CAPITULO SEIS - RAFAEL

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2 enero del 2019

                                            Ayer le envié un mensaje a Marcos, informándole de que regresaríamos a lo largo del día de hoy. Como no se puede comunicar con nosotros, solo nos queda esperar que los chicos estén de vuelta y nuestra granja esté segura. Como soy de esas personas a las que no les gusta dejar cabos sueltos, Tomás y yo hemos escondido nuestro coche, el que recuperamos hace apenas unas horas, y hemos venido primero a pie.

- Los chicos ya están instalados y por lo que veo Marcos está con ellos – me dice Tomás, cuando nos encontramos después de verificar, cada uno por su lado, que no existe nada extraño en la finca.

- Pues vamos a saludar y luego yo voy a buscar el coche. No quiero que Marcos se dé cuenta de todo lo que hemos comprado. Es preferible que lo vea poco a poco – le digo, mientras nos acercamos al lugar donde se encuentran.

- ¿Crees que está enfadado? - duda Tomás.

- Tal vez consigo mismo o con el encargado de selección de personal, pero nosotros no hemos hecho nada malo – afirmo seguro.

- Eso no es lo que se refleja en su cara – se preocupa Tomás.

- Pues si algo he aprendido este año es a bajar la cabeza y a esperar a que pase la tormenta – le susurro antes de llegar a donde se encuentran todos.

Tomás me hace caso, aminoramos un poco el paso y nos acercamos cabizbajos. En cuanto todos se dan cuenta de que estamos de vuelta, se acercan haciendo ruido.

- Manuel, muchas gracias por las sorpresas que no esperaban en casa – comienza a hablar Sergio – incluso me enviaste los regalos que nos pediste. Lo que no entiendo es el porqué los enviaste todos a mi dirección.

- Fuiste el primero que encontré, Sergio, la próxima vez se la envío a Ramón.

- Muy gracioso – interviene Ramón – te lo perdono porque tuviste un detallazo con todos.

- Chicos, ya tendréis tiempo de hablar de eso luego. Ahora dejadme a solas con estos dos hijos pródigos – interrumpe Marcos.

Marcos se dirige a nuestro banco y nosotros vamos detrás de él sin mediar palabra. Seguimos cabizbajos y no sé qué es lo que está pensando Tomás, pero yo intuyo que Marcos está furioso y no quiero irritarlo más. He aprendido a que cuando las cosas se ponen muy tensas, eso de bajar la cabeza, suaviza la situación.

- Bueno, ¿dónde habéis estado? – pregunta Marcos conteniendo su enfado.

- Preferimos no decirlo, por si alguna vez tenemos que volver a huir - contesto en voz baja.

- La próxima vez me llamáis desde que suceda algo – dice enfadado.

- Perdona, Marcos, nos dijiste que no te molestásemos durante una semana a no ser que nos persiguieran ciento veinte mercenarios, en este caso solo había uno. Además, lo neutralizamos en un minuto – sigo hablando sin levantar la voz.

- No estoy enfadado con vosotros, entiendo que quisierais estar seguros de que todo estaba bien antes de volver – hace una pausa – estoy enfadado con mis colegas, estoy enfadado conmigo.

- No fue culpa tuya – habla por primera vez Tomás – si ese tío es un traidor, tú no podías saberlo.

- Sí, es culpa mía y de mis compañeros. Nuestro trabajo es saber si hay o no traidores entre nuestros hombres. Esa es la parte más importante de nuestro trabajo. Además, no deberían de saber a quién protegen – responde más enfadado de lo que lo he visto nunca.

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