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Visenya

Bajé las escaleras y caminé dejando que los guardias abrieran las puertas de la gran sala del trono para encontrarme una enorme fiesta que ya había dado comienzo. Mis ojos se posaron en la extensa mesa justo enfrente del trono y en Aemond, que hablaba distraídamente con Daeron sin percatarse de mi presencia.
Aegon como ya era más que evidente me ignoró por completo mientras me acercaba con un nudo en el estómago hacia ellos. No se me pasó por alto que Blue estaba sentada justo a su izquierda, lugar que siempre ocupaba Helaena.
Me senté junto a Aemond, porque no sabía qué lugar ocupar si no estaba junto a él. Pero Aemond al percatarse de mi presencia se sumergió en un terrible silencio que amenazó con hacerme romper de nuevo en llanto.
¿De verdad estaba pasando todo esto?¿De verdad mañana ya no sería más que un conocido para mí?
Suspiré.
¿Acaso no me lo merecía?
Daeron desocupó su asiento y caminó hasta ocupar el de mi derecha.
-Llegas tarde…-me susurró.
-¿Acaso importaba que estuviera aquí?- pregunté.
Daeron bebió de su vino y se encogió de hombros.
Miré a mi alrededor y contemplé a toda la gente que bailaba y se divertía ajena al dolor que partía por la mitad mi pecho.
-Come algo.
La voz de Aemond me sobresaltó y con algo de temor desvíe la vista hacia su mirada posada en mi.
-Come algo- repitió con semblante serio.
-No he venido por la comida-dije.
Él suspiró y volvió a dirigir la mirada hacia la gran sala abarrotada de nobles, pero al final desvío su mirada hacia Aegon poniéndose de pie de golpe.
-Aemond…-susurré.
Pero él no quiso escucharme, se alejó de la mesa y bajó caminando con semblante serio hasta abandonar la sala.
-Eres rematadamente buena en provocar que se cierre en banda.
Fulminé con la mirada a Daeron y me puse de pie siguiendo apresuradamente a Aemond.
Salí al pasillo y caminé en su busca hasta llegar a los jardines donde la lluvia no dejaba de caer desde el mediodía.
Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas y lejos de volver al interior, caminé perdiendome entre los rosales.
Todo lo que estaba pasando era culpa mia, todo lo que ocurría había sido ocasionado por mi. Yo había removido cielo y tierra para traer al mundo de los vivos a un hombre que…
Me giré de golpe cuando escuché el crujido de una rama detrás de mí, pero allí no encontré a nadie.
Me había alejado lo suficiente del interior del castillo para ya no escuchar ni los violines que sonaban en el interior.
Ya completamente mojada me senté en un banco de piedra y suspiré resignada.
¿Iba a conformarme con que Aemond anulara nuestro matrimonio sin hacer nada para convencerle de lo contrario?
Un terrible rayo cruzó el cielo y yo me encogí en el banco comenzando a llorar como hacía unos minutos en mi habitación.
Echaba de menos eso que teníamos. Esa chispa, ese amor que se había desvanecido tras la muerte de nuestra hija y de Aegon.
Escuché de nuevo una rama crujir y cuando levanté la vista, ahí estaba, tan empapado como yo, y con el mismo rostro de desolación que yo tenía en aquel momento.
-¿Qué estás haciendo aquí?- pregunté a la defensiva, odiandole por haberse rendido con lo nuestro.
-No te gusta la lluvia ni las tormentas- se limitó a decir Aemond mientras caminaba hasta sentarse a mi lado.
Para otras personas, Aemond podía ser el hombre más terrorífico de todo Poniente, pero para mi…en mi causaba otras sensaciones completamente diferentes al terror.
-¿Has venido hasta aquí, en mi busca, solo porque no me gustan las tormentas?
Él dudó durante un segundo y carraspeó con la garganta mientras giraba la vista hacia otro lado para no tener que cruzarse con mi mirada que esperaba una contestación.
-Si- se limitó a decir con la voz seca- y entiendo que no sea buen momento para querer verme, pero en cuanto te vi salir a los jardines y no volver a entrar, se me ocurrió que a lo mejor querías compañía hasta que decidieras volver a entrar.
Su respuesta hizo que mis pulsaciones se dispararan.
-¿Vas a quedarte aquí, mojándote, hasta que yo quiera volver al interior?- pregunté con confusión.
-Voy a quedarme aquí, mojándome, hasta que dejes de llorar.
Intenté sonreír por la oleada de sensaciones que me desbordaron en aquel momento, pero solo conseguí llorar con más intensidad.
-Estas consiguiendo todo lo contrario- sollocé golpeándole en el brazo mientras él me agarraba de la cintura y me sentaba en su regazo- estás haciendo que todo sea incluso más difícil.
Su ojo se desvío hacia mis labios completamente empapados y sin mediar palabra conmigo, me besó. Y no fue un beso suave ni delicado.  Aemond me besó como si hubiera deseado eso desde que me había confesado que quería anular nuestro matrimonio. Me besó con furia, con exigencia, con lujuria. Y cuando sus labios se separaron de los míos apoyó su frente junto a la mía.
-Estoy enamorado de ti Visenya, lo estoy desde que tengo uso de razón, pero no estoy hecho para que me quieran.
-Si que lo estás, pero me quieres alejar de ti- lloré pasando mis manos por sus mejillas para aferrarme a él- sé que soy un completo desastre, que no te he demostrado todo lo que siento por ti, pero…
-Pero amas a Aegon- me dejó de nuevo en el banco y resopló con fuerza- y aunque yo no estoy hecho para que me quieran, sí que me gustaría acabar mi vida junto a alguien que sí me elija a mi por encima de todo.
Le miré, le miré sin poder pronunciar palabra. Acababa de subir y bajar de golpe sin previo aviso. ¿Qué diablos le pasaba?¿Por que me besaba si no era para arreglarlo?
Me puse de pie y sin mediar palabra comencé a caminar sin dignarme a mirar hacia atrás.
-Visenya- me llamó en la lejanía.
Pero no dejé de caminar, no lo hice hasta que llegué a mis aposentos y cerré la puerta de un portazo.
La rabia atravesaba cada ápice de mi ser y me nubló la mente el tiempo suficiente para dirigirme al interior de uno de los pasadizos y comenzar a caminar.
Necesitaba alejarme de la Fortaleza Roja, necesitaba alejarme y pensar. Necesitaba olvidarme al menos durante unas horas del terrible dolor que atravesaba mi pecho. Por eso mismo acabé cogiendo una de las túnicas que Aemond y Aegon guardaban junto a la cabeza del enorme dragón, Balerion, y saliendo al exterior en medio de la noche.
Y ahí apoyado en una de las paredes que daban a la calle principal estaba Daemon. No me hizo falta ver debajo de la capucha que ocultaba su rostro, ni acercarme más de la cuenta para saber que era él.
-¿Has venido a por mi?- pregunté- porque si es así no pienso resistirme en absoluto.
Daemon levantó la mirada y clavó sus fríos ojos en mi.
-¿Qué pasa con el tuerto?
Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano.
-Mañana lo nuestro no será más que agua pasada-confesé.
Daemon esbozó una sonrisa.
-Pues siento decirte que no he venido a por ti- me pasó uno de sus dedos por la mejilla provocando que yo me alejara- tengo otros intereses y…-volvió a sonreír- creo que quedarte aquí, junto al tuerto será una buena forma de pagar todos tus errores.
-¿Vas a dejarme aquí?
-Si vienes conmigo será para casarte con Jacaerys- contestó- y para ayudarme a sacar a Blue de aquí.
Suspiré desviando la vista a la puerta por la que había salido.
-No quiero casarme con Jacaerys-confesé.
Daemon se aclaró la garganta y comenzó a caminar.
-Entonces lárgate de mi vista antes de que se me cruce por la cabeza capturarte y hacer sufrir al maldito tuerto con tu muerte.
-Espera- le seguí con desesperación- puedo ayudarte a sacar a la muchacha de aquí, a esa tal Blue.
Daemon se giró ya dentro del pasadizo.
-Y te casarás con Jacaerys.
-No quiero casarme con…
No me dió tiempo a contestar cuando me agarró del escote del vestido y me atrajo hacia él.
-Voy a recuperar el trono de tu madre con tu ayuda o sin ella, Visenya- su rostro estaba a escasos centímetros del mío- pero he de confesar que las cosas serían mucho más sencillas si sus dos hijos estuvieran casados y con un hijo en camino.
-No puedo….-susurré- no puedo hacerlo.
Daemon continuó sujetándome, con su mirada clavada en mi.
-¿Sabes por qué tu hija murió?
Su pregunta me hizo ponerme rígida y quedar completamente paralizada.
-Lo hizo tu madre, Visenya, lo hizo porque no soportaba que tuvieras un hijo del enemigo-confesó sin dejar de mirarme- lo hizo porque siempre tuvo la esperanza de que alguna vez volverias junto a ella de verdad, queriendola y apoyandola incondicionalmente.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero continúe completamente inmóvil.
-Pagó a alguien para que acabara con ella, pero si tienes un hijo de Jacaerys jamás deberás preocuparte por él, nadie, nadie le pondrá una mano encima, ¿Lo entiendes?
Cuando vió que no contestaba continuó hablando.
-Tu madre hizo hasta lo impensable para que su hija la ayudara a conservar el trono, ahora está en tu poder, solo en tu poder que..
Con fuerza me zafé de él y le propiné un empujón que no logró moverle del lugar.
-Era mi hija…-sollocé con fuerza- ¡Nadie tenía derecho a arrebatarmela!
-Cállate o nos escucharán.
-¡Era mi hija, Daemon!- grité fuera de sí.
-Harás más si eso es lo que quieres- con fuerza me empujó hacia la pared y cubrió mi boca con su mano- pero tendrá que ser con Jacaerys.
Sollocé intentando zafarme de su agarre, pero solo logré que golpeara mi cabeza con fuerza contra la pared haciéndome perder el conocimiento al instante.

La semilla del dragón. (Segunda parte). AEMOND TARGARYEN 💚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora