—¡Sarah! —La voz me sigue en la distancia, y aunque mis pies aceleran el paso, pronto siento una mano sobre mi hombro. Me giro, encontrándome con la mirada preocupada de mi hermano, Connor.
—¿Por qué corres? —pregunta, frunciendo el ceño.
Aparto su mano con un suspiro de frustración. —No estaba corriendo —le respondo, aunque ambos sabemos que estoy escapando de algo. —¿Qué quieres, Connor?
—Solo saber cómo estás. —Su tono es suave, como si ya adivinara la respuesta.
—Podría estar mejor, si te soy sincera. —La emoción se asoma antes de que pueda frenarla, y una lágrima me traiciona. Antes de darme cuenta, él me abraza, y el nudo en mi pecho se deshace en ese gesto tan entrañable que ya casi había olvidado. Connor ha estado tan ausente que a veces me pregunto si todavía me conoce.
Él me suelta despacio y me mira a los ojos, serio. —Mamá y papá me han dicho que se van a Londres en cuanto acabe el verano, y tú con ellos.
Aparto la mirada, la garganta me arde —Connor, no necesito compasión hoy. —Intento secarme las lágrimas—. Solo quiero ir a casa y olvidar todo esto, aunque sea por un rato.
-No lo entiendes Connor.- Intento secarme las lagrimas.- No necesito que te compadezcas, hoy no, voy a irme a casa y olvidar todo lo que ha pasado hoy.-
Connor me sujeta los hombros con firmeza. —No puedes hacer como si no fuera a pasar, Sarah. Mira, sé que es mucho, pero si aceptas la realidad, podrás aprovechar el tiempo que tienes aquí, disfrutar de los últimos días con la gente que te importa.
Suelto un suspiro, mirando al suelo. —¿Qué gente? —murmuro, casi sin voz—. Mis amigas están molestas conmigo, y mi... ¿novio? No se ni si quiera si le puedo llamar novio.
Connor me observa con una sonrisa reconfortante. —Habla con tus amigas y habla con ese tipo, seguro que todo tiene solución. Y si no quieren solucionarlo, se las verán conmigo —dice, tratando de aligerar el ambiente con su tono protector.
No puedo evitar devolverle la sonrisa mientras lo abrazo de nuevo. —¿Dónde has estado todo este tiempo?
Connor saca las llaves de su coche y me las muestra con una sonrisa traviesa. —¿Quieres que te lleve a algún sitio?
—A casa, por favor —suspiro, agotada, pero entonces él me levanta de un tirón, colocándome sobre su hombro como cuando éramos pequeños.
—¡Connor, bájame! —Me retuerzo y río al mismo tiempo, dándome cuenta de lo bien que se siente este momento, como un pequeño rescate de nuestra infancia.
Al llegar al coche me baja finalmente, y no puedo evitar darle un golpe suave en el brazo. Él se ríe, encendiéndolo.
—Extrañaba hacer esto, ¿sabes? —dice entre risas mientras se coloca el cinturón de seguridad.
—No haberte ido entonces. —Intento sonreír y saco la lengua para que mi respuesta no suene tan dolida.
Durante el trayecto, las bromas y risas fluyen, y por un rato, los problemas se quedan atrás. Pero entonces noto que no vamos en dirección a casa, y mi sonrisa se desvanece.
—¿A dónde vamos? —pregunto, sintiendo cierta incomodidad.
Connor me lanza una mirada antes de aparcar y bajarse del coche. —No quiero que te vayas sin ver mi lugar favorito de Minneapolis.
Al salir, el sitio me resulta bastante familiar, pero las sombras de la noche le dan un aire misterioso. Caminamos por un sendero estrecho hasta que, de repente, aparece el reflejo de un lago a la distancia, el agua tranquila bajo la luz de la luna. El recuerdo me asalta de golpe.
—Aquí veníamos de pequeños, de picnic con papá y mamá... ¿verdad?
Connor asiente, lanzando una piedrecita que rebota en la superficie del lago, creando ondas que se expanden lentamente. —Vengo aquí a menudo. Es como volver a esos días. Hay algo en este lugar que lo hace... especial. —Se queda en silencio un instante, mirando el agua.
Yo también tomo una piedra e intento lanzarla, pero en lugar de rebotar, se hunde sin rebotar en el agua. Connor se ríe y me ayuda, explicándome cómo sostenerla y girar la muñeca. Tras varios intentos fallidos, finalmente consigo que la piedra salte.
—¡¿Lo has visto?! —grito, y Connor me aplaude, como cuando éramos niños y cualquier logro era motivo de celebración.
Nos sentamos en la orilla y hablamos de cosas simples, de recuerdos de nuestra infancia y sueños. En algún momento, el silencio entre nosotros se vuelve pesado, como si ambos supiéramos que algo más necesita decirse. Finalmente, Connor me mira con una seriedad que no le había visto en años.
—¿Estás preparada para todo esto, Sarah? —pregunta en voz baja.
No sé si lo estoy. Pero este momento, aquí, me hace pensar que tal vez, con el tiempo, podré despedirme. Aunque las despedidas duelen, hay algo en esta noche que me da la certeza de que no voy a estar sola, porque, después de todo, sé que voy a tener a Connor.
—Supongo que no del todo —respondo—. Pero lo intentaré.
Connor me pasa un brazo por los hombros, y ambos nos quedamos mirando el lago, las piedras y el reflejo de la luna.
De pronto, Connor saca una vieja pulsera de cuerda roja de su bolsillo, una que solíamos turnarnos cuando éramos niños, convencidos de que traía buena suerte. La sostiene un momento en el aire y me la coloca suavemente en la muñeca.
—Quiero que la lleves tú esta vez —dice, su voz suave.
La cuerda está un poco desgastada, pero el gesto me sorprende. No sabía que aún la tenía. Me siento al borde de las lágrimas de nuevo.
—Gracias, Connor. —Lo miro a los ojos y intento sacar mi sonrisa más sincera.
Él se pone de pie, sacudiéndose la tierra de los jeans, y me tiende la mano para ayudarme a levantarme. —Vamos, te llevo a casa antes de que mamá y papá llamen a la policía —dice en tono de broma, pero ambos sabemos que también está tratando de hacer todo un poco más fácil.
En el coche, el silencio es cómodo. Nos dirigimos hacia casa, y el reflejo de las luces nocturnas en la ventana se convierte en una especie de compañía. Al llegar, Connor apaga el motor y me mira un momento antes de hablar.
—No olvides que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿vale? Estés aquí o en Londres, eres mi hermana y... bueno, eso no va a cambiar nunca.
Asiento.—Lo sé. Gracias Connor.
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Arriba os dejo con Connor, el hermano de Sarah. Os lo imaginabais así? O como os lo imaginabais?
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¿POR QUÉ YO? // REESCRIBIENDO
Teen FictionSarah es una chica común, o al menos, eso es lo que ella cree. Joe, en cambio, es un chico que vive para la fiesta y no se preocupa por seguir las reglas. Todo cambia el día en que Joe se fija en ella. ¿Por qué ella? ¿Qué sucederá cuando dos almas t...