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Quizá el fuerte olor de una misteriosa mezcla azul al centro de la fiesta era obviado por la mayoría de los presentes, pero Gerard no podía dejar de pensar en él. El vaso en su mano estaba a la mitad y seguía sin adivinar qué tanto estaba mezclado para darle ese sabor tan fuerte que le era imposible dejar de beber.
Era la primera reunión de ese estilo a la que se atrevía a ir. A veces se veía abrumado sólo por el pensamiento de estar entre tantas personas, además que estaba demasiado acostumbrado a las fiestas de cumpleaños, por lo que le costaba entender que la sola convivencia fuera el único motivo de estar allí. Por otro lado, no le disgustaba. Conocía a suficientes personas y no estaba muy lejos de casa.
La luz baja, la fascinante mezcla azul y todos sus deseos por pasarlo tan bien como los demás le dejaban bailar tímidamente entre los invitados. Eran más flexiones de rodillas y sacudidas de torso, pero allí estaba. Enfrentando sus miedos y descubriendo que el mundo no se vendría abajo por hacerlo. Se preguntaba cómo sabían los demás cómo moverse, o cómo decidían cuál era su siguiente paso. ¿Dónde enseñaban cómo se sigue el ritmo? Entonces, lo vio.
Casi al centro de la pista, se movía con total libertad. Usaba una camiseta roja con el cuello muy estirado y unas mangas demasiado largas para cualquiera, aunque él en particular era un poco más bajo que la mayoría. Su cabeza rapada resaltaba el peligro de sus cejas, que lo llevaban de inmediato a sus ojos. Por un segundo creyó que podría subir a recostarse en el delineado azul y metálico que llevaba por debajo de ellos para ver las estrellas o contarle los tatuajes del cuello, hasta que notó la infinidad de diminutas manchas de pintura amarilla que llevaba en los pantalones. La misma ropa que él habría usado para hacer las labores de la casa eran de alta moda sobre él. Llevaba los zapatos más feos que hubiera visto nunca. Parecían dos enormes bollos negros; toscos, pero perfectamente lustrados, contrastando su formalidad con el resto de su imagen. Se veía increíble. Lanzaba los puños al aire y movía las caderas con una falta de coordinación impresionante. Encantadora.
Pero presenciar un milagro así tenía un precio. El destino disparó su flecha y cruzó sus miradas. Con el alma en los pies, Gerard sintió el corazón rebotar nervioso por todo su pecho. Lo había estado mirando demasiado y acababa de ser descubierto.
Congelado, lo único que alcanzaba a pensar era voltear la vista y perderse bailando hasta la salida, pero todo dejó de importar cuando aquel chico dio el primer paso: le sonrió. Sin darse cuenta, él le estaba sonriendo de vuelta, y ya no había marcha atrás.
Algo lo empujó hacia él (sus propios pies, aunque no quisiera admitirlo).
—Soy Frank.
Quizá ya lo había conocido en un sueño (aunque no lo recordara).
—Soy Gerard.
Él también parecía sospecharlo (aunque siempre se peleara con la almohada).
Estando tan cerca, a Gerard no le quedó otra que aprender que no existe tal cosa como no saber bailar. Para sus amigos no pasaba desapercibida la libertad con la que dejaba ser su cuerpo, ni la gran sonrisa que tenía fija en el rostro. Por eso, no lo dejaron ir sin que le diera su número a Frank. Ray lo conocía. Sabía que era un buen tipo.
Y la historia siguió con un "¿llegaste bien a casa?". Y los mensajes no se detuvieron hasta la mañana siguiente. Y sus amigos los veían mensajearse todo el día. Y se frustraron por verlos aterrados de verse a solas, así que organizaron un cumpleaños falso al que ambos fueron invitados.
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𝘐𝘯 𝘢 𝘍𝘳𝘦𝘳𝘢𝘳𝘥 𝘞𝘢𝘺
FanficEspecial Frerard creado con escritos aportados por diferentes colaboradores.