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Benjamín no entendió de donde salió la habilidad, el instinto o lo que fuese que lo invadió en ese momento, lo único que supo en ese instante era que debía sobrevivir, a como diera lugar.

Tomó la almohada con fuerza entre sus manos y cuando Juan se abalanzó sobre él, con el machete en el aire, el primer machetazo lo recibió la almohada. La mano de Juan rebotó tras el impacto, el machete salió resbalado de su mano húmeda y llena de tierra y el celular de Benjamín se cayó al suelo y su luz desde abajo le dio un aspecto más aterrador al joven.

Benjamín lo pateó en el estómago y Juan dio dos pasos atrás, se quedó ahí contemplando al joven aterrado que se enredó con su propia cobija tratando de ponerse de pie y cuando al fin lo consiguió, encaró cara a cara a Juan que lo miraba con la respiración agitada.

El machete estaba en medio de ellos, cada uno tenía las misma posibilidades de alcanzarlo, pero Benjamín sabía que él no lo lograría.

—¡Ella no lo logrará! —gritó Juan y Benjamín vio como todos los músculos del cuerpo se le tensaron. Era un joven relativamente delgado, pero el trabajo en el campo lo había moldeado y aunque Benjamín no era un flacucho, supo de inmediato, cuando todas las venas de los brazos se le hincharon, que no tenía oportunidad contra aquella demoledora rabia que embargaba todo el cuerpo del recolector que se abalanzó sobre el machete como si su vida dependiera de ello.

Benjamín dio un salto largo, apoyando el pie en la espalda desnuda del joven y utilizándolo como banco para pasar por sobre él y lo primero que percibió fue lo fría que tenía la piel. Cuando cayó al otro lado, el sonido del machete cortando el aire pasó rozando cerca de su oreja y se lanzó de plancha al suelo del corredor.

A pesar de que era madera, el piso lo recibió como un suelo de cemento y todos los huesos le crujieron con el impacto al tiempo que el dolor lo invadió, pero el miedo y la adrenalina lo impulsaron como a un animal herido y acorralado. Se volvió hacia la habitación, Juan había golpeado la madera del marco de la puerta con el machete y el arma se había quedado clavada ahí.

Cuando el joven logró desprenderlo, lo miró, el flash del celular tras él dejaba ver solamente una silueta marcada que se le hizo atemorizante y el miedo lo dejó petrificado. No pensó, no se movió, ni siquiera la adrenalina pudo arrancarlo de la inminente muerte que Benjamín se había imaginado, así que cuando Juan caminó hacía él cortó su respiración. Extrañamente, un pensamiento que lo invadió en aquel angustioso momento era el de no querer oler su propia sangre.

Juan levantó el machete en el aire al tiempo que la luz del corredor se encendió, dejando ver el cuerpo sucio y sudado del joven que gimió como un toro en el matadero.

Ismael apareció como un rayo, se interpuso entre él y Juan y después de esquivar un machetazo al pecho, empujó al joven con su fuerza y lo estrelló contra la pared, luego lo aprisionó ahí. Ismael le sacaba casi un metro de ventaja, y con la ropa de dormir benjamín notó lo musculoso y fuerte que era, y aún así el joven parecía tener más fuerza que él, tanta, que le dio un rodillazo en el estómago al mayor y lo empujó como si fuese solo un costal de plumas. Ismael cayó estrepitosamente sobre Benjamín arrancándole el aliento, el hombre pesaba fácilmente cien kilos.

—¡Juan! —le gritó Ismael, pero el trabajador levantó el machete en el aire con toda la intención de asesinarlos —¡Juan Ezequiel Pérez! —le gritó esta vez Ismael y Juan se quedó paralizado con el machete en el aire, como si un ser invisible hubiera tomado un control remoto y le hubiese puesto pausa. Los ojos de Juan, en un parpadeo, regresaron a la normalidad y su cuerpo se desplomó sin fuerza, parecía como un títere al que se le ha cortado la cuerda.

Ismael miró a Benjamín, clavando sus ojos en él con intensidad.

—¿Está bien? —Benjamín asintió, aunque la verdad no sabía si lo estaba.

La Epifanía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora