Capitulo 31

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Durante la noche, una pandilla de hombres que nadie logró identificar echó abajo la valla que rodeaba los pastos del sureste y atacó a los vigilantes de la zona. Todos los alambres fueron cortados por distintos lugares y todos los postes fueron arrancados del suelo. El sonido de los disparos era débil pero nítido y el ruido despertó a Lali y al resto de los Espósito. Lali buscó a tientas su camisón y su bata. Estaba medio dormida, pero se sentía aliviada porque Peter se había ido un rato antes. Si se hubiera quedado con ella sólo media hora más, lo habrían pillado en su dormitorio, y esto era algo que Lali todavía no quería explicar a los demás que estaban

Se oyeron varias exclamaciones y unos pasos rápidos que recorrían el pasillo. Lali abrió la puerta con cautela mientras se frotaba los ojos. Nicolás ya se había vestido y se dirigía a las escaleras. Stéfano salió de su dormitorio con la camisa mal abrochada.

—¿Qué ocurre? —preguntó Lali.

Nicolás la ignoró y empezó a bajar las escaleras gritando el nombre de Peter con una voz tan potente que debió de haber atravesado la mitad del rancho. Stéfano se pasó la mano por el pelo y éste se le quedó de punta, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. A continuación, miró a Lali y se encogió de hombros.

—Eran disparos, ¿no? —preguntó Lali mientras se mordía el labio inferior. Stéfano parecía ansioso y preocupado al mismo tiempo.

—Te apuesto cualquier cosa a que es por la valla.

Stéfano siguió a Nicolás dando zancadas mientras bajaba ruidosamente las escaleras. Agustín, a quien siempre le costaba levantarse de la cama, apareció en la puerta de su dormitorio y los siguió mientras Candela lo contemplaba con el ceño fruncido.

—Ten cuidado —advirtió Candela a su esposo, pero él pareció no oírla.

Cuando Agustín salió por la puerta principal, Cande y Lali intercambiaron una mirada de desconcierto. Unos pensamientos inexpresados flotaron en el ambiente mientras ambas se preguntaban lo grave que sería el problema y qué sucedería a continuación.

—¿Qué hora es? —preguntó Cande.

—Supongo que las dos o las tres.

—Mamá ya está en la cocina preparando café. Ayúdame a bajar, Mariana.

Bajaron juntas las escaleras mientras Cande se apoyaba con pesadez en el brazo de Lali, más por una necesidad de apoyo emocional que por una cuestión física. A ninguna de ellas se le ocurría nada que decir. No era necesario constatar lo obvio. Lo más probable era que los Amadeo estuvieran implicados en lo ocurrido. Los disparos no se habían producido muy lejos y toda la familia había estado esperando un ataque de este tipo.



En aquella época, los hombres se unían en bandas y cortaban las vallas por todo el centro de Tejas, ya fuera por propia iniciativa o porque los rancheros beligerantes los contrataban. La guerra no se había declarado de una forma oficial, pero no había otra forma de describir cómo estaban las cosas, en concreto, entre los Espósito y los Amadeo.

—Espero que ya haya acabado —declaró Lali de una forma taciturna mientras Cande bajaba los últimos escalones.

—¿Qué esperas que haya acabado?

—El tiroteo. Ahora mismo, todos se dirigen hacia allí, papá y los demás. ¡Los hombres son tan insensatos cuando tienen un arma en las manos! Espero que nadie haya resultado herido. No soporto la idea de que...

Lali se mordió el labio y apretó la mano de Cande con fuerza.

—Estás pensando en Peter, ¿no?

Dame esta noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora