CAPÍTULO 27

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Camino sin rumbo fijo, pensamientos de todo tipo bombardean mi mente .Las palabras de Lauren retumban en mi cabeza: "¿Quién te dice que él no te va a dejar tirada en cuanto se canse de ti?" "¿Y qué si me enamoro de Joe?"  Es irónico defenderlo frente a los demás cuando sé que, al final, soy yo quien va a decir adiós. La mudanza a Londres me ha pillado desprevenida, sin preguntas, sin siquiera el tiempo para procesar.

Al final, lo más fácil es alejarse. Discutir con amigas, distanciarse de los conocidos, y evitar la conversación de despedida hasta el último momento. Camino sin rumbo hasta que me encuentro frente a una cafetería pequeña de estilo retro, un lugar que parece sacado de otra época, con neones parpadeantes y sillas acolchada en tono pastel, como el escenario de un musical de los 70, ¿Cómo no he visto este sitio antes?

Entro, respiro hondo y escojo una mesa al fondo, cerca de la pared. Pido un batido, esperando que me ayude a aclarar las ideas, y casi sin darme cuenta, marco el número de Joe. Quizás necesito contarle, escucharlo... o tal vez solo quiero oír su voz.

Pero la voz que responde al otro lado de la línea no es la suya. —Hola, Sarah. Soy Carlos. Joe no puede atenderte ahora mismo. —Su tono es despreocupado, y el sonido de risas y motores de motos retumban detrás de él—. Está terminando de competir, pero le diré que te llame luego.

Cuelgo sin decir mucho, sintiéndome tan lejos de él, tan lejos de todos. 

—Aquí tienes, guapa. Tu batido —dice la camarera, devolviéndome a la realidad.

La miro y le dedico una sonrisa agradecida. Lleva el pelo recogido en una coleta y un uniforme que va a juego con el estilo del local, como una postal de los años 50.

—Gracias, Bea... —leo su nombre en la chapa sobre su pecho, y al ver su expresión tan amable, algo en mí se relaja. Quizá porque no la conozco, o porque necesito hablar, termino soltando palabras soltando un gran peso de encima.

—¿Te han dejado plantada? —me pregunta, con esa mirada de curiosidad y empatía en partes iguales.

Dudo un momento y termino suspirando. —No, no es eso exactamente —digo, dándole vueltas a la pajilla de mi batido—. Me voy de la ciudad. Me voy a Londres. Y... no estaba nada preparada para eso.

Ella apoya la bandeja en la mesa y me escucha con interés. —Londres, vaya. ¿No tienes ganas? —pregunta, como si el tema fuera fácil.

—No sé cómo sentirme —respondo, dando vueltas a la pajilla de mi batido—. Me da la sensación de que mi vida aquí apenas está empezando y... no sé, me cuesta despedirme de todos. Hay algo aquí, algo que no quiero dejar atrás.

Bea asiente y me escucha, dándome la oportunidad de desahogarme, de explicarle lo inexplicable a alguien que no sabe nada de mí. No se limita a darme palabras amables; simplemente está ahí, sin prisas ni juicios. Durante unos minutos, me siento más tranquila, como si, al hablar, algo se reacomodara dentro de mí. Pero entonces escucho las campanillas de la puerta abrirse y un grupo de risas que me resulta muy familiar. Al mirar, mi corazón da un vuelco.

Levanto la vista y veo a Alice entrando al local, seguida de sus inseparables amigas. A los pocos segundos, Joe cruza la puerta con su andar despreocupado, y tras él vienen Carlos y Mike, riendo entre ellos, como si no existiera otro lugar en el mundo en ese momento. Siento una mezcla de emociones tan fuerte que se me hace un nudo en la garganta.

Bea me mira y se inclina hacia mí. —¿Todo bien?

—Más o menos... —digo, intentando esconderme tras el menú. Le señalo a Joe con la cabeza—. Ese es el chico del que te estaba hablando y la que va con él es la víbora de Alice.

Bea frunce los labios y, como una conspiradora aliada, susurra: —¿Quieres esconderte?

—Sí, por favor. —El calor sube a mis mejillas, y estoy tan tensa que no puedo dejar de mirarlos, rogando que no me vean.

—Son clientes habituales. —Me hace un gesto de complicidad—. Aprovecha cuando estén distraídos pidiendo. Los distraeré todo lo que pueda para que puedas salir de aquí sin que te vean. Y no te preocupes por el batido, invita la casa.

Asiento, agradecida y con el corazón a mil por hora, intento hacerme invisible en mi rincón. Los observo mientras se sientan en una mesa y bromean despreocupadamente. Miro a Joe y me duele pensar que para él, todo es tan normal, que ni siquiera sabe que estoy aquí...

Cuando parece seguro, me deslizo hacia la salida, despidiéndome mentalmente de Bea con un "gracias" silencioso. Estoy a punto de cruzar la puerta cuando escucho una voz detrás de mí, tan familiar que me detiene en seco.

—¿Sarah? —Es Joe.

Siento el calor subir a mis mejillas y me doy la vuelta, atrapada sin escapatoria. Su mirada es brillante, y su sonrisa habitual ilumina su rostro. Mi corazón late con fuerza, dudando entre salir corriendo o enfrentar lo que sea que tenga que decirme. 

—Joe, pensaba que estabas compitiendo —intento mantener la voz serena.

—He ganado. Estamos aquí celebrando —me dice, señalando a Carlos y Mike—. ¿Quieres venir con nosotros?

La pregunta me toma completamente desprevenida. De todas las cosas que podría haber imaginado, nunca pensé que Joe querría pasar más tiempo conmigo hoy. Miro a Alice, que nos observa con esa expresión calculadora que solo ella sabe poner, como si estuviera esperando para atacar. Y entonces me doy cuenta de que, aunque desearía quedarme y reírme con él, este no es mi sitio.

Respiro hondo y le sonrío, con un nudo en la garganta. —Joe... no puedo.

Él me mira, intrigado, esperando una explicación. Y por primera vez, siento que tal vez debería decirle la verdad y dejar de malgastar nuestro tiempo. Pero algo en su mirada me retiene, entrando en una especie de debate interno del cual no sé salir.

Antes de que pueda pensar en una excusa, Alice se acerca, con su sonrisa afilada.

—Vaya, Sarah. ¿Nos honras con tu presencia? —Su tono es dulce, pero su mirada es un cuchillo.

Joe frunce el ceño y me observa, esperando. Y en ese instante, sé que, no es momento de comunicar nada.

—Me alegra que hayas ganado —le digo finalmente, intentando ocultar el temblor en mi voz. Le dedico una sonrisa, una que espero que parezca sincera, aunque siento que el peso de mis palabras no dichas están muy presentes entre nosotros.

Joe asiente, como si aceptara mi respuesta aunque algo en él sabe que hay algo más. —Bueno, quizás otra vez... —su voz se apaga y me observa, como si estuviera decidiendo si debe insistir o dejarme ir. Pero no lo hace.

Alice sonríe, triunfante, y parte de rabia sube por todo mi cuerpo.

—Nos vemos, Joe —murmuro sin esperar respuesta, me giro y camino hacia la salida, sintiendo el peso de cada paso.

El aire frío de la calle me golpea al salir, y finalmente dejo escapar el aliento que no sabía que estaba conteniendo. No miro atrás. Mis pies me llevan lejos de esa pequeña cafetería. Me obligo a seguir caminando, como si al alejarme pudiera alejar todos mis pensamientos y todos mis problemas.


¿POR QUÉ YO? // REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora