómo evitar ir con Peter cruzaron por su mente, pero ninguna era ni remotamente factible. De repente, se preguntó por qué le tenía miedo. Peter no se atrevería a hacerle daño a plena luz del día y menos cuando todos sabían que iban juntos al Double Bar.

La forma de actuar de Peter era la de los cobardes. Si quería hacerle daño a alguien, se acercaría a esa persona a hurtadillas. Una oleada de odio le dio valor a Lali. Tenía que superarlo. Sobreviviría a aquella situación, sucediera lo que sucediera. Además, no existía un peligro real para ella. Si la historia seguía su curso previo, Peter tenía la intención de matar a Nicolás, no a ella.

Lali salió de la casa y se dirigió al establo. Cuando vio a Peter Lanzani montado en un caballo y llevando a otro de las riendas, aminoró el paso. A Peter, igual que a cualquier otro vaquero experimentado, se lo veía cómodo y extremadamente seguro encima de un caballo. La yegua zaina que llevaba de las riendas era de un color claro fuera de lo común, casi dorado. Tenía las patas largas y mucho carácter, lo cual se apreciaba en la forma en que sacudía la cabeza y en su caminar brioso.

Se trataba de un animal magnífico y, para Lali, aterrador. Hacía mucho tiempo que no montaba a caballo. Nunca había sido una buena amazona y necesitaría horas de práctica para familiarizarse con el proceso. Además, tener que montar aquel caballo mientras Peter la observaba... El corazón le palpitaba tan deprisa que lo sentía en todas las partes de su cuerpo.

—Te has olvidado de los abrelatas —declaró Peter mientras sus insolentes ojos verdes se deslizaban hasta las botas de Lali.

Ella nunca había visto a un hombre tan guapo como él, con el ala del sombrero tapándole los ojos y su ágil cuerpo cubierto con una camisa blanca con las mangas arremangadas y unos tejanos ajustados con parches de gamuza en las rodillas...

—¿Los abre...? ¡Ah, te refieres a las espuelas! —balbuceó Lali. Y se odió por ponerse nerviosa cuando estaba cerca de él—. No las usaré más. Son crueles e innecesarias.

—La semana pasada me dijiste que no podías montar un caballo como Jessie sin las espuelas.

—Jessie y yo nos llevaremos bien sin ellas —murmuró Lali mientras se acercaba a la yegua zaina y le acariciaba el morro. La yegua sacudió la cabeza con irritación—. Sé buena, Jessie. Te portarás bien conmigo ¿verdad? ¿Serás...?

—Pueden mantener esta conversación más tarde. Salgamos ya.

Lali se dirigió con lentitud al lado izquierdo de la yegua. Se montaba por el lado izquierdo, ¿no? Se esforzó en recordar algunos de los consejos que le habían dado en cuanto a montar: no permitas que el caballo sepa que tienes miedo. Haz que el animal sepa quién es la jefa.

Jessie aguzó las orejas cuando notó que Lali se acercaba a su costado.



—Le han puesto una silla de mujer —declaró Lali, y el estómago se le encogió al verla. No tenía ni idea de cómo se montaba con las dos piernas a un mismo lado.

—Es la que siempre usas. Desde que regresaste de la academia no has querido usar otra.

—Pues hoy no puedo. Ponle otra. La que sea. Las facciones de Peter se endurecieron.

—Esta mañana no tengo tiempo para tus jueguecitos. Por mucho que te divierta dar órdenes, no pienso satisfacer tus caprichos. Si no te gusta, puedes quejarte a tu padre más tarde, pero de momento súbete a ese caballo.

Dame esta noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora