Captulo 38

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Después de aquella visita, Peter pareció sobrellevar mejor la muerte de Nicolás. No lo consumía la idea de la venganza, como había temido Lali, aunque cierto brillo destellaba en su mirada cada vez que se nombraba a los Amadeo. Caminaba con más ligereza, se mostraba tan seguro de sí mismo como siempre, le costaba más enfadarse y sonreía con facilidad. El rancho parecía estar imbuido de nueva vida, como si el sol hubiera salido de detrás de una nube. Lali seguía siendo la única que se atrevía a discutir o enfrentarse con Peter, y lo hacía siempre que quería. Peter, por su parte, se mostraba muy posesivo con ella, exigía su tiempo y su atención con una arrogancia inigualable y ella lo reñía por esto, aunque, en el fondo, le encantaba.

Ninguna parte de la vida de Peter estaba vedada para Lali, ni siquiera su trabajo. Lali le hizo prometer que la llevaría con él a Kansas City cuando fuera a comprar reses de cuerno corto para el rancho y Lali estudió a fondo los libros de Peter acerca de la cría y el transporte del ganado. Un día, Emilia oyó por casualidad una de sus conversaciones de negocios y regañó a Peter. El sonrió y declaró que confiaba en que Lali le aportaría nuevas ideas que proporcionarían al rancho un montón de dinero. Toda la familia y muchas personas ajenas a ella desaprobaban la relación de Peter y Lali, la cual era una de las más extraordinarias que se había visto en la zona.

En cuanto a ellos, sabían que todavía les quedaba mucho por descubrir el uno del otro, más de lo que podrían descubrir en toda una vida. Lali nunca dejaba de sorprender a Peter, incluso la noche de bodas, cuando, nada más cruzar el umbral de su renovada habitación, se echó a llorar. Peter se sentó en la nueva cama de matrimonio y la acurrucó en sus brazos animándola a contarle lo que le ocurría.

—Por fin estamos casados —declaró ella mientras se secaba las lágrimas con el pañuelo de Peter—. ¡Me siento tan feliz y aliviada...! ¡Y también abrumada!

Peter la abrazó durante mucho rato mientras le daba besos prolongados en la cara y le susurraba lo mucho que la quería. Lali entrelazó las manos por detrás del cuello de Peter acercando su cuerpo blando y cálido al de él y ambos se estremecieron. Se besaron con ansia, conscientes, de una forma desesperada, del tiempo que hacía que no hacían el amor. Se arrancaron la ropa con precipitación y su encuentro fue muy distinto de la dulce unión que esperaban. La unión de sus cuerpos desnudos les produjo una sensación salvajemente dulce. Poco a poco, Lali sintió que se disolvía en un océano de oscuridad en el que no había nada salvo el cuerpo de Peter, sus manos, y su boca en la de ella. Lali igualó la audacia de Peter, y lo amó con igual fiereza y ternura, hasta que el placer recorrió su cuerpo como un torrente que pareció reestructurar su misma alma.

Al final, Lali permaneció echada y satisfecha en los brazos de Peter mientras él enrollaba un mechón del pelo de Lali en uno de sus dedos y se lo llevaba a los labios.

—Yo solía soñar que me hacías el amor —susurró ella, y percibió la suave risa de Peter junto a su sien.

—¿Antes de que lo hiciéramos por primera vez?

—Incluso antes de conocerte. Ni siquiera conocía tu nombre ni cómo eras.



Peter sonrió con languidez.

—¿Y cómo sabes que era yo?

—No seas tonto, ¿cómo podría confundirte con otra persona?

Lali deslizó una mano por el pecho de Peter como muestra de que le pertenecía y podía tocarlo cuando quisiera. Peter se inclinó sobre ella y su pelo negro cayó sobre su frente cuando acercó sus labios a la garganta de ella.

—¿Por qué no me enseñas algunas de las cosas que hacíamos en esos sueños, señora Lanzani? — susurró él mientras sus labios se movían por la piel de Lali.

Dame esta noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora