Capitulo 4

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«¡Oh, Dios mío, es él! —pensó Lali aterrada—. ¡Pero no puede ser, se supone que es un hombre mayor!»

—¿Te lo has pasado bien? —preguntó él con voz grave y, por lo visto, sin esperar una respuesta.

El miedo atenazó la garganta de Lali. Él siguió lanzándole su dura mirada mientras el ala de su sombrero ensombrecía parte de su rostro y ella se quedó helada al darse cuenta de que, efectivamente, se trataba de Peter Lanzani. Peter Lanzani unas décadas atrás. Ella había visto aquellos mismos ojos verdes en el rostro de un anciano de pelo gris y largo y de figura nervuda. Sin embargo, aquel hombre tenía el pelo moreno y corto, unas cejas negras como el carbón y unos hombros anchos. Era joven, de facciones duras e iba bien afeitado.

«¡Asesino! »

—Creo que se encuentra mal —declaró Stéfano mientras se sentaba en el asiento trasero, al lado de Lali.

—Estupendo.

Peter se volvió hacia delante, sacudió las riendas y la tartana se puso en marcha con una sacudida. Lali se aferró al asiento mientras miraba a Peter con las pupilas dilatadas y apenas se dio cuenta de que salían del pueblo. Se produjo un tenso silencio y el shock que Lali sufría creció con cada rotación de las ruedas de la tartana.

Las preguntas cruzaban su mente demasiado deprisa para que ella pudiera catalogarlas. Lali contempló los campos por los que pasaban. Se trataba de una tierra tosca, joven y salvaje. Las casas que supuestamente tenían que ocupar aquellos campos habían desaparecido. Sunrise era un pequeño asentamiento en medio de kilómetros interminables de praderas que se extendían sin límites hacia el oeste y que susurraban quedamente al paso de las ruedas de la tartana y las herraduras del caballo.

¿Dónde estaban los edificios, las calles, los automóviles, la gente? Lali estrechó con tensión sus temblorosas manos y se preguntó qué le estaba sucediendo. De repente, Stéfano la cogió de la mano. Lali se sobresaltó, pero relajó su mano en la de él y sintió que él se la apretaba con calidez.

Lali levantó la mirada y se encontró con los ojos vivos y marrones de Stéfano, que eran del mismo color que los de ella. Había afecto en su mirada, como si ella fuera su hermana de verdad. ¿Cómo podía mirarla de aquella forma? Si ni siquiera la conocía.

—Tonta —susurró Stéfano, y sonrió antes de darle un codazo en las costillas.

Ella ni siquiera parpadeó y continuó mirándolo con fijeza. Peter debió de oír a Stéfano, porque se volvió y miró a Lali de una forma que envió un escalofrío por su espalda.

—Ya sé que no te importa, pero tenía planeado estar de regreso en el rancho hace ya mucho rato.

La voz de Peter sonó tensa y exasperada.

—Lo siento —susurró Lali con la boca seca.

—Creo que buscarte durante dos horas me da derecho a saber que demonios estabas haciendo.

—Yo..., no lo sé.

—No lo sabes —repitió él, y explotó—: ¡Claro que no lo sabes! ¡No sé cómo he podido creer que lo sabías!

—Peter, no se encuentra bien —protestó Stéfano sin soltar la mano de Lali. Aunque sólo era un muchacho, su presencia constituía un gran alivio para Lali.

—No te preocupes —le dijo Lali a Stéfano esforzándose por mantener la voz firme—. Su opinión no me importa.

—¡Típico! —soltó Peter mientras volvía su atención al camino—. No te importa la opinión de nadie. De hecho, podría enumerar con los dedos de una mano las cosas que te importan: los bailes, los vestidos, los hombres... A mí me es igual, porque lo que decidas hacer con tu tiempo no tiene ninguna importancia para mí. Pero cuando interfieres en el funcionamiento del rancho, infringes mis horarios y nos haces ir retrasados a todos los demás, me parece intolerable. ¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que tus armarios llenos de ropa y todas tus extravagancias dependen de la cantidad de trabajo que se realiza en el rancho?

Dame esta noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora