Watts chasqueó la lengua y la tartana se alejó de la casa mientras Candela se acomodaba con firmeza en el asiento de mimbre del vehículo.—Cande, ¿el ajetreo no será demasiado para ti? —le preguntó Mariana con preocupación mientras deslizaba otro cojín detrás de la espalda de Candela—. Si resulta peligroso para ti acompañarme al pueblo, aunque sólo sea un poco, yo ya...
—No, el embarazo todavía no está tan adelantado. Además, tengo que alejarme un rato del rancho, si no me pondré a gritar. ¿Te acuerdas de cómo fue el embarazo de Alelí? Pude ir a cualquier lugar y hacer casi cualquier cosa hasta la última semana. Claro que quizá no te acuerdes mucho, pues sólo tenías diez años. ¿No te parece curioso que mamá nos tuviera con diez años de diferencia y yo tenga este bebé diez años después de tener a Alelí? Seguramente ella será como una segunda madre para el bebé, igual que yo lo fui para ti.
Las dos hablaban en un susurro para no incomodar a Watts, el peón del rancho que las conducía a la ciudad. Los bebés y los partos eran asuntos de mujeres y los hombres querían saber lo menos posible acerca de estas cuestiones. Si Watts oyó algo de lo que dijeron, no lo demostró. Watts era un hombre callado, unos años mayor que Lali, de estatura algo menor a la media, pero fornido y de hombros anchos. Sus ojos azul oscuro con frecuencia reflejaban picardía y maldad a partes iguales. Aunque siempre se mostraba correcto y amable, Lali se sentía algo incómoda cuando hablaba con él directamente. Watts la trataba con un respeto tan exagerado que rallaba en el desdén y ella no sabía por qué.
—¿Ya han decidido los nombres? —preguntó Lali a Candela.
—Si es un niño, se llamará Nicolás, y, si es una niña, Sarah. Por tu bisabuela.
—Sí —contestó Lali mientras sentía un nudo de placer y dolor en la garganta—. Es un nombre bonito.
Aquél era el nombre correcto. El nombre de su madre. «Pero ella ya no será mi madre. No si yo sigo aquí. No si soy Mariana Espósito.» Aquel pensamiento era muy intrigante. Ella quizá vería crecer a Sarah y la conocería como nunca había podido conocerla antes.
De vez en cuando, Lali todavía se preguntaba si estaba soñando, pero en aquel momento, mientras contemplaba el bonito rostro sonrosado de Candela, supo que todo aquello era real. El sol que estaba a sus espaldas era real. El ajetreo de la tartana y los vaqueros que se vislumbraban a lo lejos en sus monturas no eran el producto de un sueño. Lali no podía negar lo que estaba delante de sus ojos, pero ¿dejaría alguna vez de sentir pena por la pérdida de la vida que había tenido antes?
Le resultaba difícil distinguir con exactitud cuáles eran sus sentimientos hacia los Espósito. Le caían bien y sentía algo de afecto por ellos, pero era indudable que no quería a Emilia y a Nicolás como una hija. Stéfano y Candela también le gustaban, pero no sentía ningún apego especial hacia ellos, pues apenas los conocía.
—En cuanto tenga al bebé, Agustín y yo nos trasladaremos, con nuestra pequeña familia, a Carolina del Norte —explicó Candela—. Me siento impaciente por mudarme.
—¿De verdad tienen que irse? —protestó Lali—. ¡Carolina del Norte está tan lejos!
—La familia de mamá ya le ha encontrado un trabajo a Agustín y nos recibirán con mucho cariño. Además, estoy segura de que a Alelí le encantará vivir allí.
«No, no le gustará. Algún día regresará a Tejas.»
—¿Agustín no podría hacer algo en Dallas o en algún otro lugar más cercano? Sé que no le gusta el trabajo del rancho, pero en Tejas hay otras cosas que él podría...
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Dame esta noche
Ciencia FicciónAveces sentimos que lo que vivimos es de verdad pero podemos estar en otra realidad