Los ojos de aquella mujer, tan profundos como el abismo, no delataban algún tipo de emoción. Vacíos, fijos en las facciones endurecidas y tensas de Wooyoung, quien sentía su corazón aprisionado en el pecho. Su respiración era errática, la mandíbula apretada y una de sus manos cubría su boca en un intento de no ser delatado por el sonido de sus suspiros. La había encontrado. Aquella mujer de mechón grisáceo que le había acompañado por tantos años en sus pesadillas más perturbadoras; por primera vez estaba frente a él, mirándole. Aunque Madre desvió su mirada en cuestión de segundos, Wooyoung sentía que lo había descubierto. Pese a las sombras de San que le acompañaban, sabía que no había pasado desapercibido frente a la astucia de la líder. El bullicio llenó el claro nuevamente, mientras la luz de la luna contorneaba las siluetas de los presentes. La multitud comenzó a mezclarse entre sí, abandonando la formación establecida a lo largo del ritual y dispersándose en el lugar. Con ojos curiosos, Wooyoung se limitaba a observar ávidamente a los vampiros, sumido en el silencio, intentando encontrar entre ellos el familiar rostro de San. Entre la multitud, divisó a una figura conocida. La sangre volvió a congelarse en sus venas y su corazón dio un vuelco. Sus piernas parecieron ceder. No podía ser cierto. Una cabellera azabache movida por la brisa nocturna, unos rasgos idénticos a los suyos, aquella sonrisa que tan bien conocía adornada por unos afilados colmillos... Su mano entrelazada con la de Sana. ¿Qué hacía Jihyo allí? ¿Por qué...? No. No podía ser. No era posible. Jihyo era humana, como él. Le había jurado no saber nada respecto a San y su familia. Le había jurado serle siempre sincera, pasara lo que pasara. Él le había abierto su corazón, compartido sus miedos e inseguridades, mientras que ella, de nuevo, le había mentido. La realidad le golpeó como un balde de agua fría. Se sentía traicionado, desorientado y herido en lo más profundo de su ser. Su pecho subía y bajaba con frenesí y el pánico pareció apoderarse de él. "No, ahora no. Wooyoung respira", se dijo a sí mismo. Absorto en sus enmarañados pensamientos, no se percató de cuándo los vampiros habían abandonado el lugar, dejando en medio de la escena a la mujer de ojos carmesí, quien de espaldas contemplaba el firmamento.
"Sal de las sombras, ven a mí." El eco de aquellas palabras resonaron en su mente. De repente, parecía haber perdido el control de su cuerpo. Sus piernas comenzaron a adentrarse entre los arbustos. Las ramas rasgaban su rostro al abandonar la penumbra de su escondite, sus ojos perdidos en esa presencia y su mente intentaba oponerse a la fuerza que le doblegaba. No sentía miedo, sin embargo, la curiosidad le carcomía en el interior de su pecho, curiosidad por saber quién era realmente aquella mujer y porqué le buscaba desde hacía tanto tiempo.
– ¡Wooyoung! –Una llamada en la lejanía. Una llamada que no consiguió que sus pies frenasen su camino–. ¿Qué estás haciendo? –Un susurro disipado por el viento–. Wooyoung...
El ligero toque le hizo despertar de ese estado de hipnosis. Unos finos dedos apartaron uno de sus mechones, contorneando su rostro con suavidad. El contacto era frío, lejos de la calidez humana a la que estaba acostumbrado. Unos ojos rojos como la sangre, enmarcados por un delineador negro, le observaban con detenimiento, analizando sus facciones con meticulosidad. Le admiraban como si fuera una joya preciada. Cogiendo su mentón en un apretón, hizo doblegar su cabeza, dejando al descubierto su yugular. Su pulso comenzó a acelerarse con el pasar de los segundos y miles de fragmentos de recuerdos se presentaron ante él; recuerdos de su vida, de sus pesadillas y de la mujer que se paraba ante él. Riendo, de la mano de su madre mientras cantaban una de las tantas melodías aprendidas en el colegio. Una caricia en su pelo, una lágrima resbalando sobre sus mejillas sonrojadas. Los brazos fuertes y cálidos de su padre durante una noche de tormenta, las risas de su hermana en uno de los tantos días de verano en la playa. Las salidas y fiestas junto a sus únicos amigos. El primer golpe, su rostro ensangrentado, la sangre en el suelo. Las burlas, la humillación, la soledad. Aquella foto, Yeosang robándole su primer beso, sudor, lágrimas. Los ojos bestiales de aquellos jóvenes, ojos que parecía haber olvidado. Sus colmillos desgarrando la garganta de un estudiante. Vampiros. San. Aquel beso sincero, el brillo de la luna sobre su rostro pálido. El colgante granate, la marca de media luna sobre su pecho, sus manos estrujando su cintura, sus dulces palabras reconfortándole. El miedo al conocer su verdadero yo, su reencuentro, las nuevas amistades... Sentía como la líder entraba sin pudor en su dañada mente, recorriendo cada rincón de ella, desnudándole. Sus recuerdos se nublaron, quedando en negro y sintió el peso de su cuerpo llevarle hacia el abismo. Hasta que unos brazos detuvieron su caída. Recuperando la conciencia, divisó a su alrededor, percatándose de que quien le sostenía era su novio. El rostro del vampiro no mostraba ninguna emoción, aunque no era a él a quien dirigía su dura mirada, sino a la mujer que tenía enfrente.
– Quítale las manos de encima. –El agarre de San se afianzó, abrazando el débil cuerpo de Wooyoung–. No le toques.
– No haberte enamorado de él –sentenció Madre, devolviéndole una mirada agria–. Tomaste la elección equivocada en traerle y tener la audacia de presuponer que yo no me daría cuenta.
San no apartó la mirada, se mantuvo firme en su lugar, apretando cada vez más su agarre sobre el joven humano. Wooyoung no sabría deducir si este sentía miedo o la ira le consumía, pero de sus ojos no exudaba emoción alguna. Se mantenía erguido, fuerte y decidido en un duelo de miradas cada vez más voraz.
– Tienes suerte de que tu acompañante no sea un simple humano –habló Madre, tan frívola como de costumbre–. O ya sabes cuál hubiese sido su destino. Su sangre porta el don de la luna roja, bendecida por la unión entre la oscuridad y los destellos del sol.
Atónito, Wooyoung no entendía qué es lo que ocurría, ni el significado de las palabras pronunciadas por la líder. Incorporándose, dando un leve asentimiento a San, se enfrentó a su futuro.
– ¿Qué soy? –Su voz salió segura.
– Hace tiempo que llevo buscándote pero eres tú quien vino a mí. Estabas destinado a encontrarnos al igual que era destino que te enlazaras con mi hijo. No es casualidad que sientas tal conexión con los de nuestra especie ni parezcas no tenernos aunque sea el mínimo temor. He visto dentro de ti, tu mente me ilustró tu poder. Wooyoung, tienes capacidades para hacer lo inimaginable. Tus antepasados ayudaron a nuestra familia por miles de años, acompañándonos y aconsejándonos a cada paso. Cada trescientos años, bajo el eclipse solar y la luna de sangre, nacen niños y niñas conectados con nuestro mundo, siendo un puente entre lo sobrenatural y lo mundano. Y ese niño eres tú –susurró aquellas últimas palabras mientras acariciaba sutilmente su rostro–. Llevamos tanto tiempo esperándote.
– ¿Entonces no estoy loco? –preguntó, y su voz parecía ahogarse en su garganta tras un sollozo, mientras agarraba el antebrazo de un aturdido San.
– No. Todo lo que has vivido, tus pesadillas, tus percepciones sobre el mundo de las sombras... Son solo una parte de tu poder. Con cada sueño, tienes la capacidad de observar el pasado, el presente y el futuro; sentirlo en tu propia piel. Con cada visión te acercabas más a nuestro mundo, era una forma de manifestar tu potencial. Llevas toda la vida rodeado de criaturas solo que no has sido capaz de verlas. No estás loco y con tu ayuda conseguiremos atrapar a quien esté detrás de todas estas muertes –dijo, y la mirada del humano se cristalizó–. Con el correcto entrenamiento serás capaz de dominar tu naturaleza y tus dones. Déjanos ayudarte.
– Omma, no quiero que le hagan daño. Exponerle de ese modo podría ser peligroso. Nuestros enemigos podrían aprovecharse de sus poderes o incluso el asesino podría decidir... Matarle. –Con tono desesperado, San clavó sus ojos en los de Wooyoung, rogándole en silencio–. No podría soportar que algo te ocurriese por nuestra culpa.
Una sonrisa adornó el semblante serio de la mujer, la cual se acercó lentamente a su hijo, posando una mano sobre su hombro. Buscando su mirada, aún en tensión, intentó reconfortarlo con su toque.
– Hijo mío, protegeré a este joven con todos los medios que poseo. Déjame ser buena líder y, sobre todo, buena madre.
Aquellas palabras hicieron que San abandonara la coraza que se había puesto ante su madre, dejando aflorar una tierna sonrisa y agarrando suavemente la mano de Wooyoung.
– Gozarás de la protección del clan y el respeto que mereces, si decides ocupar tu lugar dentro de la familia. Me ocuparé personalmente de entrenarte y enseñarte los conocimientos de tus antepasados y sobre cómo funciona el mundo de la oscuridad. La única condición es que deberás mudarte a la mansión y estar bajo nuestras reglas, al igual que tu hermana. Ella también deberá ocupar su lugar en el clan.
Pese al estado de conmoción, Wooyoung sintió como al fin podía respirar. El peso de la culpa y el odio hacia sí mismo se esfumaron en cuestión de segundos. Las visiones, las voces y pesadillas recurrentes no eran parte de su horrible imaginación, no era parte de una enfermedad sin aparente cura; por loco que pareciera, todo tenía sentido. Las lágrimas comenzaron a aflorar de sus ojos y con cada una de ellas su pecho se sentía más ligero. Sin dudarlo asintió y notó como Madre suspiró aliviada.
– Toma, esto te corresponde ahora. –Despojándose de su amuleto, aún brillante por la fuerza de la luna de sangre, se lo colocó alrededor del cuello. Era la escena que había visto durante una de sus pesadillas y ahora entendía que ese colgante carmesí en forma de luna hacía, más que nunca, parte de su ser–. Bienvenido al clan hijo.
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Luna de Sangre // Woosan
Hayran KurguEn un pequeño pueblo, a las afueras de la provincia de Gyeongsangnam-do, una serie de asesinatos comienzan a perturbar su equilibrio. Pero lo que solo unos pocos saben es que entre sus habitantes, no todos son simples mortales. Magia, clanes rivales...