CAPITULO CUATRO - RAFAEL

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24 de diciembre del 2018

Ya llegaron los chicos nuevos. En cuanto se bajaron del vehículo, comprobé que no trajeron ni GPS ni micros. Sé que cuando los meten en el furgón que los transporta les dan ropas nuevas y le quitan todo lo que tenían para que nadie filtre información, aun así, yo soy desconfiado por naturaleza y me gusta inspeccionarlo todo y observar cómo se comportan. No son muy habladores y casi ni me han mirado. Se suponen que a quien realmente protegen es a Tomás.

Hay uno que habla más que los otros. Ha entablado conversación con Tomás y le ha intentado sonsacar información. Yo me he mantenido a cierta distancia, pero he escuchado parte de la conversación y no me da buena espina. Antes del almuerzo hablé con Tomás y le conté lo que pensaba. Decidimos que mejor sería que casi ni me viese, me metería en la cocina y haría de cocinero.

***

Después de nuestra breve conversación, estamos sin vernos toda la tarde. He preparado una cena sencilla, nada espectacular, no quiero llamar la atención.

Tras la cena, me despido y me voy a mi establo, como lo llamamos nosotros. Estoy viendo las estrellas por el telescopio, porque hace una noche espectacular. Además, están todas las luces apagadas, por lo que no hay contaminación lumínica.

A los diez minutos, veo una luz que se enciende y se apaga inmediatamente. Me pongo los zapatos y una camiseta de manga larga, cojo dos cuchillos de mi cocina y voy sigilosamente y sin demora al cuartel general, donde duermen los chicos.

- No te sorprendas tanto, Tomás. No creerías que la señora te dejaría aquí, a tus anchas, mientras ella se pudre en la cárcel – habla uno de los chicos nuevos que se supone que nos protegen.

- ¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres? - se enfrenta Tomás.

Solo me basta oír las palabras de Tomás para decidirme a abrir la puerta y encender la luz, haciéndome pasar por un chico que no sabe ni donde está.

- ¿Qué pasa, Tomás? - le pregunto con voz de sorpresa.

- Nada, Manuel, vete a tu habitación a dormir, este problema lo resolveremos nosotros dos solos – me contesta mi amigo para que me vaya.

- Niñato – dice uno de los chicos que ha llegado hoy, el que me daba mala espina – si te vas en menos de cinco segundos y no te encuentro, te dejaré con vida. ¡Así que largo!

- Está bien – respondo mientras hago el amago de irme.

No es una cosa que suelo contar por ahí, pero me encantan los cuchillos y he entrenado mucho con ellos. Podría trabajar incluso en un circo lanzando cuchillos, es mi arma preferida.

Antes de volver a abrir la puerta para salir, me doy la vuelta. Al que apunta a Tomás con el arma no le da tiempo ni de verlo venir. Rápidamente, le lanzo los dos cuchillos que tengo escondidos en la camiseta del pijama. Uno le da en la pierna y otro directamente a la muñeca donde tiene el arma, la cual suelta inmediatamente. Cuando cae al suelo, Tomás le da un puñetazo que lo deja casi inconsciente.

- ¿Qué te creías? Nunca me dejan sin protección. Dile a tu señora, cuando la veas, que se pudrirá en la cárcel – le grita Tomás.

Lo primero que hacemos es sentar al traidor en una silla y atarlo, después Tomás me coge del brazo y me saca de la habitación.

- Te dije que te fueses – me susurra.

- De nada por salvarte la vida – susurro yo también.

- Me da igual, nunca más corras riesgos por nada en el mundo, ni siquiera por mí.

- Sabes que lo volvería a hacer – le digo en tono pausado.

- Eres un friki – se exaspera – y ahora, ¿qué hacemos con estos?

- ¿Dónde están los otros? - le pregunto todavía en voz baja.

- En la cocina, algunos más malheridos que otros, pero creo que ninguno muerto, por ahora.

- Pues los metemos en uno de nuestros coches con los ojos vendados y los llevamos a un hospital lo más lejos posible y los abandonamos allí.

- ¿Y al simpático que intentó matarme?

- A ese se lo dejamos a la policía, conozco a uno amigo del Friki que nos ayudará, pero está a tres horas de carretera. Si le hacemos dos torniquetes aguantará.

- ¿Quién es el friki? ¿Más friki, qué tú?

- Ya te lo presentaré – digo refiriéndome a Santiago.

- Entonces, era verdad lo que dijiste anoche.

- Claro, Tomás, yo nunca miento, solo en casos de necesidad extrema y nunca a mis amigos, solo omito información. Y ahora manos a la obra – le digo decidido.

- ¿Estás seguro de esto? - me pregunta.

- ¿Y tú? - yo lo estoy, pero no quiero obligar a Tomás a hacer algo que no quiere.

- También podríamos llamar a Marcos – duda.

- ¿Has visto a los ciento veinte mercenarios? Yo solo he visto a uno – le digo para que recordara las palabras de Marcos antes de irse.

- Es verdad, pues voy a empezar con los chicos. Intentaré encontrar algo para vendarles los ojos.

- Espera que me cambie de ropa y coja la mochila. No te preocupes por nada, ya me encargaré de donde dormiremos. Confía en mí, ya sabes que esto lo hago como mínimo una vez al mes – le explico para que esté más tranquilo.

***

Después de meter a los tres heridos en la parte trasera de uno de los coches que tenemos en el taller, les tapamos los ojos con vendas oscuras. No están tan malheridos, uno tiene un brazo roto y los otros dos la nariz partida y, posiblemente, alguna costilla. Luego, metemos al que intentó matar a Tomás en el maletero. Está consciente, pero ni se queja ni dice nada. Le hemos hecho dos torniquetes y las heridas no sangran mucho. Aguantarán todos bien.

***

Tardamos tres horas en llegar al hospital. Como es Navidad la carretera no está muy transitada, además, salimos casi a medianoche. Al llegar al hospital, los dejamos por fuera de urgencias, tocamos el timbre y cuando vemos que abren la puerta, nos vamos. En realidad, están conscientes y maldiciendo lo que ha pasado. Por seguridad, les hemos pedido que se dejaran las vedas puestas durante todo el camino, y así lo hicieron.

Una hora más tarde estamos en una comisaría, le he enviado un mensaje al policía disculpándome por molestarlo tan temprano el día de Navidad, le conté que nos habían intentado matar y que el culpable estaba en nuestro maletero.

Cuando llego, solo está él esperándonos. Yo le he intercambiado las matrículas al vehículo por unas de uno que estaba aparcado en una gasolinera cercana para no dejar pistas innecesariamente, aunque dejé a Tomás y al coche alejado de la comisaría para que no pueda verlo, ni siquiera, el contacto de Santiago. No confío en nadie.

El contacto de la policía se queda con el sujeto y le advierto de que, posiblemente, el martes se pondrán en contacto con él. Le doy las gracias y desaparezco.

Quince minutos después me siento de copiloto de Tomás. Hemos devuelto las matrículas, escondido nuestro coche y alquilado uno. Él está un poco nervioso, posiblemente porque no está acostumbrado a estar aquí fuera y encima, sin protección, solo nosotros dos, lo que para mí es una ventaja, ya que no tengo que controlar lo que hacen muchas personas, con nosotros dos era suficiente.

Tomás va conduciendo mientras yo organizo nuestro alojamiento de los próximos días. Él quiere ir a un sitio con bosque y alquilo una cabaña en las montañas, alejada de todos. Hacemos una compra antes de salir de la ciudad donde estábamos y desaparecemos.

ÍNGRIMODonde viven las historias. Descúbrelo ahora