7.

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Visenya

-¿Estás bien?- me agaché y pasé las manos por los brazos de la muchacha que temblaba con el rostro desencajado en el suelo.

Daeron me miró con una ceja arqueada y los labios fruncidos.

-Vamos…-le susurré con dulzura- ponte de pie.

Con mi ayuda logró ponerse de pie sin acabar en el suelo como un cervatillo asustado.

-Son órdenes de Aemond- aclaró Daeron sin moverse del sitio.

-Soy tan señora de Rocadragón como lo es Aemond- le dediqué una mirada llena de ira y caminé con la muchacha temblorosa hacia el interior del castillo.

-No…no soy una bruja, lo juro..

-Tranquila- la conduje por los inmensos pasillos del castillo y abrí la puerta de mis antiguos aposentos.

Ella se sentó en la cama y solo entonces volvimos a mirarnos a los ojos. Era una plebeya, una hermosa plebeya de pelo oscuro y rostro pálido.

-¿Puedo saber porqué estás aquí?- pregunté.

-Me han cogido pensando que soy…que soy…

La puerta se abrió de golpe y Alicent entró junto a Helaena.

-Pensé que jamás ibas a volver junto a tu esposo- fue lo primero que soltó por la boca Alicent mientras yo me giraba para mirarlas.

-Estoy haciendo lo posible por encontrar la forma de traer a tu hijo de vuelta- fruncí el ceño ante su actitud.

-¿Vienes con la piedra?

Negué con la cabeza y desvíe la vista hacia la muchacha que tenía aún temblando en la cama.

-¿Quién es?- quiso saber Helaena.

-Por lo visto deberemos preguntarselo a Aemond y Daeron- contesté caminando fuera de la habitación para que ella dejara de escuchar nuestra conversación- nada me gustaría más que saber porque mi esposo trae a otra mujer a Rocadragón.

-¿Ahora es tu esposo?

Me giré de golpe para contemplar a Daeron que apoyado en la pared jugueteaba con una daga entre sus manos.

Alicent cerró la puerta de los aposentos dejando a la muchacha dentro.

-No seas atrevido- le recriminó Helaena.

Pero Daeron como respuesta esbozó una sonrisa llena de malicia y se alejó por el pasillo sin decir nada más.

-¿Dónde está mi esposo?- me limité a decir intentando aparentar que las palabras de Daeron no me habían herido.

-En sus aposentos-contestó Alicent- por favor hija- me cogió de la mano antes de que lograra dar un paso- no anules vuestro matrimonio.

Me quedé quieta mirandola, incapaz de lograr decir nada.

Yo no queria ni pensaba anular mi matrimonio con Aemond. ¿Qué era lo que les hacia pensar que sí?

Aemond era el amor de mi vida. El hombre con el que había soñado siempre. ¿En que momento dejó de verse tan claro eso?

-Mi ausencia en Rocadragón no es porque desee anular mi matrimonio- dije al fin con la boca seca.

Ella asintió agradecida y me dejó ir. Hacia el hombre que me recordaba todo lo malo. Hacia el hombre de mirada triste que había perdido a su hija. El hombre que había perdido a su hermano por una mujer.

Tragué saliva y arrastré lo pies hacia allí.

Blue

Me levanté de la cama en un intento de escapar de aquel lugar, de aquella pesadilla en la que me habia visto envuelta sin quererlo.

Caminé de puntillas y abrí la puerta para encontrarme un pasillo completamente desierto.

Un lugar hermoso repleto de cuadros y candelabros pero con un toque tétrico.

Salí de la habitación y caminé intentando hacer el menor ruido posible mientras agudizaba el oído.

Cuando sentí que no había nadie cerca, aceleré mis pasos, y casi corriendo busqué alguna salida.

Agarré los extremos de mi vestido para no tropezar y abrí una puerta entrando en una inmensa cocina donde tres sirvientes me miraron alarmada.

-La salida- logré decir.

Pero los tres se quedaron rígidos, en silencio y absolutamente tensos.

-¿Y a dónde piensas ir?- preguntó una voz masculina detrás de mí.

Me armé de valor y lentamente me giré para encontrarme cara a cara con Daeron. El hombre que seguramente se convertiría en mis pesadillas más próximas.

-Tranquila…-susurró cuando di un traspié hacia atrás apoyando mis manos en la encimera.

-¡Aléjate de mi!- espeté sintiendo que comenzaba a faltarme el aire.

Mis ojos rápidamente se fijaron en el pomo de su espada, con la misma con la que había querido asesinarme.

Él me dedicó una mirada y se humedeció los labios antes de desviarla hacia sus sirvientes.

-¡Marchaos!- espetó.

Y ellos casi aliviados abandonaron la cocina dejándome completamente a solas con aquel ser del mismísimo infierno.

Nos miramos en silencio y yo estiré la mano en busca de algo con lo que defenderme sobre la encimera sin atreverme a darle la espalda.

-¿De verdad?- elevó una ceja.

Pero no me dió tiempo a contestar cuando se abalanzó sobre mí y pegó su cuerpo al mío dejándome sin aire.

-Podemos pasarlo bastante bien antes de que te vayas…-susurró provocando que las lágrimas se arremolinaran en mis ojos- al menos te haré olvidar el mal trago de hoy.

Cerré los ojos cuando deslizó su dedo por mi brazo mientras me depositaba un beso en el hombro, suficiente gesto para que yo le golpeara con la rodilla en la entrepierna y saliera corriendo.

Escuché de su boca una palabra mal sonante y me giré dispuesta a gritar cuando choqué con el cuerpo duro de otro hombre que me agarró de los brazos para frenarme.

Solo recuerdo ver su cicatriz, el pelo blanco y ese ojo que me miraba directamente antes de soltar un grito como nunca antes en mi vida.

La semilla del dragón. (Segunda parte). AEMOND TARGARYEN 💚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora