Capítulo 25

62 7 3
                                    


Oscuridad. Frío. Dolor. Ya no sabía cuánto tiempo llevaba atado a aquella silla. Sus brazos estaban entumecidos, al igual que sus piernas, y la fricción provocada por la cuerda alrededor de sus muñecas le hacía gimotear por el dolor con el más mínimo movimiento. El olor a flor de acónito le mantenía adormecido, vulnerable, delirante. Su cuerpo desnudo, expuesto a la intemperie y a la humedad, se sacudía por los incontables escalofríos. Sus ojos vendados le impedían ver a su alrededor y un lazo en su boca le agobiaba a cada resollo. Su cabello se pegaba a su frente a causa del sudor y, por cuanto lo intentara, parecía no poder liberarse de ese fuerte agarre. El único sentido que permanecía intacto era el oído. Desde la lejanía, podía escuchar los sutiles ruidos de pasos apresurados, el crujido de la madera y algún que otro murmullo. Tras tantas horas, pudo finalmente distinguir la voz calmada de lo que parecía ser una mujer mayor, a la cual no tardó en identificar como la líder. Todos hablaban de una ceremonia extraordinaria y parecían estar ajetreados por la cercanía del evento. Especialmente ese día, el ambiente en la casa parecía de júbilo. Pero, no podía gritar, no podía moverse, no podía casi respirar. Nadie sabía que él estaba allí, atrapado en uno de los cuartos del subterráneo de la mansión Choi. Nadie iría en su rescate, nadie podía salvarle de las torturas a las que estaba sometido, a manos de aquella vampira de corta melena negra. Felix estaba completamente solo, abandonado a su destino.

A solo unos pocos metros, en la planta superior, varios dokkaebi correteaban de un lado para el otro mientras que algunos vampiros se reunían para hablar sobre los últimos preparativos, todos ellos bajo la atenta y metódica supervisión de la matriarca Choi. Con una carpeta granate entre sus manos, Madre deambulaba lentamente por los pasillos de papiro, hasta pararse ante el majestuoso árbol de cerezo, situado en el centro del patio interior. Maravillada, la brisa hacía mover su mechón grisáceo sobre su pulido rostro, mientras que su figura era resaltada por un ceñido vestido de encaje tan oscuro como la noche. A unos pocos pasos de ella, uno de sus hijos admiraba su belleza e imponencia, dudando en si acercarse. La mente de San estaba carcomida por la inseguridad y el temor a ser descubierto, tanto sobre su situación sentimental como por el amuleto prohibido que se ajustaba en su antebrazo. Se sentía vulnerable, temía que al abrir su boca pudiera desvelar alguna de las miles mentiras que guardaba, desatando el completo caos; como si portara la caja de Pandora, lista para ser abierta. El entramado de secretos era cada vez más grande, más enrevesado. Ya no solo estaba en juego su integridad, sino la de más personas y, Madre, no podía enterarse, o las consecuencias serían fatales.

– No tengas temor hijo mío, acércate –dijo con tono pausado, sin quitar la vista del hermoso árbol–. Hace tres días que no veo tu agraciado rostro. –Finamente, se giró con lentitud, mirándole con dulzura mientras tendía una de sus lánguidas manos–. Ven.

Tres días. Tres días habían pasado desde que Wooyoung había entrado en esa casa, consiguiendo con ese estúpido plan, escabullirse de los instintos de Madre. Hesitando, San se acercó, quedando a su lado con las manos entrelazadas.

– Omma... Siento estar ausente en estas semanas –susurró con premura, agarrando la manga de su camisa.

– No sé lo que ha ocurrido pero lo importante es que ahora estás aquí. –Le sonrío levemente, acariciándole la nuca con sutileza–. Conmigo y con tu clan.

San se quedó sin palabras, petrificado ante las declaraciones de Madre. La "sangre" se le congeló en las venas. Sabía que tras la sentencia las intenciones eran claras, no debía distraerse. Los asuntos del clan estaban por encima de cualquier otra cuestión, un precepto que se había esfumado de su vida nada más cruzarse con Wooyoung.

– Necesito que seas fuerte y que estés a mi lado en el ritual. Estamos en tiempos oscuros San, nuestros enemigos están expectantes de que nos mostremos débiles. Y eso no puede ocurrir.

Luna de Sangre // WoosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora