12.

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Visenya

Me senté en la mesa del comedor y los ojos de mi madre se posaron en mí en cuanto cruzó la puerta.

-¿Has resuelto los problemas con tu esposo?

Suspiré.

-Estamos en ello-mentí recordando la noche anterior.

Rhaenyra se sentó en la mesa y los sirvientes rápidamente comenzaron a servir la comida.

-Entiende que así mantenemos la paz, hija, no quiero por nada del mundo otra guerra como la que vivimos- se masajeó las sienes- sino yo estaría encantada de anular ese matrimonio y prometerte con el hijo de algún lord que nos convenga.

Abrí la boca dispuesta a hablar, pero preferí cerrarla de nuevo cuando entró Melissa del brazo de Jace.

-Sentimos llegar tarde- dijo ella sin dignarse a mirarme.

-Valoramos la puntualidad por encima de todo- dije indignada.

Todos se giraron para mirarme y ella esbozó una pequeña sonrisa triunfante.

-¿Todo bien con tu esposo, princesa Visenya?

Apreté los puños bajo la mesa y me levanté de sin dignarme a contestar.

-Visenya- Rhaenyra me hizo frenar de golpe con sus palabras- valoramos incluso más la educación, así que haz el favor de sentarte y contestar a la pregunta que tan amablemente te acaba de hacer la que será tu futura reina cuando yo no esté.

-Madre, déjalo estar- interrumpió Jace desviando la vista hacia mi- Visenya, puedes retirarte si es lo que deseas.

Hice una forzosa reverencia y salí del comedor sin perder ni un segundo más.

Caminé subiendo las escaleras a toda prisa y cuando fui a dirigirme a los aposentos de Aegon, ahí estaba Daemon para impedirme el paso.

-Estos no son tus aposentos, niña malcriada.

-¿Acaso importa donde quiera pasar la noche?

Me miró con atención y se apoyó en la puerta.

¿Se habían puesto de acuerdo para fastidiarme el día?

-Supe desde el primer día que te vi en qué lado de la guerra estabas- sonrió como si estuviera recordando aquel día- jamás apoyaste a tu madre, jamás quisiste que esa corona acabara en su cabeza.

-Aegon también tenía derecho a ella- me encogí de hombros- para nadie es un secreto que yo me crié con los Targaryen a los que echasteis de aquí, ¿Como no iba a querer que no les ocurriese nada?

-Y sigues siendo una de ellos- se humedeció los labios- vas y vienes a tu antojo. ¿Qué información es la que les das?

-¿Estás insinuando que soy una traidora?

-Pienso que es extraño que la mujer de nuestro mayor enemigo viva con nosotros y no con el hombre al que decía amar con toda su vida- se rió- ¿No lo ves raro? ¿Qué es lo que te está diciendo Aemond que hagas aquí?¿Envenenar a la reina?¿A Jace?

-Déjame pasar- dije con enfado.

Sonrió.

-¿Y si te dijera que he encontrado la piedra de la resurrección?

Su pregunta me dejó sin aire.

-¿Se la damos a nuestra reina?- preguntó esbozando una sonrisa- ¿O la quieres para ti?

Tragué saliva.

-¿La tienes de verdad?

Daemon asintió con seriedad.  ¿De verdad pensaba que yo le iba a creer? Blue, la muchacha a la que había decidido ayudar me había jurado y perjurado que aquella piedra estaba bajo su poder. ¿Por qué iba ella a mentirme?¿Qué ganaría con eso?

-¿Quieres verla?- me señaló con la cabeza el fondo del pasillo donde otras escaleras conducían al piso superior- la tengo arriba.

Asentí.

Daemon comenzó a caminar sabiendo que yo le seguiría y subió las escaleras hasta abrir una puerta que daba a unos enormes aposentos que ya nadie usaba.

-¿Y la piedra?- pregunté dejando como una idiota que cerrara la puerta a mis espaldas.

Solo entonces me fijé en el hombre que se encontraba sentado junto a la chimenea apagada.

-¿Te acuerdas de él, Visenya?- preguntó Daemon- ese hombre ayudó cuando Jace te obligó a abandonar Desembarco del Rey para volver a Rocadragón.

Tragué saliva y sentí como mis piernas flaqueban.

-Me dijo que le gustaste…y bueno- Daemon se encogió de hombros- tú debes de estar falta de un hombre y yo le debía un favor.

Me giré de golpe e intenté correr hacia la puerta, pero Daemon me empujó hasta hacerme caer sobre la cama.

-Disfruta- me guiñó un ojo y caminó hacia la puerta.

-¡Daemon!- grité volviendo a levantarme de la cama-¡Aemond te va a matar por esto!

Provoqué una carcajada en él antes de que el otro hombre me agarrara provocando que yo gritara despavorida.

-A diferencia de Rhaenyra, yo no olvido- y sin más cerró la puerta a sus espaldas.

Grité intentando zafarme de ese individuo e intenté golpearle como pude, sin éxito alguno.

Con fuerza me arrastró hacia la cama mientras las lágrimas salían a borbotones por mis ojos y gritaba a alguien que pudiera escucharme.

Babeando me lanzó encima de la cama y se desprendió de su camiseta antes de tirarse encima de mí.

Me desgarré las cuerdas vocales mientras pataleaba con rabia en busca de alguna salida para mi.

Y entonces logré llegar a la lámpara de aceite de la mesilla al mismo tiempo que él subía una de sus manos callosas por mi pierna.

-¡Daemon!- grité de nuevo revolviéndome.

Y sin previo aviso le golpeé con la lámpara de aceite en la cabeza. No se desplomó del todo, pero si me dió suficiente ventaja como para levantarme y escapar de sus garras.

Repleta de lágrimas observé cómo se llevaba las manos a la cabeza y me abalancé sobre él volviendo a golpearle.

Cayó sobre la cama, pero no fue suficiente para mi. Jamás iba a ser suficiente para mi. ¿Iba a vivir toda mi vida asustada porque había elegido casarme con el hombre que ellos consideraban su enemigo?

Golpeé de nuevo. Y otra vez. Y otra.

Golpeé sin dejar de llorar. Golpeé hasta que la sangre manchó la cama y mi vestido. Golpeé porque yo me había buscado todo eso al pretender recuperar una familia que jamás había tenido.

¿Cómo podía culparme de adorar a los verdes si era lo único que yo conocía en este mundo?

Ellos eran mi familia.

Golpeé de nuevo y el cristal que protegía la vela, se rompió sobre la cama clavandose en mis dedos.

Cuando la primera llama tocó las sábanas y el fuego se extendió por la cama. Yo me levanté y me dejé caer sobre el sillón viendo como todo comenzaba a arder.

Y lloré. Lloré porque aquel no era mi lugar. Dejó de serlo en el mismo momento que Rhaenyra ocupó el trono que jamás debió de ser suyo. Dejó de serlo cuando Aegon murió. Dejó de serlo cuando mi hija murió. 

O quizás…. jamás lo fue.

La semilla del dragón. (Segunda parte). AEMOND TARGARYEN 💚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora