Capitulo 37

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Lali se acurrucó en uno de los extremos del sofá de tapicería suave y brillante del salón con las piernas dobladas. La casa estaba en silencio y el resto de la familia dormía en la planta de arriba. El único sonido que se oía era el tictac metódico del reloj. Tenía un libro abierto sobre el regazo, pero no lo leía. De vez en cuando, pasaba una página, pues sus manos sentían el impulso de hacer algo. Tras oír unos pasos silenciosos que bajaban las escaleras, Lali levantó la vista y vio a Stéfano, quien entró en la habitación vestido con su camisa de dormir de algodón y unos pantalones de montar desgastados. Parecía cansado y malhumorado. Se dirigió al sofá arrastrando los pies y se dejó caer en el otro extremo.

—¿Por qué esperas levantada? —preguntó Stéfano mientras contenía un bostezo—. Peter dijo que no volvería hasta mañana.

—No tengo sueño. ¿Y tú por qué no estás en la cama?

—No paro de despertarme pensando que he oído un ruido.

Stéfano cerró los ojos y reclinó la cabeza despacio en el respaldo del sofá.

—¿Stéfano?

—¿Mmmm? —murmuró él sin abrir los ojos.

—Me alegro de que no te vayas a Carolina del Norte con los demás. Me gusta tenerte aquí.

Stéfano frunció los labios en una expresión huraña, como hacía siempre que le hablaban de sentimientos.

—No me quedaré aquí para siempre. Lali sonrió levemente.

—Lo sé, hermanito.

Lali también cerró los ojos. El silencio y la presencia del muchacho la adormecieron y, de una forma gradual, el libro resbaló de su regazo hasta el asiento del sofá. Ella dejó caer la cabeza, pues le pesaba demasiado para seguir aguantándola erguida. «Watts», murmuró Lali para sí misma. Mientras daba vueltas a aquel nombre e intentaba recordar alguna cosa, la cabeza le dolió. Poco a poco, fue cayendo..., cayendo..., y su corazón palpitó con más lentitud.

Estaba acurrucada junto a Benjamín, pegada a su costado, y sus esbeltos dedos se deslizaban por el pelo de color caoba de su nuca. Ella se inclinó y rozó con su boca la comisura de los labios de él.

«Ayúdame con el nombre», le había pedido él.

Ella pegó los labios al oído de Benjamín y susurró en voz baja:

«Inténtalo con George Watts. Hará cualquier cosa por dinero. Cualquier cosa. Estoy segura.»

«¿Y también estás segura acerca de todo lo demás?»

«Claro que lo estoy. No tenemos elección, ¿no?» Ella lo besó con dulzura, con una promesa silenciosa.

Lali gimió en sueños y agitó la cabeza con intranquilidad.



Después de salir del saloon, Peter regresó a Sunrise. Todos los pensamientos racionales habían abandonado su mente. La sed de sangre hacía que le ardiera el estómago, se le clavaba en los costados como si se tratara de unas garras y lo empujaba a exigir el máximo de su caballo. La tierra pasaba a toda velocidad por debajo de ellos, pero el viaje le parecía lento, insoportablemente lento.

La caseta de madera de vigilancia era el único contorno que rompía la línea del horizonte. La caseta y la valla rota. Entre los tablones de la caseta se filtraba la luz tenue de una lámpara. Peter saltó del caballo incluso antes de que éste se detuviera. En pocos pasos, llegó a la puerta y la abrió de golpe con la punta de la bota. Watts se puso de pie sobresaltado, su silla cayó al suelo y un Colt.45 apareció en su mano. Cuando vio que se trataba de Peter, empezó a bajar el cañón del arma, pero, de una forma instintiva, interrumpió el movimiento.

Dame esta noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora