Capitulo 11

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—Papá, ya sé que confías en él —replicó Lali con voz temblorosa—. Sé que dependes de él y que te preocupas por él, pero constituiría un error colocarlo en ese puesto cuando tú ya no estés.

—Vamos, cariño —contestó Nicolás en tono tranquilizador—, ya sé que te sientes un poco decepcionada por tener sólo la propiedad de Sunrise en lugar de todo ese dinero, pero ésta es la única forma de que el rancho no se divida en pedazos. Peter es mi única garantía en este sentido. No quiero que el rancho desaparezca sólo porque yo lo haga. Es tan simple como esto.

—¿Se lo has dicho a Peter?

—Todavía no.

—Sería una buena idea que esperaras un poco para contárselo —murmuró Lali.

Como Nicolás no le contestó, ella guardó silencio e intentó concentrarse en el paraje que los rodeaba en lugar de enfrascarse en una discusión inútil, pues sabía que discutir con Nicolás no ayudaría en nada. «Más tarde», se prometió a sí misma. Más tarde, cuando hubiera elaborado unos argumentos convincentes, hablaría con Nicolás.

En aquel momento, el paisaje estaba plagado de hombres y ganado y el aire era denso debido al polvo, al olor de los animales y al sudor. Miles de reses eran tratadas contra la moscarda y el gusano barrenador, quienes se instalaban en las heridas abiertas de los animales y se alimentaban de su carne sanguinolenta. A los sufridores cuernos largos, se les embadurnaba con una mezcla de grasa y ácido carbólico que mataba a los enormes gusanos y aliviaba el espantoso dolor que padecían las reses.

Sin embargo, los cuernos largos no sabían que los hombres intentaban ayudarlos y reaccionaban con violencia. Feroces maldiciones se elevaban hacia el cielo mientras los hombres esquivaban a las reses que los embestían. Unas nubes de polvo se elevaban y volvían a posarse alrededor de las activas figuras y ensuciaban las ropas y la piel de los hombres. Y a su alrededor; el ganado se revolvía como un río de aguas marrones.

Nicolás y Lali se detuvieron para observar la escena, pero se mantuvieron a una distancia prudente.

—Duro trabajo —comentó Lali casi para ella misma—. Tostándose al sol. Resultando heridos con facilidad. Sin ninguna máquina que les ayude ni tiempo para descansar. No tiene mucho sentido que alguien quiera realizar este tipo de trabajo.

—Pues espera a que desaten a los ejemplares de peor carácter —declaró Nicolás con una sonrisa.

—¿Por qué lo hacen? ¿Por qué los hombres deciden ser vaqueros?

—No creo que un hombre se formule nunca esa pregunta. Lo es o no lo es, eso es todo.

—No tiene ningún encanto. No tiene nada que ver con las descripciones que aparecen en las novelas y las revistas. Además, sin duda no reciben mucho dinero como recompensa.

—¡Y un cuerno que no! Yo les pago a mis chicos cuarenta dólares al mes. Esto es casi diez veces más de lo que conseguirían por el mismo tipo de trabajo en cualquier otra parte del país.

—Sigo sin entender qué es lo que los atrae de este trabajo. Nicolás no la escuchaba.

—Vamos, cariño, Peter está allí intentando sacar a una res de la ciénaga.

Ella lo siguió a desgana y cabalgó pradera abajo hacia la ciénaga en la que dos toros se habían quedado atascados cuando se sumergieron en el barro para librarse de las nubes de moscas que los acosaban. Uno de los toros lanzaba berridos lastimeros, mientras que el otro, exhausto, permanecía en silencio mientras los vaqueros tiraban de él con cuerdas atadas a las sillas de sus monturas.

Dame esta noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora