2.

419 32 4
                                    

Visenya

Tres meses, eso fue lo que aguantó Aemond lejos de mi antes de sobrevolar con Vaghar los cielos de Desembarco del Rey en mi busca.

Y no es que no me alegrara de ver a mi esposo, pero no pude evitar sentir un horrible pinchazo en el pecho al tener que revivir todo.

Esperé paciente a que entrara en la sala del trono y cuando su mirada se cruzó con la mía solamente obtuve un gesto de cabeza.

-Hola.

-Tranquila, solo he venido a hablar con Rhaenyra de unos asuntos, aunque ya veo que está muy ocupada presentando a la futura reina de Desembarco del Rey.

Asentí entrelazando mis dedos con nerviosismo.

-¿Quieres hablar?

Fue mi pregunta la que le hizo continuar caminando hacia mi. Aun así cuando dejó de hacerlo, tomó una distancia de dos metros entre nosotros.

Era tan imponente como lo recordaba, guapo como ninguno, alto y con los rasgos más marcados, como si no hubiera descansado bien todo este tiempo.

-¿Quieres hablar?- preguntó mostrando una mueca llena de ironía.

Volvió el silencio, como aquel que nos envolvió el primer mes que pasamos juntos después de que naciera nuestra hija y falleciera al quinto día porque el oxígeno no le llegaba bien a sus pequeños pulmones.

-Mañana vendrá al castillo una bruja- intenté esbozar una sonrisa que no acabó llegando a mis ojos- madre me ha dicho que…

-Otra vez lo mismo….-Aemond me interrumpió llevándose las manos a la cara y cogiendo aire- ¿En qué momento de tu existencia has comenzado a perder la cabeza, Visenya?

Y eso fue lo que me incendió realmente. Eso exactamente fue lo que hizo que dejara Rocadragón y me mudara a Desembarco del Rey.

¿Cómo podía Aemond ser tan insensible con mi dolor?

-¿Sabes qué?, déjalo- agité la mano quitándole importancia a lo que llevaba rondando mi cabeza meses y comencé a caminar queriendo alejarme de él.

Aemond se giró siguiendome con su ojo hasta que desaparecí por uno de los pasillos. Pero como ya me imaginaba, no tardé en escuchar sus pasos detrás de mí.

-Te he echado de menos, Visenya, cada maldito día de mi existencia.

Me giré.

-¿Me has echado de menos?

-Cada día.

-Y aún así no has aparecido por aquí hasta hoy- puse los ojos en blanco- y solo para ver a mi madre.

-Me pediste espacio, Visenya- caminó a grandes zancadas hacia mí y esta vez me agarró con fuerza del codo mientras abría una puerta y nos introducía dentro- he luchado contra todos mis instintos para no venir aquí y obligarte a volver junto a tu esposo.

Le miré con nerviosismo. ¿Cómo había podido olvidar la electricidad que recorría mi cuerpo cuando lo tenía cerca?

-Aegon murió…-susurré.

Me soltó de golpe al escucharme decir aquello y salió de nuevo al pasillo.

-Volveré cuando Rhaenyra no esté tan ocupada- se aclaró la garganta y desvió la vista hacia Daemon que apoyado en la pared nos observaba.

-¿A qué has venido?- preguntó Daemon llevándose una mano al pomo de su espada- que estés aquí en un día como este pone a todos un tanto nerviosos.

-Ya se iba- dije.

Aemond me miró una última vez y sin dignarse a decir nada más, se alejó por el pasillo mientras mi corazón se contraía.

Daemon me miró, esbozó una ligera sonrisa y se alejó dejándome completamente sola.

Me llevé una mano al pecho y las lágrimas se arremolinaron en mis ojos. 

No quería llorar, no después de meses haciendo lo mismo.

Toda mi vida se había ido al desastre más absoluto tras la muerte de Aegon y de mi hija. Todo había dejado de tener sentido para mi. Todo había dejado de importarme.

Todo…

O eso creía hasta que escuché al gran maestre hablar sobre aquella piedra.

La gran piedra de la resurrección. ¿Mito o realidad?

¿Acaso importaba?

Mi madre había buscando innumerables maneras de traer al mundo de los vivos a Luke, y ahora que ya estaba tan cerca de encontrar la mejor forma, yo no iba a quedarme atrás.

La ayudaría a encontrarla, brindaría mi apoyo, y luego, aunque me doliera en lo más profundo de mi ser, la robaría para usarla solo en mi beneficio.

Agaché la cabeza cuando las lágrimas empezaron a resbalar por mi rostro.

Me había dejado muchas cosas por decir, tantas que me quemaba la garganta y el pecho, tantas que me dolía levantarme cada día en busca de algún motivo para continuar con esta farsa.

Le echaba de menos. 

¿Era justo que me pasara el resto de mi vida con el corazón a la mitad?

Apreté los puños con fuerza y entonces escuché unos pasos detrás de mí.

-¿No vas a celebrar con tu querido hermano?

La voz inconfundible de Melissa hizo que me pusiera rígida.

¿Cómo había podido Jace comprometerse con una Lannister?

Caminó hasta posicionarse delante de mí, y con esa mirada llena de soberbia me miró de arriba a abajo.

-He visto desde el balcón el enorme dragón de tu esposo- esbozó una sonrisa- ¿Ha venido a ver si ya has dejado de ver a su hermano muerto por todos lados?

La ignoré, me hice a un lado y caminé hacia mis aposentos, que inevitablementemente habían cambiado a los de Aegon, al menos hasta que encontrara esa piedra.

-Deberías madurar de una vez y comprender que si ese hombre te deja con tanta libertad es porque él debe de estar bastante entretenido.

Me giré de golpe y la miré.

Lucía un vestido rojo y negro y el pelo recogido en un perfecto moño que enmarcaba incluso más su belleza.

Una belleza fría y distante.

-No te permito que hables así de Aemond.

Su sonrisa me hizo apretar los puños.

-Oh, siento que esta conversación acabe aquí- sonrió hacia el guardia que venía a escoltarla hasta la plaza central del pueblo- en otro momento tendrá que ser, querida. Ahora mi futuro pueblo me reclama.

Y contoneándose se alejó mientras mi mirada la seguía.

Suspirando subí las escaleras y caminé hasta abrir la puerta de los aposentos de Aegon , y como de costumbre respiré con fuerza dejando que su aroma que aún perduraba ahí, aunque ya no tan fuerte, me invadiera por un momento.

Sonreí con tristeza para mis adentros y cerrando la puerta, caminé hasta dejarme caer sobre su cama, que ahora se había vuelto más mía que suya.

Cerré los ojos y lloré como lo hacía siempre que nadie me veía.

Lloré aferrandome a la esperanza que me daba aquella piedra de la resurrección.

Y recé por que mi madre la encontrara antes de que yo terminara de perder la cordura del todo.

La semilla del dragón. (Segunda parte). AEMOND TARGARYEN 💚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora