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Los días soleados se solaparon unos con otros mezclados con noches templadas que llamaban a darse un baño en el mar

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Los días soleados se solaparon unos con otros mezclados con noches templadas que llamaban a darse un baño en el mar. Rosalie a menudo lo hacía cuando la casa estaba en silencio, amparada por la oscuridad sólo rota por el brillo de la luna.

El trabajo le sentó bien a Jacob, volvía a casa casi al anochecer, con las manos manchados de aceite y el olor del taller impregnado en su ropa pero con una sonrisa en el rostro. Renesmee estaba más animada, más vivaracha y ya tenía un pequeño grupo de amigas con las que jugaba en la playa las perezosas tardes en las que el calor hacía casi insoportable estar dentro de casa.

Si Rosalie se esforzaba casi podía aparentar que no había pasado nada. Que no sentía aplastarse su corazón cada vez que miraba la alianza en su dedo, que no sentía la ira arder dentro cuando veía a Renesmee con la mirada perdida y acariciando el medallón que Bella le había regalado cuando creía que nadie la observaba, que no se preocupaba cuando Jacob tiraba otra cajetilla de tabaco a la basura.

Sí. Casi podía fingir que tenían una vida idílica.


Una noche Jacob tardó demasiado en volver. La vampira echaba miradas nerviosas por la ventana de la cocina mientras intentaba hacer la cena. Siempre había odiado cocinar, todo le sabía a ceniza así que no podía saber si algo le había salido bien o no.

La décima vez que miró por la ventana sintió una pequeña presencia situarse a su lado.

-Creo que hay que encender el horno antes de meter la comida. –dijo Renesmee, que estaba agachada para observar el horno con su pequeño ceño fruncido. Esa semana sólo había crecido un par de centímetros, casi lo normal para un niño de su edad (o la que aparentaba).

-Maldita sea. –masculló para sí y se inclinó para encenderlo, la cena debería estar ya lista y ni siquiera había empezado a hacerse.

Los grandes ojos marrones parpadearon hacia ella un par de veces antes de salir corriendo hasta el salón con los rizos rebotando sobre sus hombros y volver con un bote que estaba medio lleno de pequeñas monedas.

-Has dicho una palabrota. –anunció la niña, agitando el bote delante de ella. Habían instaurado la norma de que quien dijera una palabrota tenía que meter una moneda en el bote. La mayor parte de ellas provenían de Jacob, por supuesto.

Rosalie suspiró y sacó una moneda del fondo de uno de los bolsillos de su pantalón.

-Lo siento, cielo, sólo estoy un poco nerviosa. –se disculpó dejando caer la moneda dentro del bote.

En ese instante pudo escuchar el sonido de un motor, grave y demasiado sonoro, acercándose hacia allí. Su casa estaba tan escondida que era prácticamente imposible encontrarla si no se sabía el camino así que con el ceño fruncido y Nessie tras ella salió al exterior.

Pudo ver cómo Jacob se bajaba de una camioneta bastante vieja y alzaba un brazo hacia ellas en modo de saludo.

-¡Venid a ver esto! –gritó, desapareciendo hacia la parte de atrás del automóvil.

Inesperado. | Rosalie x JacobDonde viven las historias. Descúbrelo ahora