CAPÍTULO 22

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Joe me guía hasta la cocina, donde la música suena con fuerza. Me ofrece un vaso de tequila, y lo cojo sin ganas. El ambiente está cargado de risas y voces, pero a mí me parece el ambiente más frio de la ciudad.

—¿Qué te pasa? —pregunta, inclinándose hacia mí para que su voz se escuche por encima del ruido.

Me acerco a su oído, sintiendo el calor de su piel. —Joe, aquí no pinto nada. Mira cómo voy vestida y cómo van las otras chicas. —Mi tono es más fuerte de lo que pretendía, pero la incomodidad me abruma.

Él se gira y se acerca más, casi susurrando. —A mí me dan igual las otras chicas. Aquí nadie se fija en eso.

—Si se fijan, y más si voy contigo. —Me aparto, sintiendo la necesidad de escapar de esa situación, pero antes de que pueda hacerlo, alguien interrumpe.

—Vaya, vaya, ¿la parejita feliz se ha reconciliado ya? —La voz es fácil de reconocer: Alice, con su risa burlona, aparece con dos chicas a su lado, como si fueran su séquito.

Joe no se molesta en girarse; su mirada sigue fija en la mía, como si quisiera protegerme de lo que está a punto de decir. —Alice, ¿no te cansas nunca de joder a la gente? —Su tono es firme, pero la tensión en su cuerpo es palpable.

—¿Y tú no te cansas de usar a las chicas como trapos? —La provocación es evidente, y noto cómo la mandíbula de Joe se tensa, sus manos aprietan los puños. Sin saber qué hará, lo cojo de la muñeca y lo acerco a mí, intentando calmar la situación.

—¿Qué dices? —Joe parece confundido, incapaz de entender el alcance de las palabras de Alice.

—No te hagas el tonto. No puedes estar con tres a la vez —dice, señalando a las dos chicas que la acompañan, luego mirándome con una sonrisa desafiante.

Joe se gira, y por un instante, deseo que Alice esté equivocada. Pero la mirada de Joe es seria, y la defensiva de su rostro se transforma en incredulidad.

—No estoy jugando con ninguna, y menos con esas —replica, señalando a las otras dos, su voz se llena de desprecio.

Una de las chicas, alta y de pelo negro como el carbón, interviene —Pues bien que has disfrutado tú conmigo en la cama.

—¿Te has acostado con él? —chilla la otra, sus ojos bien abiertos en sorpresa.

—Estáis para ir a un manicomio. —Joe me agarra de la mano y me saca de allí, y yo respiro aliviada, sintiendo que me alejo de la tensión.

El jardín se siente tranquilo, pero mi mente sigue agitada. Una vez en el aire fresco, me suelto de su agarre.

—Sarah, todo es mentira. Bueno, todo excepto lo de que me acosté con Madison, y fue porque estaba borracho. —Al decir esto, baja la mirada, como si estuviera avergonzado de lo que había hecho.

—Joe, llévame a casa, por favor. —No tengo ganas de discutir, ni de escuchar explicaciones que no cambiarán nada. Él y yo no somos nada, y solo quiero llegar a casa antes de que mis padres se despierten y noten mi ausencia.


***

—Gracias —le digo cuando me deja en la puerta de casa, el aire fresco de la noche me envuelve.

—Yo no he jugado contigo, ¿vale? —es lo único que dice, rompiendo el silencio que ha reinado durante todo el trayecto.

—Puedes hacer lo que te dé la gana, es tu vida. Pero, déjame vivir la mía —respondo, introduciendo la llave en la cerradura. La frialdad de mis palabras contrasta con el calor que siento dentro.

—Déjame a mí vivir mi vida, pero contigo. —Me detengo. ¿He escuchado bien? Dejo la llave en la puerta y me giro para mirarle a los ojos.

—Lo siento, Joe. Tu vida es una fiesta, no tienes problemas, tienes una vida social que no te da para aburrirte, unos padres que te quieren , te ayudan y protegen. En cambio, la mía está llena de problemas. Y tú eres uno de ellos, un problema sin resolver del que no me puedo librar.

—¿Qué, yo soy un problema? —su voz se eleva, y yo, instintivamente, le tapo la boca con la mano. Él me quita la mano con suavidad, un gesto que me desarma.

—Tú eres el problema que no me puedo quitar de la cabeza —susurra, su voz casi un ruego.

—¿Yo el problema? ¿Qué tengo yo que no tengan las otras chicas?

—No lo sé, joder. Solo sé que te quiero a ti. —Con esas palabras, se dirige hacia la moto, el brillo de sus ojos revela su frustración y su deseo.

—¡Espera! —corro hacia él, atrapándole de la muñeca. Lo giro para que me mire. —¿Por qué yo?

—Eres diferente, eres buena, eres torpe, eres difícil, pero a la vez es tan fácil estar contigo. Sabes, a mí me gustan los problemas y tu siempre estas metido en alguno —No necesita más palabras; la intensidad en su mirada lo dice todo.

Un silencio aparece entre nosotros, pero no consigue hacernos sentir incomodos. Si no, que el mundo a nuestro alrededor parece desvanecerse. Sin pensarlo, acorto la distancia entre nosotros, y en un instante, nuestros labios se encuentran junto a los míos olvidando cualquier tipo de discusión. 

¿POR QUÉ YO? // REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora