CAPÍTULO 23

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Joe

Me apoyo en la moto, sin separar mis labios de los de Sarah. Rodeo su cintura con fuerza, su cuerpo se ajusta al mío como si estuvieran hechos para encajar. Todo desaparece a nuestro alrededor. Es entonces cuando la magia se rompe. En la puerta de su casa aparece una mujer de unos cuarenta años. Tiene el ceño ligeramente fruncido y un gesto de sorpresa que no consigue disimular.

Me separo de Sarah rápidamente, la cual se muerde el labio, incómoda, girando sobre si misma para enfrentar la situación.

—Mamá, esto... yo... —tartamudea, intentando buscar las palabras correctas, pero parece que no le salen.

No quiero que ella cargue con todo el peso de este incómodo momento, así que intervengo, doy un paso hacia la madre de Sarah. —Hola, señora —digo con una sonrisa confiada mientras le extiendo la mano—. Soy Joe, encantado de conocerla.

La madre de Sarah, muestra una pequeña sonrisa y me estrecha la mano. —Soy Adele. Mucho gusto, Joe —responde con cortesía, aunque noto la curiosidad en sus ojos. Hace un gesto hacia la puerta, insinuando que se marcha—. Sarah, no tardes mucho en entrar.

Cuando Adele desaparece dentro de la casa, Sarah se vuelve hacia mí, con esa sonrisa pícara que solo yo conozco. —No sabía que tenías un lado tan sumamente educado—dice, provocándome.

—Sé cuándo es necesario usarlo — respondo, devolviéndole la sonrisa, y la atraigo hacia mí para un beso rápido. Después, me alejo un poco—. Deberías entrar, no quiero que tu madre piense que soy una mala influencia... al menos no esta noche.

—De acuerdo, chico bueno —responde con una carcajada suave, dándose la vuelta para entrar en la casa.

Espero a que la puerta se cierre antes de ponerme el casco y arrancar la moto. Voy directo a casa de Carlos para dejarle la moto. El camino es corto, pero la noche es fresca y llena de una calma. Típica noche de verano que me hace pensar en todo lo que ha pasado. A veces me pregunto si soy realmente lo que ella necesita.

Cuando llego a casa, todas las luces están apagadas y mis padres durmiendo. Subo en silencio, iluminando mi camino con la linterna del móvil para no hacer ruido. Al cerrar la puerta de mi cuarto, me dejo caer en la cama, cansado pero con una ligera sonrisa en los labios. 

***

La luz que entra por la ventana me despierta, miro el móvil y veo que tengo varios mensajes, la mayoría invitaciones para una fiesta el sábado. Fiesta de disfraces. No es que me emocione mucho la idea, pero sé que acabaré yendo.

Llaman a la puerta.

—Joe, han arreglado la moto, pero no ha salido barata —la voz de mi padre suena cansada, pero firme.

—¡Genial! —me levanto de la cama, estirando la mano en un intento sutil de pedir más dinero, pero esta vez no funciona.

—Será mejor que empieces a buscarte un trabajo. No pienso seguir pagando tus caprichos —dice mientras me entrega el dinero justo para cubrir los gastos de la moto.

Lo miro por un segundo, sin responder. Sé que tiene razón, pero no puedo evitar molestarme. Aun así, tomo el dinero y decido que es hora de ir a recoger la moto.

Tomo el autobús público hasta el taller, algo que me resulta extraño, pero no tengo más opciones. Al llegar, un tipo bajo, calvo y con una barriga pronunciada me entrega las llaves y la factura. Pago sin rechistar y me monto en la moto, arrancando con una sensación de libertad renovada.

El motor ruge mientras atravieso las calles de la ciudad, pero de repente decido tomar un atajo por una calle más tranquila. El tráfico es una locura, y prefiero evitar las avenidas principales. Al salir del atajo, veo a Sarah caminando con dos chicas más. Bajo la velocidad, sonriendo al reconocerla.

—¡Eh, vosotras tres! —grito, acercándome a la acera y levantando la visera del casco para que puedan verme—. ¿Cómo es que no tenéis a ningún chico a vuestros pies?

Sarah, que va caminando con dos chicas a su lado, me lanza una mirada fulminante, pero su expresión se suaviza en cuanto me reconoce. Al principio parece molesta, pero luego se ríe de manera sarcástica. —¡Idiota! —grita, antes de acercarse rápidamente, arrancándome el casco de un tirón—. ¡Tu moto!

—¡Eh, ten cuidado! —protesto, aunque me divierte su reacción. Pero Sarah está en su propio mundo, girando el casco en sus manos mientras una sonrisa traviesa aparece en su rostro.

—¿No te cansas nunca de ser tan irritante? —me dice, burlona, mientras me devora con la mirada.

—Es mi encanto natural —le respondo con una sonrisa pícara. Me bajo de la moto, y cuando estoy lo suficientemente cerca, la atraigo hacia mí. No le doy tiempo a reaccionar más. La rodeo con un brazo, y la acerco hasta que me inclino hacia ella y la beso.

Sus labios responden al beso. Siento un escalofrío recorrerme por todo el cuerpo, una extraña pero reconfortante sensación de que, por un breve instante, todo está donde tiene que estar.

Cuando finalmente nos separamos, Sarah me mira con esa mezcla de desafío y sorpresa que siempre tiene.

—Lleva cuidado, no quiero tener que visitarte de nuevo en el hospital. —dice con una sonrisa torcida, apartándose de mí de golpe. Me lanza el casco de vuelta y comienza a caminar hacia sus amigas, que ahora la miran con risitas y susurros.

—Lo que tú digas, Sarah —respondo, sonriendo mientras me pongo el casco de nuevo, viendo cómo se aleja, aún sintiendo sus labios en los míos. 

Acelero la moto y salgo de la calle, la brisa de la tarde empieza a golpearme la cara mientras cruzo la ciudad. Me dirijo a casa de Carlos para enseñarle los arreglos de mi moto.

Cuando llego, Carlos ya está esperándome en la entrada de su casa, apoyado contra la puerta con los brazos cruzados y una sonrisa picara en la cara.

—¿Qué tal, rompecorazones? —me dice mientras me bajo de la moto—. He oído que estuviste con Sarah anoche.

—¿Cómo te has enterado tan rápido? —pregunto, levantando una ceja. Carlos siempre parece saberlo todo antes que yo.

—Hermano, las paredes tienen oídos —responde, riendo—. Además, la gente habla. ¿Cómo fue?

—¿Enserio?  —le contesto con una sonrisa. La verdad es que todavía estoy procesando lo que ha pasado. Pero ahora mismo no tengo ganas de hablar de ello.

—Solo preguntaba —responde Carlos, levantando las manos en señal de paz—. Esta noche hay fiesta en Prisma. ¿No querrías despejarte un poco?  —dice, haciendo un guiño.

Pienso en la oferta por un segundo. No me viene mal salir y despejarme. Quizá la música y unas copas me ayuden a disfrutar un poco.

¿POR QUÉ YO? // REESCRIBIENDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora