CAPÍTULO 13

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Joe

Me encanta tenerla ahí delante, sabiendo que todo lo que le he dicho le enfada. Me encanta ver como sus pómulos van cogiendo un color rosado.

La noto justo detrás de mí. Siento cómo se agarra a mi cintura con fuerza mientras conduzco. El viento nos envuelve, y cada vez que siento el peso de sus brazos, deseo que este viaje no termine nunca, que el trayecto hacia su casa sea interminable. No puedo evitar sonreír al notar cómo sus manos se aprietan más cada vez que tomo una curva.

Cuando llegamos a su casa, se quita el casco con un gesto algo torpe, y no puedo evitar mirarla. Su cabello, alborotado por el casco, le queda perfecto. Es una mezcla entre desorden y suavidad que, por alguna razón, me fascina.

—Gracias por traerme —me dice, devolviéndome el casco con una media sonrisa.

—No me las des. Nos vemos mañana, no te olvides de las matemáticas —le respondo mientras arranco de nuevo la moto.

—No lo haré, te lo prometo —dice antes de dirigirse a la puerta.

La observo entrar hasta que desaparece en su casa. Acelero el motor y me alejo, pero sigo pensando en ella todo el camino de vuelta. Cuando llego a casa, dejo ambos cascos en la mesa. El interior del casco que le presté aún huele a su perfume, suave y dulce. Respiro hondo y cierro los ojos, disfrutando de esa sensación extraña pero placentera.

De repente, mi móvil vibra. Varias llamadas perdidas de Carlos. Decido devolverle la llamada.

—¿Por qué coño no me cogías el móvil? —me suelta de inmediato, su tono claramente enfadado.

—Estaba ocupado, ¿qué quieres? —le contesto, sin mucho interés.

—Alice me ha llamado unas quince veces. Quiere volver.

—Tío, pasa de ella —le digo, recordando el caos del sábado—. Ya viste el espectáculo que montó.

—Sí, lo sé. También quería decirte que esta tarde estuve con Lauren —agrega de repente.

—¿Lauren? —pregunto, confundido. El nombre no me suena, pero me imagino que es alguna chica con la que se ha liado.

—La chica con la que me estuve el sábado —me aclara.

—Ah... No sabía cómo se llamaba —le respondo sin darle mayor importancia.

—Te noto cansado, ya hablamos mañana —dice él, y cuelga antes de que pueda responder.

Después de cenar, trato de dormir, pero el sueño no llega. No puedo dejar de pensar en ella, en que podría haberle dicho, o hecho. Me levanto, decidido a salir a despejarme. Cojo la moto sin rumbo fijo, dejándome llevar.

Sin darme cuenta, me encuentro frente a su casa, en plena madrugada. Miro el reloj: son las tres de la mañana. Dudo un segundo, pero luego marco su número.

—¿Sí? —contesta con voz somnolienta.

—¿Estabas durmiendo? —pregunto, aunque es obvio.

—Sí... ¿Quién eres? —responde, aún medio dormida.

—Se nota que lo estabas... —me río suavemente.

—¿Joe? ¿Qué haces despierto a estas horas? —pregunta, ya más despierta.

—No podía dormir, así que he salido en la moto... —comienzo a decir, pero ella me interrumpe.

—¿Estás abajo? —su voz ahora suena sorprendida.

—Sí. No se me ocurría otro lugar donde ir.

Noto una luz encenderse en la parte superior de su casa. Aparece apoyada en la ventana, con el pelo recogido y en pijama. Me mira, sosteniendo el móvil en su oreja.

—¿Qué haces aquí? —me susurra desde la ventana.

—¿Te apetece salir a dar una vuelta? —le pregunto, esperando que no me mande a la mierda.

—¿Qué? ¿Estás de coña, no? ¡Son las tres de la mañana! —responde con incredulidad, pero noto algo de curiosidad en su tono.

—Tranquila, si no quieres, me busco a otra para dar una vuelta —bromeo, aunque ambos sabemos que no es verdad. Solo quiero estar con ella.

—Espera, ahora bajo —dice finalmente, y no puedo evitar sonreír.

Cinco minutos después, aparece por la puerta. Se ha puesto unos vaqueros y una camiseta blanca de tirantes. Incluso a estas horas, está impresionante.

—Dame eso —me dice quitándome el casco de las manos antes de subirse detrás de mí.

Sin esperar más, arrancamos. La llevo a una colina en las afueras, un lugar que conozco bien. Allí me tumbo sobre el césped, mirando las estrellas.

—¿Qué haces? —pregunta perpleja, quedándose de pie a mi lado.

—Me encanta venir a mirar las estrellas —le explico—. Tírate si quieres.

—¿Quién iba a imaginar que a ti te gustaría mirar las estrellas? —comenta divertida, pero se tumba a mi lado.

El aire de la noche es frío, y noto que está tiritando, así que me quito la cazadora y la coloco sobre sus hombros.

—Gracias —susurra, con una pequeña sonrisa que me desarma.

El silencio entre nosotros es cómodo. Su respiración se va haciendo más lenta, hasta que noto cómo se queda dormida, su cabeza descansando sobre mi pecho. La calidez de ese momento me envuelve, y sin darme cuenta, cierro los ojos y me quedo dormido con ella hasta los primeros rayos del amanecer. 

Su cuerpo aún está apoyado en el mío, y por un instante, deseo que el mundo se quede quieto, que nada más exista excepto este momento.

¿POR QUÉ YO? // REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora